La aburrida historia de Tombuctú

 


 

          ¡Tombuctú! Tu solo nombre produce evocaciones de magia, misterio, exotismo y un follón léxico de mil diablos, porque se escribe de muchas maneras diferentes y no hay forma humana de aclararse: Timbuctú, Tombouctou y vete a saber cuántas otras variantes.

Al parecer, Buktú era el nombre de una negrita de acertadas proporciones y de carácter tan extrovertido y amistoso que hacía buenas migas con todos los caravaneros. ‘Tim’ significa «lugar». Así se hizo famoso el sitio como «el lugar donde vive Buktú», pues era parada obligada para muchos. Otras ciudades tenían nombres menos sugerentes.

Dicen los que saben (pero Alá sabe más) que Tombuctú (la llamaremos así para simplificar) esta en Malí, pero esta información ha trascendido hace poco: la ciudad ha sido siempre el lugar perdido por antonomasia. Es la segunda o la decimotercera ciudad del país, dependiendo de por dónde se empiece a contar.

Cuando se trató de islamizar el país, allá por el xv, Tombuctú fue el campamento base. Además, allí estuvo emplazada una de las primeras universidades del mundo, según dicen los tombuctinos, a los que les gusta mucho presumir.

La ciudad la fundaron en 1100 unos tuaregs que eran nómadas, pero que no sabían lo que quería decir ‘nómada’ y que se asentaron allí con objeto de quedarse mucho tiempo. Esto fue durante la dinastía Mandinga, lo que parece una broma nuestra, pero que no lo es.

No dejaban entrar a los no musulmanes, así es que en la puerta había un riguroso control circuncisivo que daba lugar a muchos chistes. Finalmente, como los turistas musulmanes que visitaban la localidad eran más bien tacaños, dormían al raso y se llevaban los bocadillos de su casa, las autoridades de la ciudad decidieron permitir la entrada a los franceses. Pero con esta medida la situación tampoco mejoró y las tiendas siguieron sin vender demasiado.

Ya hemos mencionado antes la famosa Universidad de San Kore, señor que no aparece en ningún santoral.

El primer europeo que entró en la ciudad (que se sepa) fue León el Africano, un musulmán granadino del siglo xvi que, con eso de la Contrarreforma, tuvo que salir pitando de la Península Ibérica. Qué hizo allí es algo que no se sabe, aunque se rumorea que visitó a la Buktú de su momento. Pero nos estamos adelantando (quizá debido a las ganas que tenemos de acabar este escrito de una maldita vez).

Allá por el 1312, un señor de nombre que no se puede pronunciar sin que se te haga un nudo en las cuerdas vocales se convirtió en el rey del Imperio de Malí. La ciudad prosperó y todos sus habitantes engordaron, con lo que los comerciantes de telas vendieron más género. Se abrieron escuelas coránicas y sus paredes se adornaron con gotelé, que estaba recién inventado.

Pero en 1468 el rey Sonni Ali Ber, un convencido animista, tomó la ciudad y la tomó con los musulmanes que había dentro, a los que sacudió a base de bien. Para compensar, su sucesor, Askia Mohamed I, fue un devoto musulmán que sacudió a su vez a los animistas. Esta suerte de bipartidismo zumbón duró hasta fines del siglo xvi, en los que los marroquíes que controlaban entonces la plaza descubrieron que en las famosas minas de oro no había oro y se marcharon, dejando aquella ruinosa ciudad a merced del que quisiera quedarse con ella.

  Luego estuvieron allí los franceses, en el siglo xix, pero el clima no le sentó bien y sólo la tuvieron en su poder un rato.

En la actualidad Tombuctú tiene un problema de aúpa. Por su proximidad al desierto sufre muchas tormentas de arena, que se te mete en los ojos y molesta un horror. Cuando el río Níger se sale, la ciudad se moja toda y queda aislada, con lo que sus habitantes se deprimen mucho.

La falta de monumentos frustra a los turistas, que, nada más llegar, deciden largarse, en cuanto se convencen de que no hay nada allí que merezca la pena. Para intentar relanzar turísticamente la ciudad, el gobierno malí construyó en 2006 un aeropuerto, pero los turistas que llegan allí (en trenes y autobuses principalmente), no se sabe por qué, demuestran poco interés en ir a visitar el aeropuerto, que, además, tiene una entrada muy cara y no permiten que se hagan fotografías en el interior.

El grupo terrorista islámico Ansar Dina destruyó los pocos restos históricos que quedaban en la ciudad, por considerarlos «impíos y, además, tremendamente horteras».

En resumen: Tombuctú es una ciudad aburrida, fallida y frustrante, hecha un asco y muy mal pintada, que ha vivido siempre de su antiguo prestigio, como la Sarita Montiel.

El misterio asociado a su nombre es lo único que le queda.

Está hermanada desde 1987 con Motilla del Palancar.

 

 

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