Alba Ramírez Guijarro: Vecovurt, Ápeiron Ediciones, Madrid, 2024, 172 págs.
Alba Ramírez es una joven autora pero con una dilatada experiencia literaria, tanto en su faceta creativa como en la crítica, pues es directora de una revista de filosofía. Es, además, editora, por lo que pasan por su manos cientos de textos de toda índole de cuyos defectos y virtudes mucho ha sabido aprender. Posee, además, amplios conocimientos filosóficos que cimentan sus tramas. Tiene en su haber varias piezas teatrales (Secuestrados, Markos Pe), una novela (La ruleta suiza), traducciones y otros escritos de variada índole.
Su escritura es serena e invita a la reflexión. Tras el suceso, tras el diálogo viene el pensamiento, en una hábil combinación de elementos sobre los que nos hace centrar la atención. Como ella nos dice, su personal estilo va dedicado a quienes tienen un microscopio en los ojos, pretendiendo —y logrando— que el lector sepa mirar más allá de lo episódico de sus tramas.
Como en su novela anterior, donde nos mostraba la parte sórdida de nuestra realidad, la autora nos presenta en esta un definido contraste entre el mundo indígena y la vida occidental «civilizada», en un ejercicio de crítica urbana que nos invita a plantearnos una visión distinta sobre nuestro bienestar y complacencia primermundistas.
En primera persona, el inmigrante rumano Velkan nos cuenta su esperanzado viaje hacia el Nuevo Mundo del Pacífico y su progresivo desencanto con lo que se encuentra. El personaje se lamenta de ver las calles señalizadas con números y añora aquella Europa en la que cada callejón ostentaba sugerentemente el nombre de un emperador o de un artista. Vecovurt, lugar de la acción, es el paradigma de la urbe occidental, moderna y próspera, pero que oculta sus numerosas miserias, que van aflorando a lo largo de la trama y que son quizá la causa de que sus habitantes tan aparentemente felices tengan que recurrir al Trupe, sustancia legal pero altamente adictiva sin la cual los habitantes de ciudad no se sienten capaces de enfrentarse a la vida. Alba Ramírez nos va mostrando con desencanto todo ese trasfondo urbano, lleno de discriminación y desigualdades. En esa ciudad, el protagonista solo puede costearse un oscuro sótano en el que vivir de su oficio de pastelero.
La relación de Velkan con Nit y Yaren, una pareja de vecinos pudientes que le acogen en su casa tras una inundación constituye el armazón argumental, incidiendo en el inevitable planteamiento del trío, pero hay mucho más, porque el libro, aparte de hacer una certera crítica a ese capitalismo que crea siempre dos realidades (la superficial y la subterránea: riqueza y miseria), acumula un gran número de situaciones vitales que se describen con precisión y maestría. Muchas cosas pasan en la mente de los hombres, independientemente de lo agitada o tranquila que sea su vida exterior. Y esto es lo verdaderamente interesante. Abundan las reflexiones sobre lo que te depara el viaje, sobre el cambio, sobre la reacción ante lo nuevo, sobre la adaptación.
Y la ciudad es realmente un personaje más, si no el más importante. Los capítulos comienzan muchos de ellos aportando un nuevo detalle de cómo Vecovurt transforma a los que viven en ella, revelando un nuevo y sucio secreto cada vez. No en balde la novela se titula con su nombre.
Alba Ramírez Guijarro posee el don de la narración, ese que no se aprende ni con cursos ni meramente con lecturas. Sabe intuitivamente elegir lo adecuado y la literatura quizá no es más que eso: saber qué contar y saber qué callarse, elegir la palabra adecuada por encima de la otra, dominar el arte de no incluir lo superfluo en la historia que cuentas. Su estilo es pulcro y directo, de fácil lectura, lo que contrasta con lo profundo del contenido. Esperamos de ella en el futuro otras muchas obras tan bellas, tan logradas y satisfactorias como la presente.
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