1740. Nace en París Donatien Alphonse-François de Sade y se le bautiza el día posterior a su nacimiento, por imposibilidad de hacerlo el día anterior.
1763. Mayo. El padre de Donatien le casa a la fuerza con una señorita, cuando él amaba a otra. Su esposa se llama Renèe-Pelagie Lordier de Launay de Montreuil y, aparte de un nombre tan largo, tiene cara de caballo, por lo que Donatien decide engañarla a la primera oportunidad que se le presente.
1763. Octubre. Nuestro héroe va a la cárcel por libertinaje. ¿En qué consistió tal? No hay detalles. Cada uno puede imaginar lo que más le apetezca sobre lo que a Donatien le apetecía.
1764. Sade contribuye con sus orgasmos y sus doblones a aumentar la felicidad de unas cuantas damas y de unas cuantas prostitutas respectivamente.
1765. Comparte a su amante mademoiselle Colette con otro nombre de la época y consigue que sea el otro el que corra con todos los gastos. Luego se lía con la Beuvoisin, una de las cortesanas más cotizadas de la época y la convence para que ella le mantenga (al parecer, Donatien era muy bueno en el lecho).
1768. Se dedica al teatro, estrena comedias y le mete mano a las actrices. A las que se dejan, se las lleva a su segunda residencia y allí las flagela, por lo que le vuelven a encerrar, pues la justicia del rey era muy mojigata en estas cuestiones sexuales.
1772. Sade —presuntamente, cómo se dice hoy en día— envenena a varias prostitutas al equivocarse en la dosis afrodisíaca de cantárida que les administra. Le condenan a muerte por sodomía y envenenamiento, pero él se va a Italia, porque he escuchado que allí son muy famosos los helados y quiere probarlos. En Aix-en-Provence se ejecuta a su efigie al no poder echarle el guante al de verdad.
1773. Le encierran de nuevo, se escapa y se instala en un castillo, tras contratar los servicios de seis adolescentes (cinco muchachas y un efebo), para que le saquen brillo a las botas, le sirvan la merienda y hagan cualquier otra cosa que les mande hacer.
1774. Su suegra le persigue con una lettre de cachet para encarcelarle, pues afirma que Donatien ha seducido a su cuñada (lo hizo, pero poquito), por lo que el acusado tiene que huir de nuevo y mantenerse alejado de Francia y de las francesas. (Pero, ¡qué más le daba, si las italianas estaban también muy bien!).
1777. Regresa a Francia, porque su madre está enferma y porque quiere hacerse unos trajes nuevos y en Italia los sastres no le aciertan. Le encarcelan en Vincennes, en donde se chupa trece años. Está tan aburrido, que después de leerse los seiscientos volúmenes que sus amigos le envían a prisión, llega hasta el extremo de cartearse con su esposa.
1784. Le trasladan a la Bastilla y, como es un sitio bastante peor que el anterior, Sade da las tres voces. Queremos decir que protesta estentórea y continuadamente, provocando neuralgias a los guardias. Estos piden que se le envíe al manicomio de Charenton para quitárselo de encima, pero no lo consiguen.
1789. La Revolución toma la Bastilla, pero Sade ya no está allí: se lo han llevado unos días antes. ¡Por qué poquito!
1790. Marzo. La Asamblea Revolucionaria lo pone en libertad, quizá para desagraviarle por la metedura de pata de los revolucionarios que, durante su traslado desde la Bastilla a Charenton, le perdieron quince libros manuscritos en los que Donatien había estado trabajando durante años.
1790. Septiembre. Su mujer se divorcia (fue una de las primeras en hacerlo) y le deja en la ruina. Además, Sade está gordo, ve mal y se encuentra hecho un cacharro. Pero aun así consigue ligarse a Constance Quesnet, una actriz que le mantendría hasta el fin de sus días (reiteramos lo del lecho).
1791. Sus obras teatrales sufren el boicot de los espectadores más puritanos de la sociedad. Sin embargo, la Revolución le encarga diversos discursos para celebrar esto o lo otro y así va tirando.
1793. Le vuelven a prender y le llevan a la cárcel-convento de las Madelonnettes. Como no hay sitio para él, le encierran seis semanas en las letrinas. Se ignora el motivo de su detención.
1794. Le cambian de prisión y puede ver desde una ventanuco la guillotina en pleno funcionamiento. Le condenan a muerte pero, al final, no lo matan. Probablemente Constance sobornó a alguien. A fines de año le sueltan.
1801. Le encarcelan otra vez por escribir novelas picantes (Aline, Valcour o Justine) en la prisión de Bicétre, mitad cárcel mitad manicomio, un sitio bastante guarro donde los alienados mentales, los sifilíticos, las prostitutas, los inspectores de aduanas y otros miembros de la hez social sobreviven a duras penas en condiciones infrahumanas.
1802. Donatien es trasladado a un manicomio de pago, pues eso es entonces Charenton. Constance paga el dinero. Allí el el libertino escribe, monta comedias con los presos y pasa el tiempo en espera de la muerte. La buena sociedad protesta también de que haga teatro en el manicomio, porque no puede tolerar que los locos se lo pasen bien.
1814. Sade se muere y la gente moral de toda Francia da un gran suspiro de alivio. Por el bien de las buenas costumbres, su hijo Armand quema todos sus manuscritos inéditos.
1843. El marqués pasa a formar parte de la lengua al incluirse en los diccionarios el término ‘sadismo’ para referirse al placer sensual que se obtiene zurrándole la badana a cualquier hijo de vecino.
1975. El cineasta neorrealista italiano Pier Paolo Pasolini, conocido como «el rey del morbo», filma un libro de Sade: Los 120 días de Sodoma, y le arrean a base de bien, por lo que muere muerto, por culpa indirecta del marqués.
Resumiendo, que es gerundio:
Aparte de protagonizar algunos episodios casanovescos y de sentir un deseo sexual intenso (como lo tienen muchos), Sade solo escribió barbaridades, no consta que las hiciera. Creemos que su libertinaje era meramente literario y aun así le valió la ruina, el desprestigio y pasarse casi toda su vida en una cárcel u otra.
Despistados por el contenido erótico de sus libros, los lectores nunca le tomaron en serio como escritor y eso que no era nada malo. El disgusto que se llevó en 1813 cuando por decreto ministerial se le prohibió hacer teatro con los internos fue lo que precipitó su muerte.
¿Su locura? No la discutiremos, aunque es posible que en otros tiempos y circunstancias sus exabruptos sexuales le hubieran llevado, en vez de a prisión, a ganar algún premio internacional de una u otra índole.
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