Marco Polo

 

 

Los viajes de Marco Polo

o Libro de maravillas

es una obra que cuenta

que Polo se fue a la China;

hay que examinar con lupa

si esto es verdad o es mentira,

pues se ha exagerado mucho

y hay eruditos que afirman

que el gachó contó mil cuentos

con tremenda fantasía

y presumió más que un mono

de su expedición turística

pero que, en tanto a viajar,

no fue más allá de Pisa

(a visitar a su primo,

hijo de su tía Antonina).

 

¿En qué se basa esta duda

puñetera de la crítica?

¿Por qué se ha dado en decir

que Polo era un gran cuentista?

La causa es que nunca alude

al té tomado en tacitas,

al hábito de vendar

los pinreles de las niñas,

ni menciona la Muralla,

la escritura jeroglífica,

las coletas, el arroz

ni ninguna cosa típica,

por lo que entra la sospecha

de que narraba de oídas,

que nunca pisó el país

ni lo vio en fotografía.

Mas no nos toca a nosotros

hacer la desmitifica-

ción de Polo. ¡Que se apañe

con él la historiografía

y averigüe si era honesto

o si contaba películas,

que aquí no tenemos tiempo

que perder en tonterías!

 

Marco Polo dio un paseo

por China, dice la Histiria

(ya sé que ha de ser ‘Historia’,

pero es que, entonces, no rima)

y nosotros respetamos

la tradición por encima

de todo, aunque muchos datos

refuten nuestra teoría.

Hablemos de sus hazañas,

dejándonos de pamplinas.

 

Marco Polo, el gran viajero,

nació en Venecia (en la esquina

ésa en que hay un club de alterne

pegadito a la Basílica

de San Marcos, que es famoso

por tener chicas feísimas,

nada delgadas y todas

de bastante edad. ¿Se ubican?).

Fue allá por el siglo xiii,

que la fecha no es precisa

(ni falta que hace). Era hijo

segundo de una familia

de mercaderes muy cucos

que entonces pertenecían

a un comité comercial

o fraterna compagnia

(estos datos que ofrecemos

del tema no hacen maldita

la falta: los incluimos

para hacer que esta poesía,

ya que no resulta hermosa,

sea, a lo menos, erudita).

 

En fin: su padre y su tío

—que se llamaban Niccolo

y Maffeo respectiva-

mente— fueron con gran prisa

a Extremo Oriente y pensaron

que Marco, el chaval, podría

ayudar de alguna forma,

llevándoles la mochila

o lavando calcetines

durante la travesía.

Su objetivo primordial

era obtener mucha guita,

comprando especias baratas

en las Molucas o en India

y vendiéndolas muy caras

a su regreso a su isla.

Fueron a Constantinopla,

a Malaca e Indochina

y a muchos otros lugares

llenos de gente amarilla,

a Birmania y a Sumatra,

a Murcia y, por fin, a China.

 

Después contó Marco Polo

que estuvo allí de visita

veinte años ni más ni menos,

viendo lo que se cocía

por la China y la Mongolia.

Y juró (por Santa Brígida)

que estuvo con Kublai Kan

su buena temporadita

y que fue su consejero

e incluso su masajista

(que el Kan tenía un hombro malo

de un trastazo y le dolía

siempre que cambiaba el tiempo

y Marco aprendió enseguida

la manera de aliviarle,

mediante friegas continuas).

Contó, en fin, cien aventuras

un tanto controvertidas

de cuya veracidad

no nos consta ni una pizca.

 

¿En qué le sirvió a Occidente

que Marco hiciera el turista

por aquellos andurriales?

Porque allí estudió cocina

y, cuando volvió, se trajo

muchas recetas opíparas,

mil productos deliciosos

de aquella gastronomía.

¿Ejemplos? Los espaguetis,

(que antes no se conocían

en Italia), los helados

de chocolate y vainilla

que tan dulcemente pasan

desde el gaznate a la tripas,

el té con leche o limón,

el zumo de mandarina

y la sopa de fideos

que tomamos calentita

para cenar en invierno

y es summum de las delicias.

Estas viandas ¿no merecen

un viaje hasta la China?

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