Fantasía con la Sarita Montiel

 


          Reconozco que me he dejado arrastrar a un juego de palabras facilón a la hora de poner título a este escrito y que ha salido algo totalmente opuesto a mi intención.

          Se trata de mi descubrimiento de la música clásica a la edad de nueve años de la manera que paso a contarles.

          Yo iba mucho al cine entonces. Y un día fui a uno de sesión continua cercano a mi casa a ver a mis entonces (y ahora también) idolatrados hermanos Marx en su película Una noche en Casablanca. La otra película era de dibujos: Fantasía, de Walt Disney. Yo no la conocía y me imaginaba que sería una colección de cortos de Mickey Mouse. Así es que me prometía una tarde espléndida.

          Pero cuando entré en el local nada más empezar (a las cuatro y media), mis esperanzas de goces cinematográficos desaparecieron como por ensalmo. ¡Los hermanos Marx no aparecían por ningún sitio! Aquella película no era Una noche en Casablanca, sino Noches de Casablanca, hedionda cinta protagonizada por la Sarita Montiel.

          ¡Imagínenese el chasco!

          A la Montiel la habían engañado y llevado de cupletista a Casablanca, pero allí pasaban cosas raras. La película no iba de trata de blanca, pero casi. Era lo más sórdido que recuerdo haber visto nunca. Ella cantaba cuplés supuestamente sensuales durante toda la historia, haciendo cosas raras con los labios, y yo estuve muy tentado de salirme del cine y dejar a Mickey para otra ocasión. Sin embargo, tenía que rentabilizar mis diez pesetas y me aguanté estoicamente.

          Pero luego, ¡oh, milagro del arte!, dieron Fantasía (1940), y yo tuve lo más cercano que recuerdo a una epifanía. Los dibujos animados realzaban maravillosamente unas músicas clásicas que yo no recordaba haber oído nunca.

          Tan impresionado, tan enamorado quedé de aquella combinación de melodías y creatividad visual que decidí volver a verla enseguida. Y por ‘enseguida’ no quería decir a los pocos días ni al día siguiente, sino esa misma tarde y con aquellas mismas diez pesetas de la entrada (quizá las mejor gastadas de toda mi vida).

          No obstante, para ver Fantasía de nuevo tenía antes que volver a ver a la Sarita. Lo hice con un esfuerzo supremo y, ¡claro!, le cogí un asco natural a la buena señora. No la he podido tragar desde entonces.

          Por otra parte, los compositores de aquellas melodías dibujadas (Bach, Chaikovski, Dukas, Stravinski, Ponchielli, Beethoven, Músorgski y Schubert) se convirtieron en amigos íntimos míos y lo siguen siendo hoy. Y por ellos conocí a otros muchos que se dedicaban al mismo oficio.

          Esto no deja de ser un tributo a Walt Disney, que me ha proporcionado durante mi vida y mediante sus películas cientos de horas de felicidad.

          James Joyce, por el contrario, horas de felicidad no me ha dado ni una sola. Digo esto para que conste.

No hay comentarios: