Smoky, heroína civil en el ejército

 

          Smoky fue la perra de guerra más valiente de la que se tiene noticia. O sería más exacto decir que fue la perra de guerra gratuita más valiente, porque el ejército estadounidense nunca se preocupó ni de darle de comer, pese a sus innegables proezas.

          Era una terrier de Yorkshire, aunque hubiera podido serlo de cualquier otro sitio, por ejemplo, de Nueva Guinea, que fue donde se la encontró. Un militar llamado William Wynne la ganó en una partida de póker en 1944. Al parecer, la animalita no sabía ni inglés ni japonés, pues cuando le hablaron en esas lenguas no contestó en ninguna.

          Como el can no se había alistado oficialmente en el ejército ni firmado con su propia pata ningún papel, el ejército la ignoró por completo y no le daba de comer (¡tacaños!). Su dueño tenía que compartir con ella sus raciones. Obviamente, la perra dormía encima de William en su tienda de campaña, pues no tenía un rincón adjudicado (¡roñosos!).

          Wynne se tuvo que llevar a su perrita en su avioneta en vuelos de combate en el Pacífico Sur y el Sudeste Asiático porque ninguno de sus compañeros se quiso quedar con ella cuando a él le tocaba volar (¡mezquinos!). Entonces, el piloto le puso una mochila de soldado colgada al lomo para que pareciera un combatiente de verdad y asustase a los enemigos con miopía. De esta guisa, ella disfrazada de combatiente achaparrado, Wynne y Smoky sobrevolaron archipiélagos, selvas, manglares, ríos, aldeas y franquicias de Starbucks. El can (la cana, para ser precisos) participó en doce misiones de rescate aéreo, por las que le dieron automáticamente ocho estrellas de combate, sin darse cuenta de que aquel compañero del heroico piloto era una perra.

          La perrita sobrevivió, además, a ciento cincuenta ataques aéreos y a un tifón de esos que hay puntualmente en Okinawa todos los jueves por la tarde.

          Pero la acción más heroica de la perra fue introducirse en una estrecha tubería que pasaba por debajo de una pista de aterrizaje para tender un cable que permitiera establecer una red de comunicación que el enemigo intentaba cortar. Siguiendo la voz de su amo, Smoky se entubó, no sin dificultad, y salió por el otro extremo con el cable en la boca. No nos pregunten detalles, pero gracias a ello se salvaron doscientos cincuenta soldados y cuarenta aviones.

          Como homenaje a esta hazaña, se le hizo una estatua en Cleveland, una escultura de bronce en tamaño real donde aparecía Smoky cómodamente sentada dentro del casco de un soldado. Pero, ¡cuidado!, el dinero lo tuvo que conseguir el Ayuntamiento de la ciudad; el Ejército no puso un centavo, porque la perra era una simple civil, «no era oficialmente una perra militar».

          Wynne regresó a los EE.UU. en 1945 (sin trabajo) junto con Smoky (sin pensión) y ambos tuvieron que buscarse programas de televisión para ganarse los garbanzos (y los huesos).

 



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