Necrológica de Enrique Gallud Jardiel



(El otro día me permití tomarle el pelo a Pérez-Reverte en una necrológica cómica y hubo gentes que me pusieron de vuelta y media. Me acusaron de envidioso y de tener muy mal gusto, por hacer humor negro. Creo necesario aclarar algún punto, porque la corrección política está acabando con el humor.

¡Claro que le tengo envidia a Reverte!, porque que te consideren el mejor autor del país siendo un escritor mediocre y plagiador es de envidiar. También me da envidia su condición de  académico de la lengua, que le permite estar cobrando un sueldo sin hacer nada, pues en vez de inventar los neologismos que necesitamos, como es su obligación, la Real Academia Española se limita a aceptar como un fait accompli las porquerías lingüísticas que se inventa el personal y a contribuir al deterioro de la lengua suprimiendo acentos necesarios, como el de ‘sólo’ (pues ¿qué significa ahora la frase «Estudio solo los domingos», que estudio solamente ese día o que lo hago en soledad?).

En cuanto al humor negro, lo seguiré cultivando y ¿qué mejor tema que escribir mi propia necrológica? Al igual que me río de los demás, siempre he sabido reírme de mí mismo, como demuestro sobradamente a continuación. Una vez que me he ridiculizado yo, me siento moralmente capacitado para ridiculizar al lucero del alba, si se tercia. ¡Ay de los pueblos y de los individuos que se toman a sí mismo demasiado en serio! De tomarse demasiado en serio ideologías, patrias y religiones es de donde surgen las inquisiciones, los terrorismos y las guerras).

 

*

 

Ha muerto el pseudoescritor Enrique Gallud Jardiel.

Ante tal noticia sólo podemos decir una cosa:

¡Ya era hora!

Sí, porque ese individuo ya estaba sobrando. Pocas veces se han visto casos de tanta desfachatez como el del susodicho, que infló ficticiamente su currículo para conseguir que las gentes le admiraran y luego presumía, con su desmesurada vanidad, de que pesaba dos kilos y seiscientos gramos. 

El muy fatuo se decía autor de más de doscientos cincuenta libros y al final ha resultado que se los escribía todos un «negro» que, además, por una irónica casualidad, era realmente negro y se llamaba Morongo. El desaprensivo de Gallud Jardiel lo tenía encadenado a una mesa en el trastero de su casa, le obligaba a escribirle un mínimo de tres libros al mes y le daba poquísimo de comer, todo de marcas blancas. Es, pues, Morongo, quien se merece la fama —y no digamos el dinero— que Gallud Jardiel ha logrado explotándole ilícitamente.

Desvelaremos otros aspectos poco conocidos de este presumido señor, vago como él solo, cuya principal actividad consistía en buscarse en Internet.

Se ha sabido que sobornaba a sus amigos (bueno, a sus conocidos, porque amigos no tenía ninguno) para que acudiesen a las presentaciones de sus libros: les prometía que luego les invitaría a cenar y cosas así. De otra manera, no habría acudido nadie a ellas.

Con las firmas en la Feria del Libro ocurría algo muy parecido. Gallud Jardiel pagaba de su bolsillo a actores profesionales para que fueran a que les firmara sus libros y así poder presumir de popular delante de sus editores.

Hace cinco años, Morongo consiguió escapar del confinamiento en el que se encontraba y Gallud Jardiel se vio en la necesidad de escribirse sus libros él mismo. En realidad, lo que hizo fue escribir solo uno y engañar a varias editoriales, publicando el mismo texto con títulos diferentes. Como no vendió ni un solo ejemplar de ninguno de ellos, nadie se dio cuenta de este fraude.

Por lo que sabemos, su muerte se debió a un ataque de vaniditis aguda, a un soponcio que le dio al enterarse de que le habían borrado de la Wikipedia.

Deja mujer, tres hijos y muchas deudas. (Le deja las deudas a la familia, queremos decir.)

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