Ha muerto el periodista y escritor Arturo Pérez-Reverte. La intelectualidad española le echará de menos.
Siempre le recordaré, sentado en aquella mesa esquinada del café Gijón, donde iba a pasar muchas tardes para que todos le vieran y no dudaran de que se trataba de un escritor. Charlaba con sus amigos y convidaba a café a los gorrones con ese aire suyo, tan lánguido siempre, que indicaba que estaba de vuelta de todas las cosas.
Yo le conocí hace mucho, cuando aún era solo Arturo Pérez y no se había agenciado el guion entre apellidos. Sobrevivía entonces por las redacciones de los diarios a base de bocadillos de mortadela, haciendo recados y méritos para que le mandaran a algún lado. Los redactores-jefe lo mandaban a un sitio con mucha frecuencia, pero ese no era el sitio al que él quería ir.
Por fin, se marchó a una guerra como corresponsal. Vivió meses y meses encerrado en un hotel. Luego fue a otra y a otra. La de corresponsal de guerra, en nuestros días, es una profesión sin paro y tiene su santo patrón en Homero, que cubrió la primera contienda gorda que se recuerda.
Regresó luego de las guerras y se hizo rico y famoso plagiando las novelas del olvidado folletinista decimonónico Manuel Fernández y González.
¡Cuánto añoraremos a Pérez-Reverte, príncipe no coronado de nuestras letras!
*
1 comentario:
Magnífico
Publicar un comentario