(Este
descomunal hallazgo literario, que hubiera hecho inmensamente dichoso a
don Ramón Menéndez Pidal, lo efectué en el transcurso de mis
investigaciones sobre la famosa comedia de Plauto Epoctílides y sus amores con Eufratinimeno,
de la que existen varias copias manuscritas. Hallé los versos en la
biblioteca de un monasterio, junto con un códice miniado del siglo XII
que contenía la receta para hacer tocino de cielo sin emplear huevos en
absoluto. Este fragmento perdido viene a completar el poema, por si éste
no era ya lo suficientemente largo. Son cuatro octavas reales, que
pertenecen indudablemente al Canto III de la epopeya, donde el caudillo
español arenga a sus tropas y les infunde ánimos, como solía hacer
siempre que la ocasión lo permitía.)
Dijo Valdivia: «Ínclitos hispanos,
honra y orgullo de cualquier milicia:
me pesa, porque os quiero como a hermanos,
tener que daros una cruel noticia;
en nuestra guerra con los araucanos
variará nuestra dieta alimenticia
y habremos de ser parcos como ascetas
porque se han acabado las galletas.»
Entre las filas cunde el desaliento
y aquellos aguerridos combatientes
—que valen cada uno como ciento
y son soldados de los más valientes—
tienen todos el mismo pensamiento
e iguales obsesiones persistentes;
la misma duda asalta a cada uno:
¿qué tomaremos para el desayuno?
Mas Pedro de Valdivia es gran caudillo,
pues hizo un Máster que duró dos cursos
en donde trucos aprendió a porrillo
y donde le enseñaron mil recursos
para hacer que olvidaran su frenillo
aquellos que escucharan sus discursos
y para convencer de cualquier cosa
a quien esté al alcance de su prosa.
Y con tal confianza, a los famélicos
se dirige con estos argumentos:
«No rebajéis vuestros furores bélicos
porque os sintáis escuálidos y hambrientos.
Usad de pensamientos eutrapélicos,
imaginando bollos suculentos
y así, aunque alimentados de cebada,
creeréis que estáis comiendo una ensaimada.»
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