LOS CHICOS DEL CORO
(Christophe Barratier, 2004)
Con los ojos todavía lagrimosos, pasamos a describir esta obra filmieducativa que trata de música, de colegios mugrientos y de huérfanos hambrientos (y mugrientos también).
El protagonista se llama Pierre, como la mayor parte de los protagonistas franceses. Es director de orquesta (uno de esos profesionales que, sin tocar ningún instrumento, cobran más que los otros) y aprendió música en un internado cochambroso y gracias a un maestro bajito y gordito que le «descubrió».
Mediante un flashback de cincuenta años, que ya es decir, vemos el reformatorio en 1949, que por aquella época estaba en blanco y negro. Llega allí el nuevo profesor: Clèment Mathieu, un músico de poco éxito (¿qué poco?: ¡ninguno!) que va a ser el prefecto de disciplina encargado de pegar los capones a los niños.
El lugar es brutal. El director es malvado y, además, tiene bigote. Los niños sufren castigos y comen bazofia gala. Casi todos los que están allí metidos son huérfanos o bien hijos de padres muy olvidadizos. Tienen que aprenderse los verbos irregulares franceses, que están especialmente diseñados para torturar infantes.
Mathieu decide enseñarles a cantar (para que alguien, al menos, interprete las canciones que compone) y todos resultan tener voces archiangelicales, mariacállicas o montserratcaballeicas. Pronto cuenta el profesor con un orfeón que ¡ríase usted del donostiarra!
Pierre es por aquel tiempo un zangolotino puñetero que no quiere obedecer, pero Mathieu le soborna dándole las partes de solista. Durante hora y media de metraje, el coro infantil canta catorce canciones igualmente agradables de escuchar, porque son completamente iguales unas a otras.
Pero en las historias tiene que haber un malo. Así es que llega allí un alumno rebelde que arma la marimorena y es severamente castigado, por lo que se le hinchan las narices, se escapa saltando la tapia y, de paso, le pega fuego al colegio.
Culpan al profesor del siniestro y le despiden inmisericordemente, aunque este consigue, antes de irse, que le den a Pierre una beca musical para aprender a tocar el bombo. Cuando ya se va y antes de subirse al autobús, Mathieu se lleva puesto a un alumno huérfano que estaba por allí y de cuya desaparición no se entera nadie, porque en la película pasa lo que el guionista quiere que pase, lo justifique o no.
Los alumnos, agradecidos al profesor, le lanzan muchos avioncitos de papel por una ventana, aunque el día siguiente les toca barrerlos.
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