Macbeth

 


(Escocia, 1040. Un bosque húmedo y neblinoso, cualquier día del año, porque todos los días son así en aquellos andurriales. En escena, Gurrunis, Fringodelia y Lipstacolinia, tres brujas viejas y asquerosas, como debe ser.)

 

Gurrunis.—Hermanas, comencemos nuestro hechizo.

Fringodelia.—Que ha de llevar a Escocia a su perdición.

Lipstacolinia.—Algo que se merece de sobra, debido a la imbecilidad congénita de sus habitantes.

Fringodelia.—Y a su tacañería y falta de higiene.

Gurrunis.—Ya estamos tardando.

LAS TRES BRUJAS.—(Haciendo un conjuro sobre un fuego.) The potato ring. Salad we will eat! The food of lords: small oranges and lemons. The pacifier! The pacifier! I stayed sitting.

(Este conjuro se asemeja sospechosamente a la canción infantil titulada El corro de la patata. Puede ser un curioso ejemplo de intertextualidad en la obra shakesperiana que se les ha pasado inadvertido a los filólogos que la han estudiado).

Gurrunis.—¡Ya está! Arrastrado por nuestras mágicas y sabias palabras, pronto tendremos aquí a Macbeth.

Fringodelia.—¿A quién?

Gurrunis.—A Macbeth: al protagonista de esta comedia. El que se va a cargar a un montón de gente para llegar a ser rey.

Fringodelia.—¡Ah!

Gurrunis.—(Aparte.) Es mi hermana y la quiero mucho, pero sabe menos que un «millennial».

Lipstacolinia.—Dinos, Gurrunis: ¿cómo atraerá Macbeth la merecida desgracia sobre estas tierras?

Gurrunis.—Pues matando al rey Duncan. Es bien sabido por todos aquellos que conocen la historia que cada rey nuevo lo hace siempre mucho peor que el anterior. Es un hecho invariable, casi una ley cósmica del universo.

Lipstacolinia.—Y ¿por qué es así?

Gurrunis.—Pues no lo sé. Habrá que preguntarle al universo. Lo único fijo es que no falla.

Fringodelia.—¿En qué nos beneficia a nosotros la decadencia escocesa, hermana?

Gurrunis.—¡Ay, Fringodelia! ¡Pareces tonta! Los humanos son nuestros más acérrimos enemigos. Nos han venido quemando desde hace siglos no solo a nosotras las brujas, sino también a muchas mujeres que se nos parecían, porque la naturaleza las dotó de bigotes o de verrugas. Todo el mal que hagamos a los mortales se lo tienen bien merecido.

Fringodelia.—Eso sí.

Lipstacolinia.—(Mirando hacia un lateral.) ¡Mirad, hermanas!

Gurrunis.—¿Qué pasa, Lipsta?

Fringodelia.—¿De qué lista hablas, Gurrunis?

Gurrunis.—No, le pregunto qué pasa nuestra hermana Lipstacolinia, a la que llamo Lipsta para abreviar.

Lipstacolinia.—¡Que ya llegan! Con mis poderes de lejividencia he divisado a los que se acercan. ¡Aquí están!

(Salen MACBETH.— y Banquo, que se apean de sus caballos.)

EL CABALLO DE MACBETH.—¡Uf! ¡Menos mal que ya hemos llegado! ¡Estaba molido!

EL CABALLO DE BANQUO.—Mi amo ha engordado bastante en los últimos meses y eso se nota.

(Los dos caballos quedan hablando aparte.)

EL CABALLO DE MACBETH.—Tha am MacBheatha seo na leth-fhacal iomlan agus chan eil mi idir toilichte abhith aig a sheirbhis.

EL CABALLO DE BAQUO.—Uill chan eil Banquo cho gòrach.

Gurrunis.—¡Salve, Macbeth, futuro rey de Escocia!

MACBETH.—(Sorprendido.) ¿Rey de Escocia?

Gurrunis.—Sí, de los territorios de Grampian, Lothian, Galloway y Strathclyde.

MACBETH.—¿Strat... qué? ¿Voy a ser rey de un sitio que no puedo ni pronunciar?

Gurrunis.—Pues . La Fortuna te ha nombrado.

MACBETH.—¡Qué bien!

Gurrunis.—Bueno, la Fortuna no: nosotras, que somos quienes te lo vamos a facilitar.

MACBETH.—(A Baquo.) Esto se pone interesante, ¿no crees, Baquo?

BAQUO.—En efecto, noble Macbeth.

MACBETH.—Y decidme, bellas damas...

Fringodelia.—(Ruborizándose.) ¡Huy, damas...!

MACBETH.—Ilustradme: ¿quiénes sois, por ventura?

Gurrunis.—Nos conocen como «las tres hermanas raras». (Weird sisters. No es una mala traducción nuestra, sino que a Shakespeare no se le ocurrió un adjetivo mejor).

MACBETH.—¡Vaya!

Lipstacolinia.—Aunque eso es cuando se dirigen a nosotras con cariño.

MACBETH.—¿Ah, sí?

Lipstacolinia.—Sí. Cuando no, nos llaman cosas más feas.

Fringodelia.—(Coqueteando.) Somos las Diosas del Destino.

MACBETH.—Pues es un verdadero placer conoceros, mis queridas señoras.

Lipstacolinia.—Tenemos el cometido de revelarte tu futuro.

MACBETH.—¿Has oído, Baquo? Saben el futuro. ¡Qué pena que aún no se hayan inventado las carreras de caballos!

EL CABALLO DE MACBETH.— (Al caballo de Baquo.) ¡Que no corren los caballos, dice!

EL CABALLO DE Baquo.—¡La próxima vez que mi amo tenga prisa, le voy a llevar a ritmo de tortuga reumática.

Gurrunis.—¿Estás preparado para escuchar lo que los hados te deparan?

MACBETH.—(Galante.) Más que los hados, las hadas, que eso sois para mí.

Fringodelia.—(Completamente enamorada.) ¡Qué romántico!

BAQUO.—(A Macbeth, aparte.) No exageréis la nota, amigo; no vaya a ser que luego tengáis que hacer con ellas algo que os desagrade.

MACBETH.—(Aparte a Baquo.) ¿Algo?

BAQUO.—(Aparte a Macbeth.) Me refiero a algo físico.

MACBETH.—(Aparte, a Baquo. Con asco.) ¡Ag! ¡Lagarto, lagarto! He de reconocer, querido Baquo, que estas mujeres brujiles me repelen sobremanera y si algún día está en mi mano, exterminaré a todas las que encuentre.

BAQUO.—(Aparte a Macbeth.) ¡Así hay que hacer!

MACBETH.—(Aparte a Baquo.) Aunque por ahora habré de mostrarme amable, para ver qué puedo sacar de todo esto.

Gurrunis.—¿Comienzo ya mi profecía?

MACBETH.—Pues, claro. El tiempo es oro.

Gurrunis.—Para empezar, pronto seréis barón.

MACBETH.—Ya lo soy.

Gurrunis.—¿Cómo?

MACBETH.—Desde que nací. (Tras una pausa.) Afortunadamente. (Otra pausa.) A ver: no es que yo sea misógino u homófobo ni nada de eso, pero estoy lo suficientemente contento con aquello con lo que la naturaleza tuvo a bien dotarme.

Gurrunis.—¡No sabes ortografía! Me refiero a barón con be alta, no a varón con b baja.

MACBETH.—¡Ah, vamos! Ya entiendo. Bueno, señora, tened en cuenta que soy noble y que los nobles tenemos a gala no saber escribir. Eso se queda para los amanuenses, para esa gentuza de clase media-baja.

Gurrunis.—Serás barón de Glamis y de Cawdor, y puede que de alguna otra aldea infecta. Tu augusto primo, nuestro bienamado rey... bueno, nuestro rey Duncan te baroneará.

MACBETH.—¡Sigue!

Gurrunis.—Luego asesinarás a Duncan y a todos sus partidarios con la ayuda de tu esposa.

MACBETH.—Lo dudo mucho. Mi mujer, lady Macbeth, es una mosquita muerta.

Fringodelia.—(Aparte.) ¡Iluso!

Gurrunis.—¡Anda este! Pues has de saber que, en eso de ser cruel, ella será más famosa que tú. La llamarán pomposamente «la Reina del Mal».

MACBETH.—¡Quién me lo iba a decir!

Gurrunis.—Los hijos del rey difunto tomarán las de Jamesburg para salvar el pellejo y ocuparás el trono por abandono del contrincante.

MACBETH.—¡Olé!

Gurrunis.—¿Qué?

MACBETH.—Olé. Es una expresión del reino de Castilla que significa «Very good!».

Gurrunis.—¡Ah, ya! Sigo.

MACBETH.—Hazlo, por favor.

Gurrunis.—Como existe una profecía que asegura que tu amigo Banquo será padre de reyes, para evitarte líos, le matarás a él también.

BAQUO.—¡Sopla! ¿Me matarás, Macbeth?

MACBETH.—No le hagas caso. Esto de los augurios es todo un engañabobos.

LAS TRES BRUJAS.—(Enfadadas.) ¿Eh? ¿Qué dices?

MACBETH.—(Aparte, a las brujas.) Entendedme, buenas señoras: lo digo solo para tranquilizar a este incauto. (Alto, a Baquo.) No hagas caso, Banquo. Yo te quiero mucho y, además, como bien te consta, soy una bellísima persona, incapaz de una acción tan vil. (A Gurrunis.) Sigue... ¿cómo me dijiste que te llamabas?

Gurrunis.—Gurrunis.

MACBETH.—¡Qué sonoro! Es un nombre precioso.

Gurrunis.—(Presentando a sus hermanas, que sonríen y hacen una pequeña reverencia.) Y esta es mi hermana Fringodelia y esta otra es Lipsta.

BAQUO.—(Aparte.) Eso significa que la otra es tonta.

MACBETH.—Encantado de conocerlas. Les besaría la mano, pero andamos con prisa. Continuad, Gorrina.

Gurrunis.—Gurrunis.

MACBETH.—Eso.

Gurrunis.—Atacarás a los hijos de Duncan en sus refugios para evitarte futuros dolores de cabeza, pero no conseguirás acabar con ellos.

MACBETH.—(Desilusionado.) ¿No?

Gurrunis.—Ni lo más mínimo.

MACBETH.—¡Vaya por Dios!

Fringodelia.—Tu esposa se suicidará a causa de sus remordimientos por vuestros crímenes.

MACBETH.—¡Pues vaya una «Reina del Mal» de chichinabo! ¿Y cómo se suicidará, que tengo curiosidad?

Fringodelia.—Pues no lo sé. Shakespeare no lo dice.

MACBETH.—¡Vaya!

Lipstacolinia.—(Metiendo baza.) Sufrirás el ataque de un bosque.

MACBETH.—¿De un bosque? Eso es imposible.

Lipstacolinia.—Ya te digo yo que sí.

BAQUO.—(Aparte a Macbeth.) Esta Lipsta no hace honor a su nombre en lo más mínimo.

MACBETH.—(Aparte a Baquo.) ¡No me hagas chistecitos de astracán! (Alto.) Explicaos.

Lipstacolinia.—Un bosque te atacará y luego...

MACBETH.—Luego ¿qué?

Lipstacolinia.—Pues...

MACBETH.—¡¿Pues qué?!

Gurrunis.—Te lo puedes imaginar.

MACBETH.—Me imagino lo peor. ¿Estáis seguras?

Fringodelia.—¡Ya te digo!

MACBETH.—No he entendido bien lo del bosque.

BAQUO.—Pues está muy claro: los soldados enemigos avanzarán parapetándose tras unos arbustos. Es un truco bélico más antiguo que los huevos fritos.

MACBETH.—¡Ah, acabáramos! ¡Haberlo dicho!

Lipstacolinia.—¡Si os lo he dicho...!

MACBETH.—Sí, pero es que a mí las metáforas no me entran. Me pasa como con los chistes, que tardo un buen rato en entenderlos.

Gurrunis.—(Aparte.) ¡Y este lumbreras va a ser rey de Escocia! En fin: cada pueblo tiene el gobierno que se merece.

MACBETH.—Abreviad: ¿qué pasa al final?

Gurrunis.—(Dudosa.) Pues el final no está tan claro. Entreveo dos opciones.

MACBETH.—¿Y son?

Gurrunis.—O bien vences a tus adversarios y reinas tranquilamente hasta los noventa y siete años...

MACBETH.—(Impaciente.) ¿O bien?

GURRUNIS.—... o bien Macduff, uno de los hijos de Duncan, vence a tus ejércitos, te pega una paliza de padre y muy señor mío, y finalmente te decapita.

MACBETH.—¡Córcholis!

Gurrunis.—¿«Córcholis»? ¿Qué es eso?

MACBETH.—Es otra expresión hispana de sorpresa.

Gurrunis.—¿Hispana?

MACBETH.—Sí: es que tengo un criado de Zamora, que me enseña palabras. Nosotros diríamos «gosh!» o algo parecido. ¿Así es que pronosticáis mi posible muerte, «fifty-fifty»?

Gurrunis.—Exacto. Eso vemos.

MACBETH.—¡Pues tendríais que ser más precisas! ¡No se puede tener a la gente en vilo con este tipo de disyuntivas! ¿Dónde hicisteis vuestros estudios de brujería, vamos a ver?

Gurrunis.—(Rectificando.) De futurología.

MACBETH.—Bien, de eso. ¿Dónde los cursasteis?

Gurrunis.—Yo, en la Universidad de Aberdeen. Fui la primera de mi promoción.

Fringodelia.—Yo, en la de Stirling. Repetí curso, pero al fin conseguí mi título.

Lipstacolinia.—Yo, en la de Dundee; pero era un curso a distancia.

MACBETH.—¿Por correspondencia?

Lipstacolinia.—Sí, a base de palomas mensajeras. Tardaban mucho en ir y venir, así es que me llevó bastantes años licenciarme, he de reconocerlo.

MACBETH.—El caso es que no podéis asegurarme mi destino final.

Gurrunis.—Te diré lo que se me ha ocurrido: haremos un conjuro para que salgas victorioso de tus enemigos.

MACBETH.—¡Eso está muy bien!

Gurrunis.—Tendrás que pagarlo aparte, claro está.

MACBETH.—Eso ya me lo suponía.

Gurrunis.—Nuestro encantamiento te protegerá de todos los macduffes que intenten algo contra ti.

MACBETH.—¡Magnífico! ¡Muchas gracias! Pues venga, ¿a qué estáis esperando?

(Las tres brujas se cogen de las manos en corro y empiezan a canturrear una salmodia incoherente.)

BAQUO.—¿Funcionará?

MACBETH.—Más me vale.

Gurrunis.—(Acabando su conjuro.) Ya está. Serás indestructible y tus adversarios nada podrán contra ti.

MACBETH.—Perfecto.

Gurrunis.—A no ser que...

MACBETH.—¿A no ser que qué?

Gurrunis.—A no ser que, en algún momento de tu reinado, maltrates a alguna de nosotras o de nuestras compañeras de oficio. En ese caso, haríamos un conjuro nuevo que neutralizaría este y macduff te decapitaría, como estaba previsto que sucediera.

MACBETH.—¿Ah, sí?

Gurrunis.—Sí.

MACBETH.—Entonces ya tengo la solución. ¡Baquo!

BAQUO.—Mandad.

MACBETH.—Anda: hazme un señalado favor y córtales el cuello de inmediato a estas tres señoras.

LAS TRES BRUJAS.—(Al unísono.) ¡¡¡Eh!!!

BAQUO.—¡Excelente idea! Así no podrán revertir el conjuro que os es favorable.

(Baquo saca un cuchillo y en un periquete les rebana la nuez a las tres, en medio de sus aullidos, mientras Macbeth se tapa los oídos para no oírlas.)

MACBETH.—Aquí no hay más «Reina del Mal» que yo. (Aparte.) Ahora solo me queda matar a Baquo, pero lo voy a dejar para la semana que viene, que, para un día, ya han sido bastantes emociones.


 

 

 

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