En la actualidad, cuando se ha puesto de moda el concepto de «reciclaje», debería darse más importancia a Moreto, el supremo aprovechado y aprovechador del material anterior.
No lo denominaremos «plagio» porque no fue su intención engañar ni hacer pasar por suyas las obras de las que sacó temas, escenas y personajes. Lo que hizo, lo hizo abiertamente, sin ocultarse. Su argumentación era que muchas de las comedias de la primera mitad del siglo habían dejado de representarse y estaban condenadas al olvido y a la desaparición, pero bien merecían que se las recuperarse, refundiese y revitalizase. Y, ni corto ni perezoso, rescató muchos elementos de dichas obras. Ha de decirse que en su caso el robo iba seguido de asesinato, pues la gente se solía olvidar por completo de las mediocres comedias robadas, porque las de Moreto eran mucho mejores.
Al calderonista Moreto debemos, pues, recuperaciones de asuntos de autores secundarios como José de Valdivielso, Juan Pérez de Montalbán, Álvaro Cubillo de Aragón, Ricardo del Turia, Antonio Coello, Francisco Barces Cándamo, Diego Jiménez de Enciso, Pedro Rosete Niño y más, que de otra manera se habrían perdido. Así es que tenemos que darle las gracias. Además, se ha de añadir que, si Moreto copió a Lope y a sus seguidores, lo hizo cuarenta veces menos que los dramaturgos de otros países europeos.
Hemos de hablar del estilo, porque Moreto tenía una cualidad muy poco española: la voluntad de perfección; cuidaba como nadie sus piezas, en vez de escribirlas a la buena de Dios, como en otros era lo corriente.
Y se debe mencionar también su abundante producción, pues escribió sesenta comedias, tres loas, dos autos, veinticuatro entremeses, cinco bailes y una mojiganga, lo cual nos da un total de 105 títulos; si a esto le sumamos otras veinte piezas perdidas, son 125 comedias de nada.
Morito consolida para siempre la «comedia de figurón», esbozada por Rojas Zorrilla. Su argumento básico queda fijado de manera esquemática. El «intruso» aparece como pretendiente a la mano y al resto del organismo de la dama, incordiando sus amores. El galán se ve impotente ante el figurón, que es imbécil, pero que tiene mucho dinero. La figura de donaire será quien habra de que oponerse a este «malo» ridículo y desbaratar sus planes matrimoniales. Es decir: el personaje cómico listo habrá de vencer al personaje cómico necio. Es un duelo de inteligencia y no de valor, de sentido del honor o de cualquier otro principio de esos en los que estaban basadas las comedias anteriores.
No solo esto, sino que, encima, los personajes cómicos adquieren protagonismo y desplazan al galán. El gracioso antihéroe se convierte en el héroe moderno y da paso a un nuevo tipo de comedia donde hay menos duelos a espada y más ingenio.
Paradigma de este teatro es El lindo con Diego (1662), personaje de un narcisismo infinito que es fuente inagotable de humor a lo largo de la pieza. Pese a su ambientación de aquella época, obras como esta no pierden la actualidad, pues hoy en día no hay escasez de metrosexuales vanidosos y el tipo literario es fácilmente reconocible. Su fuerza cómica es irresistible, pues su desmedida presunción le pone casi automáticamente en situaciones descoyuntadas sin que el comediógrafo tenga que esforzarse demasiado en inventárselas. Es un acierto absoluto como tipo literario de eficacia probada.
Otra comedia muy chiripitifláutica (permítasenos el empleo de este adjetivo tan lleno de connotaciones) es El desdén con el desdén (1654), que nos habla de una tal Diana, que desprecia al hombre y se vanagloria de ser intelectual y de ocuparse del estudio de las ciencias. Los galanes que la pretenden compiten por ella con mucha deportividad. Al final, la feminidad triunfa y el intelectualismo fracasa, anticipándose a las inaguantables mujeres sabias molierescas.
Baltasar Gracián llamó a Moreto «el Terencio español», quizá para contrarrestar las cosas feas que le llamaron otros envidiosos.
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