Arroz al duque

 


 

 

Ingredientes para seis personas y un ciclista

 

Ya los iremos diciendo sobre la marcha. Si no los tienes, substitúyelos por otros. Hay que ser creativo.

          Coge por las asas una cazuela bien grande, pero sin exagerar. El diámetro de la misma debe ser mayor que un CD de «Los clásicos divertidos» pero menor que el Real Sitio de Toros de Gerona. Llénala de arroz hasta casi los bordes. Más vale que sobre que no que falte. Cubre con agua y ponla al fuego. Déjala hervir durante el tiempo necesario para rezar un Credo preconciliar (que duraba más).

           Aparte, consigue con tu encanto personal que una vaca solícita te preste o, mejor, te regale un litro de leche de esa blanca que tienen. Ponla también a hervir, junto con cáscara de canela y una rama de limón. Añade azúcar o bien sal, a tu gusto.

           Cuando esté bien caliente, viértela sobre el arroz con cuidado de no quemarte. Si quemas al pinche, se considera gaje del oficio y no es motivo de baja laboral. Tapa la cazuela con el objeto plano que tengas más a mano (un tomo del Larousse puede servir perfectamente) y ponla a fuego muy suave durante ocho horas y noventa minutos.

           Pídele a la canela y al limón que se retiren. Si no te obedecen pasado un tiempo prudencial, sácalos usted por la fuerza, sin contemplaciones de ninguna clase.

           Con aceite del que te sobró de la última vez que llevaste el coche a revisión, unta bien un molde en forma de corona ducal (de ahí el nombre del postre). Si tu molde es de esos redondos y vulgares, el postre pasa a denominarse «Arroz a la boina».) Vierte en él el arroz con leche.

           ¡Ostras, Pedrito! Se me olvidaba lo más importante. Hay también que agenciarse —mediante compra, hurto o súplica al tendero— un buen número de fresones, cuidando de que no sea un número divisible por 17, porque entonces el postre sabe raro. Los fresones se pueden lavar y también pueden no lavarse y conservar sus vínculos con la tierra. Aquí los expertos en culinaria difieren en sus juicios. Se maceran con una copa de kirsch o, en su defecto, de Quina Santa Catalina.

           En el momento de servir, te percatarás de lo útil que puede resultar tener una lata de melocotón en almíbar para un apuro. Sin embargo, si eres de los que no se amilanan por los embates del destino, puedes proceder a desmoldar lo que te haya salido, poner los fresones encima, servirlo a los invitados y ausentarte con cualquier pretexto (tenga a mano la guía de ferrocarriles y aprovecha, por ejemplo, para visitar el Palacio del Infantado en Guadalajara, que es un primor).

           Este procedimiento —llamado en el argot fogoneril de «cocción-huída»— da resultados satisfactorios casi siempre e incluso en algunas ocasiones se ha conseguido que los invitados abandonados frieguen los platos antes de marcharse.

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