¡Muerte al jabón!

 

  Cuando la comunidad científica corrobore mi teoría de que la mayor parte de las enfermedades modernas se deben al exceso de higiene que nos traemos, la gente se dedicará a quemar bañeras por las calles, como antes se quemaban tranvías en las revoluciones.
          Porque la higiene, para qué engañarse, tiene muchas menos ventajas que inconvenientes. Lo demostraré.
          1.- La higiene es aburrida. Enjabonarse el cogote, frotarse la espalda, etc. son actividades que fomentan la alienación, el pensamiento único y la aldea global, porque todos las hacemos igual. Es imposible tener una manera personal de frotarse la espalda. Ni siquiera se puede tener una forma nacional de hacerlo. Sin ellas, copiaremos la manera en que se frotan la espalda los americanos y perderemos nuestra idiosincrasia. Además, son actividades repetitivas, excluyentes (pues no pueden hacer nada más mientras te estás cortando las uñas, por ejemplo) y totalmente carentes de sentido poético. Busquen las palabras ‘restregar, ‘fregoteo’, ‘bastoncillos para los oídos’ o ‘piedra pómez’ en los poemas de los más gloriosos vates de la humanidad y ya verán como no las encuentran.
          2.-La higiene es inútil a la larga. Porque la mugre es contumaz: vuelve siempre; aunque la destierres de tu persona, te añora y regresa. Y lo hace antes de lo que se esperaba. No sólo eso, sino que la mugre es más lista que la higiene y por eso sabe muchos escondites especiales donde la otra no la encuentra (ya saben dónde digo: entre los dedos de los pies, etc.) Finalmente, si el propósito de la higiene es servir de profilaxis y mantenernos sanos, no tiene mucho éxito, porque al fin y a la postre una u otra enfermedad acaba por pillarnos y nos morimos. O al menos eso es lo que dice la estadística.
          3.- La higiene es siempre un gasto añadido a los otros y no de los menores. Se han hecho cálculos y se sabe que, durante su vida adulta, un occidental medio gasta jabón suficiente para llenar el salón de plenos de un ayuntamiento, pasta de dientes como para encalar la fachada posterior del monasterio de El Escorial, hilo dental como para atar cuatro mil globos y seis cometas y champú como para lubricar todos los coitos anuales de Costa de Marfil y parte de Botswana. Esto supone un dinero.
          4.- La higiene no es ecológica. No me refiero sólo a los jabones que van a parar a los ríos, sino a otros hechos; por ejemplo: la elaboración de cremas antiarrugas está acabando con la población de cachalotes del Atlántico Norte, porque es de ahí de donde se saca.
          5.- La higiene fomenta la violencia. En los pisos céntricos alquilados a inmigrantes conviven docenas de personas en pocos metros cuadrados. Resuelven su situación cocinando en perolas más grandes y durmiendo más apretados; hasta ahí todo va bien. Pero la visita al cuarto de baño provoca muchas puñaladas para saltarse las colas. Los fabricantes de jabones sobornan a los periódicos para que oculten estas noticias.
          6.- La higiene es un concepto subjetivo. Por ejemplo, una ama de casa dirá que su cocina está sucia su ve cucarachas en ella, aunque estos simpáticos animalitos portan muchos menos gérmenes que cualquier otro. Con el cuerpo pasa igual.
          7.- La higiene te hace perder un tiempo valioso. O, dicho de otra manera: para lavarse bien hay que madrugar más. No se me ocurre mayor crueldad que infligir a un semejante que forzarle directa o indirectamente a que madrugue más. Y, puestos a madrugar, me vienen a la cabeza otras maneras mucho más agradables de emplear ese tiempo. Si ustedes no se las imaginan, díganmelo y yo les instruiré debidamente.
          8.- La higiene es atea y poco respetuosa con los dones del Creador. Sí, el cerumen de los oídos, la pelusa que se acumula en el ombligo, los siempre denostados pero fisiológicamente necesarios mocos son parte de la Creación y han sido puestos ahí por una Providencia que sabe más que nosotros, pobres mortales.
          Visto esto, yo me pregunto: ¿por qué nos hemos de lavar? ¿Para que ganen más dinero las multinacionales fabricantes de artículos de tocador? Eso me parece una abyecta manipulación del individuo, por lo que os exhorto, ¡oh, lectores!, a una sana abstención en este tema.
          ¡Quememos las bañeras! ¡Muerte al jabón!

La Revolución francesa

 

5 de mayo de 1789. Después de un montón de años de no verse las caras unos a otros, se reúnen los Estados Generales. Hay trescientos nobles empolvados y con el lunar pintado, trescientos abates vestidos de morado y seiscientos señores vulgares y corrientes, pertenecientes al Tercer Estado (también llamado ‘la hez’, ‘la canalla’, ‘esa gentuza’, ‘esos tíos guarros’ y otros epítetos por ese estilo por los dos estados superiores).
1 de junio. La afluencia de comunes a París desde las provincias hace prosperar los burdeles y las chocolaterías de la ciudad. Los dueños y dueñas de estos establecimientos tan necesarios para la vida civilizada lo celebran con un picnic conjunto en el parque del Campo de Marte.
17 de junio. Los representantes del Tercer Estado asumen el título de Asamblea Nacional y se quedan tan contentos. Se hacen unas escarapelas ex profeso para la ocasión y las lucen con orgullo en la solapa de las casacas.
20 de junio. La sala se cierra para desinfectarla porque está llena de ratas y los miembros de la Asamblea se ven en la calle. Como llueve, se refugian en el cercano juego de pelota y allí prometen no disolverse hasta tener una constitución como es debido.
11 de julio. El rey, que no da una y ha llevado todo el asunto con una mala pata descomunal, destituye al ministro Necker, que era el único que tenía una remota idea de finanzas y de cómo llevar el reino. Además, hay rumores de que se va a disolver la Asamblea Constituyente como si fuera un terrón de azúcar en un café bien caliente, porque sus miembros abusan de la barra libre de la cafetería y el gasto es enorme.
15 de julio. La muchedumbre exaltada asalta la Bastilla y libera a cinco rateros y dos abogados, que son los únicos que están presos. Le ponen un telegrama a Necker diciéndole que regrese lo más rápido que pueda. Lafayette, comandante de la Guardia Nacional, aprovechando un momento en que todos están distraídos, se nombra a sí mismo alcalde de París. Se adopta la bandera tricolor. El azul representa a las facciones políticamente conservadoras; el rojo, a las radicales y el blanco a los indecisos, a los apolíticos y al tercer sexo.
18 de julio. Los campesinos, que están hasta el gorro de los vagos de los terratenientes, se rebelan y zurran a base de bien a sus antiguos señores, muchos de los cuales han de huir de sus posesiones disfrazados de viejecitas desvalidas o de eucaliptus.
23 de julio. La revolución no se circunscribe a París, donde se crea una junta de gobierno, sino que también en las provincias se forman juntas separadas (¿juntas separadas?).
5 de agosto. Se priva a los nobles de sus privilegios, se abolen los títulos nobiliarios, se disuelven los gremios (cuyos miembros se agrupan en corales para cantar habaneras), se eliminan las alcabalas y se aumenta el precio de las ensaimadas.
27 de agosto. Se hace la Declaración de los Derechos del Hombre y se dejan los de la mujer para más adelante.
6 de octubre. Como no hay pan en París, las verduleras de la capital se van a pedirlo a Versalles, obedeciendo a una lógica que no acabamos de comprender. Asaltan el palacio y la familia real intenta escapar por un ventanuco. Luis XVI se atasca y Lafayette debe acudir en su ayuda para empujar. Se traslada a los reyes a París para que aprendan lo que es la basura, que les era un concepto desconocido hasta entonces.
14 de julio de 1790. Se hace trizas el mapa de Francia, haciendo desparecer de un plumazo sus provincias. Se divide ahora en 83 departamentos, sin ascensor. El club de los jacobinos da una mano de pintura a sus paredes, que buena falta les hacía.
19 de agosto. Robespierre, presidente del club y poder más fuerte dentro del estado, se tuerce un tobillo y está una semana sin que se le vea el pelo por el trabajo, pero los franceses no se lo toman muy a mal y le perdonan enseguida.
3 de octubre. Tiene lugar la caída de Necker, que iba a todos los sitios corriendo y sin mirar bien dónde pisaba.
2 de abril de 1791. Mirabeau va y se muere.
20 de junio. El rey, harto de que le den siempre acelgas en todas las comidas, decide fugarse. Pero le trincan en Varennes y le hacen volver a París, muy su pesar, aunque le prometen que considerarán mejorarle el menú.
1 de octubre. La Asamblea Legislativa organiza una jornada de puertas abiertas para que todos los parisinos vean lo bien que lo hacen sus miembros.
7 de febrero de 1792. Austria y Prusia deciden aparcar sus rivalidades por un tiempo y unirse para reventar a Francia.
20 de abril. Francia, muy imprudentemente, le declara a guerra a Austria y en las primaras batallas ya sale trasquilada.
20 de junio. El pueblo de París, irritado porque ese año hace mucho calor, le echa la culpa a Luis XVI y asalta las Tullerías, dándole al monarca un susto de los de tres en cuarto.
2 de agosto. Francia sufre hubo unas tremendas sequías que se caracterizaron principalmente por la falta de agua.
10 de agosto. Como sigue haciendo calor, el pueblo asalta otra vez las Tullerías, para ver de refrescarse en sus fuentes (ya que son los única de todo París que están pensadas para tener agua). Se le da al rey la jubilación forzosa. Luis XVI, cuando se ve suspendido de sus funciones, da un suspiro de alivio, pues no le gustaba nada tener la responsabilidad de los asuntos del reino. Danton gobierna provisionalmente y tiene que chillar tanto para que le hagan caso que se queda ya ronco hasta el día de su ejecución. Se convoca una Convención para que convenza de muchas cosas a los que están poco convencidos y para que acabe de una maldita vez de redactar la Constitución, que sigue incompleta.
2 de septiembre. Se inician las llamadas Matanzas de septiembre, en donde se mató a mucha gente (en septiembre). Se acusó a Danton de haberlas incitado, pero éste se defendió diciendo que aquel día precisamente no estaba en París, porque había ido al pueblo de Vigneux-sur-Seine a visitar a una tía suya, ya mayor, que se había caído y se había roto la cadera.
20 de septiembre. En la Batalla de Valmy (o en otra con un nombre muy parecido) el ejército revolucionario vence a los prusianos o a los austriacos (no se sabe exactamente a cuáles, porque hubo mucha niebla ese día y no se veían bien los uniformes de los enemigos).
21 de septiembre. Se elige por sufragio universal a un organismo que responde al rimbombante nombre de Convención Nacional. La primera medida que toman sus miembros es subirse el sueldo por unanimidad. La segunda es abolir la monarquía, algo que ya estaba tardando en hacerse. Francia se constituye en una república y se legaliza la pornografía.
22 de septiembre. Es el día 1 del año 1. Se condena al destierro a los emigrados, una medida bien tonta, pues los emigrados, por su misma definición, ya se habían largado del país.
19 de noviembre. La Convención ofrece su ayuda a todos los pueblos que deseen derrocar a sus gobiernos, a cambio de una remuneración negociable.
27 de noviembre. Se juzga a Luis XVI por el delito de haber sido rey y haber abusado de su pueblo, con impuestos y cosas de ésas tan desagradables.
15 de enero de 1793. Se declara culpable al ex Rey de ser traidor a Francia, de ser obeso y de ser hortera a la hora de elegirse las pelucas. Por un voto de diferencia se decide imponerle la pena de muerte para no tener que gastarse el dinero en darle de comer en prisión durante el resto de su vida (lo que evidentemente habría puesto a la naciente república en un serio aprieto económico).
21 de enero. Se guillotina a Luis XVI por la posta, antes de que a los diputados empiece a darles lástima y se arrepientan de la sentencia.
6 de abril. En la sede del gobierno las sensibilidades políticas y las ideologías se dividen, aunque despreciando los decimales. Los girondinos (la derecha conservadora) y la montaña (los radicales) descubren que no se llevan bien y empiezan a pelearse sin cesar por el poder. Finalmente se constituye el Comité de Salud Pública, donde se corta el bacalao. Danton, Robespierre, Saint Just y Couthon se reparten el mando a ratos y por turnos.
21 de mayo. Lafayette redacta un «Proyecto de Gobierno» y se lo envía por correo certificado a Robespierre. Pero éste dice que nunca lo recibió. Según otra versión, sí lo recibió, pero se lo dejó olvidado en un taxi. Sea como fuere, el proyecto lafayettino no prospera.
22 de junio. Se termina (¡por fin!) la Constitución de 1793 y todo el mundo da un suspiro de alivio. Pero no sirve de nada porque realmente nunca se llega a implantar.
13 de julio. Carlota Corday se mete en el baño del propagandista Marat (en su cuarto de baño, queremos decir; no es que se metiese con él en la bañera) y le atiza una certera puñalada. David, el célebre pintor, va corriendo al lugar del suceso para hacer un retrato del finado Marat en muerto y en remojo.
10 de agosto. Para esta fecha Robespierre es ya el amo de Francia, por lo que cuando le sirven café en el bar del Comité, echan en el suyo más azúcar que en el de los demás.
22 de agosto. Reclutamiento de toda la población masculina capaz de portar armas, porque los ingleses están haciéndole la puñeta a la República, a la que le hacen falta soldados.
16 de octubre. Ejecución de la ex reina, Maria Antonieta que, en realidad y a aquellas alturas, ya no pintaba nada allí.
31 de octubre. Espectáculo popular en la plaza de la Concordia, con desfile, ejecución de sesenta girondinos, títeres, cucañas y danzas del país.
10 de noviembre. Abolición del culto a Dios, que da la callada por respuesta. Se implanta el calendario revolucionario, con meses de treinta día y tres semanas de diez días cada una, con cinco días sueltos al cabo del año, un festivo cada diez días y un follón del demonio. Aprovechando el desconcierto, la mayor parte de la gente se pasa la tira de tiempo sin ir a trabajar.
7 de diciembre. Primera aparición pública de Bonaparte, amiguete de Robespierre y del club de los jacobinos.
24 de marzo de 1794. Hébert, rival de Robespierre, es guillotinado, junto con un montón más.
6 de abril. Danton, rival de Robespierre, es guillotinado, junto con otro montón más.
8 de junio. Festival del Ser Supremo, una religión provisional que se inventa Robespierre para que no se diga. El líder se viste de sumo sacerdote, se sube en un andamio adornado con nubecitas y se proclama autoridad máxima del universo conocido, incluyendo Haití y La Martinica.
10 de junio. Se promulga la Ley del 22 Pradial, que otorga al Tribunal Revolucionario poderes para hacer exactamente lo que le venga en gana. 
27 de julio. Aprovechando que el dictador está flojillo de resultas de un virus intestinal, sus enemigos le apresan y consiguen guillotinarlo. Con la muerte de Robespierre se acaban los sucesos interesantes de la Revolución francesa, con lo cual dejamos aquí esta cronología. Baste saber que si Napoleón no hubiera estado allí para defender a la República, las naciones europeas se habrían merendado a Francia enterita y ahora sólo sería para nosotros un recuerdo lejano.

El diamente Koh-i-nur

 Miren si será gafe este diamante que los reyes que lo han poseído se han muerto todos.

Bromas aparte, la verdad es que la piedra se las trae. Los monarcas que la han lucido han perdido sus tronos, han caído en desgracia o han sufrido sarpullidos de ésos tan molestos. No nos resistimos a contar las fechorías del diamante, porque ha hecho bastante mal allí por donde ha pasado y el mal siempre es un excelente tema literario.

‘Koh-i-nur’, en persa, significa «montaña de luz», lo cual no deja de ser una exageración, pues no es tan grande como una montaña; ni siquiera como un cerro pequeñito. De serlo, el mercado diamantífero de seguro se resentiría. Pero es que los persas eran unos exagerados. ¡Para que luego digan de los andaluces!

La gema tiene 186 quilates y el tamaño de un huevo de gallina delgadita.

Hasta que se descubrieron diamantes en el Brasil, allá por marzo de 1730 (concretamente el último lunes del mes, serían aproximadamente las once menos cuarto), la India era conocida como la única productora de diamantes del mundo. La gema con la que les estamos dando la lata en este escrito se encontró allí, en la aldea de Kullur, en el distrito de Guntur, que como todos ustedes saben perfectamente está en la región de Andhra Pradesh.

Cuando en el 1320, por Carnaval, Ghiyasuddin Tughlaq Shah I subió al trono de Delhi (con algo de dificultad, porque era muy obeso) envió a su general más bigotudo a derrotar al rey hindú Kakatiya Prataparudra, por tener un nombre muy feo. El general, que se llamaba Ulugh (lo cual tampoco era especialmente bonito) se ganó el sueldo y le zurró a Kakatiya. Entre el botín de guerra que obtuvo había oro, marfil, elefantes, una bandurria a la que le faltaban dos cuerdas y el diamante ‘Koh-i-nur’, que entonces se llamaría de otra forma, con toda probabilidad.

La joya pasó a manos de Tughlaq, que se hizo coser un bolsillo ad hoc en la camiseta para no separarse de ella ni un momento, porque le había gustado mucho.

En él empezó a darse la maldición que tenía la piedra, como todos nos estábamos figurando. Ghiyasuddin murió apuñalado con la punta de un lápiz por su hijo Muhammad, ansioso por quedarse con el trono y las toallas bordadas de su padre.

Este segundo sultán de la dinastía falleció en el 1351 a causa del disgusto que le dieron sus súbditos al negarse a pagar los impuestos. Feroz Shah, su sucesor, se quedó casi en la ruina al perder un montón de provincias (¡ya hay que ser despistado y olvidadizo!). El siguiente gobernante vio la desintegración del reino y, ¿para qué cansar?, les fue bastante mal a todos.

La piedra pasó por manos de los sucesivos regentes del Sultanato de Delhi, haciendo estragos que no contamos para dar así ligereza al relato, pues Oscar Wilde nos dijo el otro día, cuando estuvimos cenando juntos, que el que intenta agotar un tema sólo consigue agotar a sus lectores.

Damos un salto de pértiga hasta 1526, en que el diamante cae en las manos de Babar, el primer emperador mogol de la India. Según cuenta el emperador en sus memorias, tituladas Babarnama (porque el hombre hacía sus pinitos en la literatura, alentado al ver que por ser emperador los editores le publicaban sin ponerle demasiadas pegas), la piedra tenía tanto valor que podría alimentar al mundo entero durante tres días y aún llegaba para pagar el desayuno del día cuarto.

La madre de Ibrahim Lodi (el rey al que Babar derrocó para quedarse con el pastel del sultanato) se las apañó para darle jicarazo al usurpador, que murió en 1530 en medio de terribles dolores y de dos almohadones.
Le sucedió su hijo Humayun, que tuvo muy mala suerte toda su vida. Los afganos le atacaron y proporcionaron muchos dolores de cabeza. Tuvo que irse al exilio diez años. Los médicos le prohibieron comer perdices, que era lo que más le gustaba. Todas las mujeres de su harén se pusieron feas y fondonas y, finalmente, se cayó por una escalera, diñándola en el acto (en el acto de caerse).
En cambio, Akbar, su heredero, fue bastante más listo y como sabía lo de la maldición de la piedra, no se acercó a ella ni de lejos. No quiso ni verla y mucho menos lucirla en ninguna ocasión. La dejó quietecita y bien guardada y, consecuentemente, no le pasó nada. Murió tranquilamente en su lecho a la edad de 67 años (lo que no está nada mal para aquel entonces), rodeado de sus familiares y de muchos cortesanos que le hicieron la pelota y le dijeron cosas bonitas hasta el último momento.
Jahangir, el siguiente mandamás, se puso la piedra en el turbante y acabó pagando el precio, pues se estupefació (¿o es ‘estupefactó’?, no estamos seguros: queremos decir que se hizo adicto a los estupefacientes) y murió hecho un pingajo y con el hígado hecho polvo.

A Shah Jahan no le fue mejor. No sólo se arruinó construyendo el Taj Mahal, sino que sus hijos se revolvieron contra él, acusándole de manirroto (con toda de la razón) y le hicieron prisionero de por vida en una celda inmunda y diminuta, aunque, eso sí, con vistas.

El siguiente emperador, Aurangazeb, tampoco lo pasó bien. Para empezar tuvo que asesinar a un montón de sus hermanos para conseguir el trono, lo que le dejó muy cansado. Durante su reinado el gran Imperio mogol se deshizo como un polvorón.

En 1739 Nadir Shah, rey de Persia, saqueó Delhi y se llevó el diamante a su casa. Era un hombre desequilibrado y paranoico que se pasaba el día temiendo ser asesinado. Se puso tan pesado con este tema que al final le acabaron asesinando de verdad.

El diamante pasó a manos de Ahmed Shah Abdali, el fundador del moderno Afganistán, que lo guardó en un colchón y así consiguió sobrevivir unos añitos.

(No se nos oculta que esta relación histórica empieza ya a ser inaguantable, por lo que iremos resumiendo.)

Tras unos años de hacer de las suyas y pasar por varias manos, en 1830, Shah Shuya, depuesto gobernante de Afganistán, salió de allí corriendo y llevándose el diamante. Se lo dio a Ranjit Singh, rey del Panjab a cambio de ayuda para recuperar su trono (otras versiones dicen que porque se lo jugó a los chinos y lo perdió).

En 1839 Ranjit Singh murió en su cama, pero no porque se mereciera un fin plácido, sino porque estaba paralítico. Su último deseo fue que el diamante fuera llevado al templo de Jagannath, en la ciudad de Puri. Los administradores británicos decidieron, sin embargo, que era infinitamente mejor quedárselo ellos y así lo hicieron.

Desde entonces la joya perteneció a Inglaterra, por lo que Inglaterra pasó de ser el mayor imperio de su tiempo a convertirse en un país de chicha y nabo, como lo es actualmente, mangoneado por los Estados Unidos y odiado universalmente.

(¡Ánimo, lector, que ya estamos acabando!)

A la reina de Inglaterra aún no le ha pasado nada especial, porque dice la leyenda que la maldición sólo afecta a los varones. No sabemos si esto es verdad o es una especie que hicieron circular las reinas para que sus regios esposos les dieran a ellas el usufructo de la joya.

La India ha reclamado reiteradamente la joya, alegando que se la llevaron ilegalmente, pero las autoridades británicas, en un filantrópico afán de evitarles cualquier mal a los indios, a los que quieren tanto, se han negado en redondo a devolverla.

Pakistán, que no toca ningún pito en este asunto, también ha pedido que le entreguen la joya, por si acaso suena la flauta, pues el «no» ya lo tienen y nunca se sabe lo que puede pasar.

Si alguien se atreve a acercarse a menos de siete metros de la joya, puede admirarla en la Torre de Londres, donde se exhibe, por el módico precio de 24 libras esterlinas (pero no nos hagan mucho caso porque estamos seguros de que para cuando se publique este libro el precio habrá subido bastante).

Miles de turistas la han visto y luego se han ido por ahí quejándose de que la vida les trataba mal.

Cronología de España

 

–209 — Los ilergetes pactan con Publio Cornelio Escipión, pero, como lo hacen en secreto, nadie se entera de lo que pactan.
          –237 — Los cartagineses de Amílcar Barca penetran en Hispania y les sacuden a modo a los nativos.
          128 — Mal año para los espárragos.
          357 — En este año no sucede nada de particular.
          470 — Eurico gobierna el reino visigodo con capital en Tolosa. Se toma un vaso de vino de allí y comienza a sufrir ataques de epilepsia, aunque nada tiene que ver una cosa con la otra.
          589 — Durante el III Concilio, Recaredo se convierte y, para celebrarlo, sube los impuestos.
          712 — Los visigodos se despiertan una mañana y se encuentran con que reinan los musulmanes sin que nadie sepa cómo ha sido. Pero como ese día llueve mucho, nadie sale a la calle a protestar y el emirato se consolida.
          777 — Carlomagno invade Hispania, pero algunos patriotas resisten y, además, inventan una nueva forma de preparar las morcillas de arroz.
          1019 — La dinastía de los Banu Ghaniya, que gobierna en las Islas Baleares, se entrampa para varios años por comprar una alfombra persa de tres millones de nudos.
          1134 — El rey Alfonso I se muere (q.e.p.d.), harto ya de vivir. Le sucede Ramiro II, que se caracteriza por ser monje y porque no sabe mover bien los alfiles en el juego del ajedrez.
          1137 — Ramón Berenguer, gracias a un histórico braguetazo con Doña Petronila, se convierte en rey de Aragón y hace bordar su nombre en todas sus toallas.
          1157 — Sancho III, de la Casa de Borgoña, comienza a quedarse calvo.
          1214 — Reinado de Enrique I, quien mantuvo la paz en el reino... hasta que consiguió armarse lo suficiente como para iniciar la guerra. ¿Contra quién? Poco importa. La guerra es la guerra.
          1212 — Pedro II interviene en la batalla de las Navas de Tolosa, aunque llega tarde al campo de batalla por no estar acostumbrado a madrugar, lo que hace que sus todos sus correligionarios le tomen el pelo.
          1233 — Jaime I conquista Valencia y (hecho que la historia no recoge) la pierde enseguida, por apostársela al julepe sin saber jugar bien. Afortunadamente consigue recuperarla antes de que nadie se dé cuenta.
          1274 — Tiene lugar la batalla del Estrecho. Como no sabemos bien quién peleó en ella ni para qué, este período de la historia continúa siendo un enigma para los historiadores.
          1282 — Pedro III, con el pretexto de atender a sus intereses en el Mediterráneo, se toma unas largas vacaciones en un improvisado crucero por Sicilia y alrededores.
          1348 — Gran victoria de Pedro IV en Épila, no está muy claro en qué guerra.
          1443 — Alfonso V de Aragón se equivoca de camino y conquista Nápoles (con macarrones y todo) sin saber muy bien dónde está. La paradoja es que su conquista dura bastantes siglos.
          1492 — Año glorioso, porque Diego de Rui-Dávalos inventa el morteruelo y otras suculentas variedades gastronómicas.
          1499 — A Fernando de Rojas, el autor de La tragicomedia de Calixto y Melibea, se le mueren varias gallinas, a causa de una enfermedad desconocida.
          1508 — La Universidad de Alcalá publica la Biblia políglota, en griego, hebreo, latín y caldeo. Pero no vende casi nada.
          1522 — Un esclavo malayo llamado Enrique, que pertenecía a Magallanes, es el primer hombre en dar la vuelta al mundo, cuando vuelve a su casa por el otro lado. Elcano será el segundo.
          1535 — Pizarro, Valdivia, Orellana y compañía se patean el Nuevo Continente y se hartan de comer mazorcas de maíz (de donde viene la expresión «la repanocha»).
          1536 — Muere Garcilaso de la Vega. Su nacimiento no fue noticia, pero su muerte sí. Alguna razón habría.
          1561 — Felipe II establece la capital en Madrid y abandona el concepto de corte móvil, porque de la otra forma nunca le llegaban las cartas.
          1565 — La asociación cultural «Los chulapos de Madrid» exige al rey que conquiste las islas Filipinas, para asegurarse el flujo de mantones hacia la península.
          1580 — Felipe II se queda con Portugal, aprovechando un descuido legal de nuestros vecinos. Al parecer, la ley sucesoria lusa la había redactado un becario en prácticas y contenía errores.
          1584 — Muere Santa Teresa de Jesús y, en el lecho de muerte, pide a sus monjitas que no estén tristes por su muerte. Las monjitas obedecen.
          1584 — El insigne arquitecto Juan de Herrera no sabe qué hacer con una partida de ventanas que le han vendido de oferta y convence al rey para que construya El Escorial. El otro va y pica.
          1605 — Se publica el Quijote, tercer el libro más vendido del mundo, después de la Biblia y de las Obras completas de Mao Tse Tung.
          1640 — Portugal se alza en armas y consigue la independencia, porque el gobierno de Madrid está más pendiente de lo que pasa en Cataluña. (¿A qué nos suena esto?)
          1648 — Se firma la paz de Westfalia, acabándose así la Guerra de los Treinta Años. La verdad es que los españoles no sabían nada de que estuvieran en guerra. Se enteraron mucho más tarde.
          1657 — Velázquez pinta Las meninas, pero tiene problemas para cobrar. Además, como criado en palacio, tiene que comer en la cocina y, como a la cocinera le cae mal, siempre le hace sopas de ajo, que no le gustan.
          1700 — La Casa de Austria tiene problemas técnicos y eso repercute algo en la población española en forma de guerra civil.
          1704 — Durante la Guerra de Sucesión, se pierde Gibraltar y todos están tan ocupados que nadie tiene un rato libre para buscarlo. De hecho, aún no ha aparecido.
          1713 — Se implanta en España una monarquía francesa, en vista de lo cual todos los españoles dicen estar muy contentos. (¿Cómo se come esto?)
          1767 — Muere el ensayista Benito Jerónimo Feijoo. ¡Por fin una buena noticia!
          1800 — Goya marca las pautas para la pintura moderna, dejando multitud de trazos sin acabar.
          1808 — Los españoles se enteran con un siglo de retraso de que les están gobernando franceses desde 1713 y se rebelan, en lo que se conoce como la Guerra de la Independencia.
          1810 — La América española se emancipa. A partir de este momento, a las nuevas naciones ya no hay que darles permisos escritos para que puedan ir de excursión con el colegio.
          1833 — Primera Guerra Carlista. Esto es un eufemismo, porque la Segunda y la Tercera se sucedieron sin solución de continuidad. En realidad, estamos hablando de una guerra muy larga.
          1836 — Mendizábal inicia la desamortización eclesiástica, poniendo en venta los bienes de la Iglesia y, antes de poder acabar, le fallan las fuerzas ante tan hercúlea tarea.
          1873 — Prim se subleva, Isabel cae, Amadeo viene y va, los acontecimientos se precipitan. Hay república, la gobiernan intelectuales y fracasa.
          1874 — Los Borbones necesitaban una buena restauración y ésta se hace con fondos europeos. Los dejan remozados y muy aparentes.
          1898 — Los EE.UU. meten las narices donde no les llaman y nosotros salimos perdiendo. El asunto de la pérdida de las colonias siempre nos ha olido muy mal.
          1914 — Se inicia la guerra «que va a acabar con todas las guerras».
          1927 — Surge la Generación del 27, pero los interfectos no lo saben todavía y, como no se figuran que serán famosos y se les escudriñará, hacen muchas cosas de las que luego se arrepentirán.
          1936 — El poeta Juan Ramón Jiménez está en Puerto Rico, donde imparte cursos y pronuncia varias conferencias.
          1939 — España se manifiesta neutral ante el conflicto bélico y cancela sus exportaciones de naranjas a los países de Eje.
          1975 — Se restaura de nuevo a los Borbones (se ve que la restauración anterior no se había hecho a fondo.)
          19... — ¿Ha pasado algo digno de mención desde entonces?

Lawrence de Arabia

 

Hoy deconstruiré una «peli»
requetegalardonada
con óscares y demás
llamada Lawrence de Arabia.
¿Por qué? Porque me apetece
mucho el hacerlo. ¿Qué pasa?

(Ahora creerán los lectores
que esto lo hago por ansia
de dejar a David Lean
en ridículo. Pues nada,
se equivocan; porque yo
—que soy más malo que un ántrax
con muchos— puedo apreciar
las cosas buenas que saltan
a la vista y, aunque a veces
escriba en tono de chanza,
no significa que no
me gusten mil obras clásicas
del arte, como es el caso
de la cinta mencionada.)

La actuación merece un diez:
Alec Guinness, ¡qué pasada
de actor! Seguro que todos
recuerdan lo bien que estaba
en el Río Kwai, en Zhivago,
en Pasaje... y otras tantas
producciones. Yo les juro
que actúa mejor que Ana
Obregón y que el Noriega,
(que son lo que ofrece España).
¿Y Omar Sharif? ¿Qué me dicen?
¡Lo guapísimo que estaba
de árabe malo, en camello,
cuando la toma de Áqaba!
Al O’Toole y a Anthony Quinn
alabarles no hace falta
porque ya sabemos todos
que son actores de talla.

Una anécdota curiosa
(aunque yo no sé si falsa)
cuentan sobre su rodaje,
relativa a una manada
de caballos alazanes
que habían costado una pasta:
pues resulta que en la toma
había una cabalgada;
los «extras» eran gitanos
(pues esto se rodó en Anda-
lucía, no estoy seguro
de si fue Almería o Málaga).
Pues el caso es que corrieron
hasta una buena distancia.
A David Lean le gustó
la toma y la dio por válida.
Pero cuando dijo: «¡Vuelvan!»,
ellos dijeron: «¡Naranjas
de la China!» y se largaron
a celebrar la artimaña
llevándose los caballos
y un buen montón de chilabas.

Bueno, como les decía:
la «peli» es buena, aunque larga.
Cuatro horas de desierto
que, la ves, y en cuanto acabas
te vas al bar más cercano
y te bebes siete «Fantas»,
porque la historia conmueve,
pero da una sed que espanta.

La cosa va de un teniente
más pirado que una cabra
al que le gusta sufrir,
que le zurren la badana,
que le insulten, que le escupan
y yo diría que hasta
que le hagan algo muy feo
—no es cosa para nombrarla—
que le hace un effendi turco,
dejándole hecho una lástima.

En fin: el teniente tiene
la voluntad empeñada
en que los árabes tengan
un país como Dios manda
y para eso pone bombas
en los trenes y se carga
un buen puñado de turcos
que no le habían hecho nada.
Pero como él es inglés...
pues es el bueno. Y no pasa
nada porque escabechine
a los turcos a mansalva.

La moraleja es que hay
dos categorías humanas:
occidentales y cafres;
si eres inglés, pues te hartas
de darle gusto al gatillo
y te dan una medalla,
y si eres tercermundista
te endiñan y tú te aguantas.

Felipe II

 

El rey Felipe Segundo
nunca usaba servilleta
para comer, mas las manchas
que le caían a las prendas
no se notaban, pues siempre
se vestía con ropas negras,
con lo que disimulaba
la grasa de la panceta,
el tomate del arroz
a la cubana o la crema
de los pasteles y bollos
que comía por docenas.
Además de estos ropajes,
se ponía en la cabeza
un gorro de forma rara,
parecido a una maceta,
sólo que al revés, y así
gobernaba España entera
y un trozo del extranjero
sin que nadie se atreviera
a reírse de él en su cara
por esa pinta tan fea.

Fue un rey que hizo muchas cosas
—porque no dormía la siesta—
y tenía mucho tiempo
para meterse en cien guerras,
perseguir a protestantes,
hacer conventos e iglesias
y hasta jugar a la brisca
con toda su parentela.

Para contar su reinado
hay que mencionar primera-
mente que tuvo mil líos
con la monarquía francesa,
que se quería quedar
con un buen cacho de tierra
que España robó en Italia.
Como no hubo componenda,
España y Francia llegaron
a las manos (y a la jeta)
y se dieron de tortazos
en cien batallas cruentas
como la de San Quintín,
que fue una marimorena
de tres pares de narices
y que dicen que hizo época.
Yo les contaría sus causas,
caso de que las supiera,
pero como no estoy nada
ducho en la historia del Rena-
cimiento, no puedo hacerlo,
por lo que ustedes se quedan
sin conocer las razones
que armaron aquella gresca.

Otro tanto me sucede
con el follón de Inglaterra,
que era nación enemiga
por barullos de la Iglesia
y a lo largo de los siglos
hizo mucho la puñeta
a España, por lo que el rey
dijo: «¡Ya está bien, jopetas!»
y armó la Armada Invencible
para zurrarle a la inglesa;
sólo que salió muy mal
la cosa, que una tormenta
convirtió a la flota hispana
en un paté a la pimienta.

¿Qué hace bien Felipe? ¡Ah, sí!:
el asunto de la herencia
que le permite ceñirse
la corona portuguesa
(aunque, por ser cabezón,
le quedaba un poco estrecha).
Esto sucede en el año
de mil quinientos ochenta
y, para hacerlo bonito,
diremos que en primavera.
El rey se dirige a
Portugal y se lo anexa
o anexiona (ahora no sé
cuál es la forma correcta
de conjugar); lo que quiero
decir es que se lo queda
y lo conserva hasta el año
de mil seiscientos cuarenta,
cuando los lusos se hartan
y logran la independencia
así, a la chita callando,
sin que nadie se dé cuenta.

(NOTA ACLARATORIA.—Los portugueses se lograron independizar porque la corona estaba entretenida, sofocando otra rebelión en Cataluña, y no había bastantes soldados para mandarlos a los dos sitios. Se tuvo que optar por uno u otro y el conde-duque de Olivares decidió que era mucho mejor quedarse con Cataluña que con Portugal y sus ricas colonias de ultramar (incluyendo el Brasil y posesiones por toda Asia. Preferimos no hacer comentarios a esta decisión de gobierno.)

Otro logro de este rey
es que encargó a Juan de Herrera
un bonito monasterio,
hecho en piedra berroqueña,
que tuviera mil ventanas
para ver lo que había afuera.
También fijó para siempre
en Madrid su residencia,
porque es que estaba cansado
de ir de la Ceca a la Meca
y eso de la Corte móvil
sólo causaba problemas.

Más cosas. Venció en Lepanto
y hundió la flota turquesa
(no era azul, sino de turcos),
mano a mano con Venecia
y el Papa (aunque España fue quien
tuvo que poner las perras,
que el otro se limitó
a bendecir a la guerra).
Se cargó al príncipe Carlos
(porque estaba majareta).
Se lió con la de Éboli,
una maciza (aunque tuerta),
e inventó lo de poner
un saco por la cabeza.
Impulsó la Inquisición
con subvenciones y dietas,
hizo polideportivos,
inauguró carreteras,
aprendió a tocar la flauta,
comió coles de Bruselas,
rezó el rosario a diario,
causó la Leyenda Negra
e hizo más cosas que no
caben en este poema,
por lo que si algún lector
curioso quiere saberlas
sólo puedo aconsejarle
que se lea una enciclopedia.