—¡Buenas tardes! Me llamo Luis Sánchez.
—¿Tiene cita?
—No: vengo por urgencias.
—Siéntese un momento—le respondió la enfermera, tras consultar la pantalla del ordenador—. Tiene suerte. El vocablólogo está ahora libre y le recibirá enseguida.
En efecto. Al poco la puerta de la consulta se abrió. Sánchez entró y se sentó frente a un señor de grandes gafas y aspecto bonachón.
—Usted dirá —dijo el galeno.
—Pues verá: yo soy redactor de noticias en un canal televisivo.
—¡Ah! ¡Eso es interesante!
—Sí; y mi trabajo me gusta mucho. Me pasan la noticia abreviada, tal como sale del teletipo de la agencia, y mi cometido es redactarla de la manera más precisa y más breve, para que ocupe menos tiempo y se puedan dar más informaciones durante el tiempo que dura el espacio informativo.
—Parece lógico.
—Pero... —y Sánchez se emocionó y tuvo problemas para contener las lágrimas— ... últimamente sufro mucho con mi trabajo... No puedo continuar y no puedo permitirme perderlo. ¡Tengo familia!
—Y ¿qué le causa ese sufrimiento? —inquirió el doctor.
Sánchez explotó:
—¡La pasiva! ¡La pasiva en todo! ¡Me obligan a usarla!
—¿La pasiva? ¿Le obligan?
—¡Mis jefes! No sé de dónde viene esa consigna, que mis compañeros han aceptado alegremente! ¿Qué digo mis compañeros? ¡Toda la profesión! Tenemos ya siempre que escribir: «El ladrón no ha podido ser detenido por la policía», que parece que el ladrón quería que la policía le detuviera, pero no lo ha conseguido. Y todo así: «La película ha sido vista por tantos espectadores», «Una red de contrabandistas ha sido destapada por la Guardia Civil», «La tapia ha sido derribada ayer por los obreros», «Las precauciones necesarias han sido tomadas», «Ayer los pasajeros fueron impedidos de tomar el vuelo por los huelguistas» o, ¡peor aún!, «La mujer fue disparada por su marido!». ¿Ve usted el problema?
—Entiendo —respondió el médico tras una pausa.
—Con esa normativa, ni como ni duermo, doctor. ¡Estoy desesperado! ¿Puede ayudarme?
El vocablógolo escribió algo en su libro de recetas y le pasó al papel al paciente.
—Va usted a medicarse con tres dosis diarias de pasiva refleja. Mañana, tarde y noche
—¿De pasiva refleja?
—Sí. Puede hacerlo antes o después de las comidas. Elija la frase pasiva que más daño le haya hecho ese día. Por ejemplo... «Una red de contrabandistas ha sido destapada» y repítase diez veces seguidas: «Se ha destapado una red de contrabandistas. Se ha destapado una red de contrabandistas. Se ha destapado una red de contrabandistas». Así diez veces. En dos o tres días su cerebro debería empezar a sentir alivio. Pruebe durante dos semanas y, si no siente mejoría, vuelva y le ajustaré la dosis de repeticiones.
—¡Muchas gracias! —dijo Sánchez, mientras se dirigía al puerta.
—El siguiente —llamó el doctor.
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