William Shakespeare




Hoy destripamos a Shakespeare,

inmortal bardo de Avon

(no la marca de cosméticos,

sino un pueblo que está por

Essex o Sussex o algún

otro condado sajón).

 

No se crean lo que han visto

si han visto Shakespeare in Love,

donde cuentan sus amores,

cómo se las apañó

para trajinarse a

una rubita cañón

—a Gwyneth Paltrow, que estaba

muy sabrosa, ¡sí, señor!—;

porque allí se le presenta

como guapo y seductor;

aquello es todo mentira:

William no era guapo, no,

ni flaco; era más bien gordo

(bueno... gordo, no: fondón);

llevaba una gola horrible,

medias, calzas y jubón

de terciopelo o de pana

(que aún no existía el cheviot)

y, a decir de historiadores,

era algo mariposón

o eso, al menos, se deduce

de sus Sonetos de amor.

 

(No es que a mí me importe, entiéndanme.

Yo en este tema estoy pro

libertades sexuales

y las respeto un montón.

Y si he dicho lo antedicho

ha sido tan solo por

la rapidez adquirida.)

 

Bien. Sigo la relación,

que no es su vida privada

lo que me interesa hoy,

sino probar que tenía

muy poca imaginación

y que era, escribiendo, un vago.

¿Qué digo un vago? ¡Un vagón!

 

Juzguen, si no, lo que digo.

El Guillermito vivió

hasta los sesenta años

y fue bastante precoz

en eso de la escritura;

y en cuarenta años de autor

no escribió cuarenta obras,

sino menos. Digo yo

que escribir una obra al año

no es un ritmo muy veloz

y demuestra que era el tipo

más lento que un caracol.

Lope escribió mil quinientas;

cuatrocientas, Calderón.

Shakespeare solo treinta y cinco

(aunque las cobró mejor).

 

¿Y los temas? Pues robados.

La mitad son de Marlowe.

Otros salen de las Crónicas

de reyes de su nación:

Enrique Uno, Dos, Tres, Cuatro,

Cinco, Ricardo Uno y Dos

y etcétera (estas comedias,

¡lo juro!, son un tostón).

Luego robó temas clásicos

que están en la tradición

de leyendas medievales:

Otelo, Julieta y Rom-

eo, El mercader de Vene-

cia, Hamlet, Macbeth y com-

pañía: nada original.

Y su verso es muy ramplón,

porque escribía en pareados

que, en inglés, suenan atroz.

 

En fin, te habrás dado cuenta,

querido lector, que yo

no admiro mucho a este tío

y me parece que no

es para tirar cohetes

ni prender fuego a un ninot,

porque si copió los temas

e hizo un verso muy ramplón,

toda su fama se basa

tan solo en que le leyó

mucha gente; y si es así,

muchos más han leído a Co-

rín Tellado o a Lafuente

Estefanía —digo yo—

y tendrían que tener ellos

su misma reputación.


 

 


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