Fuenteovejuna

 


 

De este episodio que cuento

tienen las berzas la culpa,

que crecían abundantes

en torno a Fuenteovejuna

y las mozas de ese pueblo,

de la primera a la última,

las comían con deleite

en asado o en fritura

y se pusieron tan sanas,

apetitosas y ebúrneas,

buenorras y macizorras

y de tan buen ver, en suma,

que un Comendador, tentado,

le pegó un buen tiento a una,

lo que provocó en la villa

un follón de los de aúpa.

 

Los habitantes del pueblo,

que eran más brutos que mulas,

dieron un grito de enfado

que lo escucharon en Murcia,

asaltaron el castillo,

interrumpiendo la ducha

del Comendador malvado

y le dieron una tunda.

¿Qué digo tunda? Somanta.

¿Qué somanta? Veintiuna

puñaladas en el hígado

con fuerza morrocotuda

y una patada en sus partes

que le condujo a la tumba.

 

Hasta aquí, todo fue bien.

Acabada la disputa

volvió el pueblo a su rutina,

la chica se metió a furcia,

aquí paz y después gloria,

por siempre, amén, aleluya.

 

Pero va y se entera el Rey,

que veraneaba en Coruña,

y manda a un inquisidor

que tiene destreza mucha

y un carácter endiablado

—porque sufre de una úlcera—

y que igual te da tormento

o te aplica la tortura,

pues se ha licenciado en Potro

y doctorado en Garrucha,

trabajando por las tardes

y sin suspender ninguna.

 

Pone en orden alfabético

a la población adulta

y los llama de uno en uno

a una habitación muy sucia

donde con monotonía

hace la misma pregunta:

«¿Quién mató al Comendador

mientras estaba en la ducha?»

Los pueblerinos, valientes,

responden: «¡Fuenteovejuna!»

y en esa frase se emperran

con tenacidad baturra.

 

El inquisidor, cruel,

hace amenazas muy duras:

si no nombran al culpable

les prohibirá pescar truchas,

requisará sus cosechas,

les racionará el azúcar

aumentará los impuestos,

hará cantar a la Tuna

de Ingenieros porque lloren

los amantes de la música,

les arrancará los dientes,

les recitará a Neruda.

 

Nada de esto surte efecto

y aquella lealtad profunda

de Fuenteovejuna logra

que el inquisidor se aburra,

agarre el hombre sus bártulos

y coja el tren de la una.

 

¡Todo un pueblo de asesinos

que se salen con la suya,

repitiendo el heroísmo

de Sagunto y de Numuncia!

 

(‘Numancia’ no rima. Así es que he tenido que cambiarlo un poco. Ustedes disculpen.

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