Henrik Ibsen (1882)
Estamos ante una historia de fake news, básicamente.
Siguiendo con su planteamiento de meterse en líos por criticar las conductas sociales que no quieren ser criticadas, Ibsen nos habla en este drama de una pequeña localidad septentrional (no dice cuál, para que no le tiren piedras si alguna vez pasa por allí) en donde son bastante cochinos.
Esto es porque sus habitantes viven principalmente de un balneario que tiene todas sus tuberías taponadas con porquería de esa maloliente y gris oscuro que se queda en las cañerías de los fregaderos, razón por la cual unas colonias de bacterias sin hogar se ha convertido en un okupas y moran alegremente en régimen de comuna hippie en las susodichas cañerías, infectando continuamente los estómagos de los residentes del balneario.
Todos los visitantes piensan que sus continuos dolores de estómago se deben a que consumen demasiados bocadillos de calamares en un establecimiento en donde los venden muy baratos y que tiene mucho público. Pero la realidad es que todo es un tema bacteriano debido a que por aquellos andurriales la gente se lava poco ella misma y menos aún friega los objetos de los que se rodea. Como hace mucho frío por allí, no podemos extrañarnos de ello ni enfadarnos demasiado.
Así están las cosas, cuando un protagonista puñetero (como casi todos los de Ibsen), el doctor Thomas Stockmannn, que trabaja de asesor en el balneario, decide pedir un análisis del agua y recibe la noticia de que a los bañistas y bebedores más les valdría beber lejía y chapotear en salfumán que no en aquel líquido que sale por los grifos.
El doctor —que es un ingenuo— lo cuenta todo al director del periódico local, para que él dé la noticia. Luego advierte de todo a su hermano Peter, el alcalde, esperando que un político haga algo al respecto, lo cual no es ya ser ingenuo, sino tonto del haba. Confía en que entre unos y otros resolverán aquella crisis sanitaria que amenaza la salud de los habitantes de... (ya hemos dicho que no se menciona el nombre de la ciudad guarra).
Pero limpiar cañerías significa cerrar el balneario, lo que equivale a perder clientes, que es lo mismo que perder dinero. ¿Y qué persona en su sano juicio querría perder dinero? Los noruegos desde luego no, porque han tenido siempre fama de gente lógica y sensata.
Empieza entonces la politiquilla. El alcalde chantajea al dueño del periódico para que no publique la noticia de la insalubridad de las aguas. En su lugar, aparecen unos titulares en que se cuenta que un caniche se había perdido, pero que, felizmente, los dueños lo han encontrado.
La asociación de propietarios, que también había ofrecido su apoyo al iluso del doctor Stockmannn, dice Diego donde antes había dicho digo. Al buen médico no le queda otra que convocar una asamblea para transmitir la mala noticia. No falta nadie, porque todos en la ciudad saben que las asambleas allí suelen acabar insultando al convocador y no quieren perderse esta diversión.
En efecto: cuando Stockmannn les habla de los bichitos cañeros (los que viven en las cañerías), todos se ríen de él abriendo mucho la boca y dejando ver sus muelas de oro.
La asamblea es un fiasco mayor que la Armada Invencible y se declara al doctor oficialmente como «enemigo del pueblo», pues ¿quién sino un enemigo propondría cerrar aunque fuese durante solo una semana la fuente de ingresos de sus conciudadanos? A fin de cuentas, los usuarios del balneario no son de allí, sino visitantes forasteros cuyo destino y salud importan bien poco. Es bien sabido el escaso cariño que los habitantes de los pueblos tienen a los que no son del lugar.
Al doctor le inhabilitan para ejercer la medicina en la ciudad. Al único amigo que le apoyaba le despiden de su empleo. Su hija pierde su plaza de maestra en el Instituto. A sus hijos pequeños les expulsan de la escuela. A toda la familia la desahucian de la casa en la que viven. A su gato le tiran piedras todos los vecinos.
Stockmann está tan desesperado que decide emigrar al Nuevo Mundo, a ver si allí las cosas son distintas (¿no hemos dicho ya que era un iluso?).
Pero como tampoco se fía por completo de los americanos, al final no se va, sino que se queda en aquella ciudad asquerosa con los canallas de sus habitantes, para ver si puede finalmente hacer algo con respecto al problema que tienen entre manos.
Es por esto por lo que siempre he estado en contra de los finales abiertos.
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