Enrique Jardiel Poncela

 

          La primera impresión que se tiene al ver superficialmente la obra literaria de Jardiel Poncela es que estaba como una cabra. Cuando se estudia su teatro en profundidad se llega a la convicción de que esa primera impresión era exacta.

          Pero independientemente del cabrismo o enajenación, el genio innegable de Jardiel aportó un montón de cosas a un teatro cómico que, cuando él empezó a estrenar, estaba ya más pa’ allá que pa’ aca, de puro viejo. En 1927, cuando el autor presenta Una noche de primavera sin sueño, su primera obra «oficial» (pues tenía otras 70 que no estrenó, escritas solamente para practicar), el teatro cómico —salvo las honrosísimas excepciones de Muñoz Seca, Arniches y García Álvarez— era de una ramplonería extrema y de unos recursos completamente manidos. Los autores expurgaban la Guía Telefónica en busca de apellidos extraños con los que hacer chistes y la mayor parte de las gracias consistían en burlas regionales, sobre si los andaluces eran esto, los maños hablaban de tal manera o los chulapos madrileños se comportaban de tal otra. El teatro cómico se ahogaba en tipismo sainetesco.

          Jardiel se propuso renovar el género y ya nadie duda de que lo consiguió, pues creo una corriente jardielesca que perdura hasta hoy: ningún autor cómico posterior puede ya hacer teatro como se hacía antes de Jardiel. Pero hay que insistir en que en su época los críticos le pegaron muchos palos, «porque su teatro no se parecía en nada al teatro cómico existente». Esta originalidad y personalidad y estilo propios, que constituyen una virtud, se tomó entonces como un defecto. La posteridad ha vengado a Jardiel de todas las cosas feas que le dijeron los críticos, porque su teatro ha perdurado y de ellos y de sus juicios no se acuerda nadie.

          Jardiel estrenó entre 1927 y 1948 una treintena de comedias, a cuál mejor. En ellas modificó el planteamiento del teatro de humor: abandonó el chiste y se centró en el humor de situación. Los suyos no eran personajes ridículos ni típicos diciendo chistechitos, sino personas serias a las que les sucedían cosas cómicas. En este sentido hizo muchos hallazgos.

          Aunque su teatro se ha calificado de «absurdo», de absurdo no tiene nada; es más: todos sus complejos planteamientos se hallan satisfactoriamente resueltos al final de las obras, se explican todos los enigmas y no quedan cabos sueltos. Lo que sí es su teatro es inverosímil, en el sentido de que lo que pasa en sus obras no es lo que le pasa a todos el mundo a diario. Jardiel presenta situaciones extremas, anómalas y, por ende, distintas y nunca vistas antes en escena. ¿Y por qué, se preguntarán ustedes?

          Pues porque él no creía que mereciera en absoluto la pena construir un teatro con toda su maquinaria, con telares, fosos y toda la pesca para luego mostrar allí lo que podemos ver a todas horas en a barra de un bar o en la parada del autobús. Jardiel creía que la embocadura del escenario debía ser una ventana a mundos mágicos o, por lo menos, distintos. El teatro tiene esa virtud: te puede transportar a la Dinamarca de Hamlet o la Polonia de Segismundo en un abrir y cerrar de ojos (de telones) y lo suyo era que las comedias se emplearan para mostrar lo anómalo.

          El mundo de Jardiel está poblado, pues, de caracteres extravagantes, excéntricos, exagerados y de fortísima personalidad, muchos de los cuales están tan locos como su autor. Obviamente, las cosas que les suceden en las obras no son normales, pero, ¡señores!, la literatura es precisamente eso: personas a las que les pasan cosas. Si no les pasa nada, entonces no hay nada que contar. Y si lo que les pasa es aburrido, entonces la obra literaria también lo es.

          Entre los personajes de Jardiel encontramos muchos arquetipos curiosos. Criados fieles (si es que tal cosa existe) que solo viven la vida de sus amos, que dicen «nos vamos» cuando su amo se va y «estamos enfermos» cuando lo está su señor; tías tan locas como sus sobrinas, con una visión insólita de las cosas y aparentemente poco capacitadas para la vida en sociedad; fantasmas de todo tipo, aunque generalmente de temperamento romántico y enamoradizo; profesionales de todo género, cuya presencia permite a su autor satirizar esas mismas profesiones; gentes del hampa, ladrones honrados y asesinos con gran corazón que acaban portándose mucho mejor que las personas decentes.

          Los dos temas más generalizados en Jardiel son los eternos: el amor y la muerte (aunque habría que añadir la locura en un muy honroso tercer lugar). Con esto el autor crea unos argumentos muy elaborados, pero indudablemente efectivos, gracias a su gran dominio de la construcción escénica.

          El comediógrafo se divierte en presentar en sus obras lo que otros autores no se atrevían a mostrar y se limitaban a describir, diciéndonos que había sucedido durante el entreacto. Jardiel concibe el teatro a lo grande, se emborracha de escenografías y efectos especiales y nos enseña en sus obras el descarrilamiento de un tren, un rodaje en unos estudios cinematográficos, un intento de suicidio tirándose por un balcón, una persecución a tiros como en la más salvaje de las películas estadounidenses, una pelea conyugal con rotura de vajilla, un salvaje antropófago que se escapa de una jaula, un duelo a pistola en un cementerio, etc. (Y si no mostró más cosas fue porque las empresas no le dejaron, alegando que eran muy caras.)

          Sus títulos son de lo que no hay: largas frases con una personalidad innegable e irrepetible y un estilo reconocible: Los tigres escondidos en la alcoba, Los habitantes de la casa deshabitada, Los ladrones somos gente honrada, Como mejor están las rubias es con patatas...

          Quizá su obra más nombrada sea Eloísa está debajo de un almendro (1940), que siempre ha sido un gran éxito. Pero nos gustaría mencionar dos obras serías de Jardiel —y, por ende, menos conocidas— de una gran calidad. Una es El sexo débil ha hecho gimnasia (1947), una comedia feminista sobre los derechos de la mujer. En ella, una tía y sus sobrinas, a mitad del siglo xix, sufren por su sometimiento y cada una de ellas tiene su propia tragedia que no puede superar debido a los constreñimientos sociales. En el segundo acto, se nos presenta una situación paralela a mitad del siglo xx y unas mujeres con idénticos problemas son perfectamente capaces de solucionarlos a plena satisfacción.

          La otra obra que nos gusta mucho es El amor solo dura 2.000 metros (1941), que es una sátira durísima de la vida de los estudios de cine de Hollywood. Como era una tragedia, no tuvo éxito en su momento porque la gente le exigía a Jardiel que siempre hiciera comedias cómicas.

          La censura franquista prohibió sus obras y recortó muchísimo las que no prohibió, lo cual es una demostración más de que Jardiel estaba haciendo las cosas bien.


 

 


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