Los Pelópidas

 

 
          Eurípides solía decir siempre a sus amistades que él se alimentaba de las migajas que caían de la mesa de Homero. No sabemos exactamente cuántas proteínas llegó a consumir el famoso trágico, pero lo que sí es cierto es que las epopeyas del vate griego (o del grupo de escritores en comandita que usaban su nombre) han servido de inspiración y materia de plagio a muchos autores sinvergüenzas de tiempos posteriores.

          Tal es el caso de Jorge Llopis, alicantino e infamado autor de un libro titulado Las mil peores poesías de la lengua castellana, que no recomendamos en absoluto a nuestros lectores, principalmente para que no noten que de la misma forma que Llopis suele copiar a Homero, nosotros le solemos copiar a él.

          La obra que Jorge pergeña —inspirada en la Odisea y en tragedias adyacentes— es más teatral que Boris Izaguirre. Se titula Los Pelópidas y hace referencia a una estirpe maldita que está condenada a la extinción y cuyos miembros no pueden hacer nunca mayonesa, porque siempre se les corta por más que la muevan.

          Expondremos su trama y describiremos brevemente a cada uno de sus personajes de manera sucinta y mencionaremos su cinta, es decir las cintas que todos ellos llevan en las frentes y en las sandalias . (¡Qué juego de palabras más pedestre, Dios Santo! ¿O habría que decir ‘¡Zeus divino!’, para estar a tono con la obra?)

          La ciudad de Tebas está hecha unos zorros. Se halla asolada por peste, inundaciones, ruina, pobreza, impuestos y testigos de Jehová. Ántrax, su arconte, se fue a la guerra de Troya a rescatar a la pelandrusca de Helena y en su ausencia reinan el caos y Elektra, su esposa (pero más el caos, porque ella solo se dedica a sus trapitos y a ponerse mona). ¡Ah! Y hay un rey consorte, el presumido Phideos que, pese a su nombre, tiene un tórax ancho y brazos hercúleos. Ha conseguido seducir a Elektra (algo nada difícil, considerando la predisposición gallinesca de la reina) y es un tirano de libro, porque si se hacen las cosas, hay que hacerlas bien.

          Cuando la obra se inicia, el pueblo se queja de todo, como es la obligación de todo pueblo que se precie. El Corifeo describe las penurias del reino y el resto de los presentes le hace el coro (¡normal!).

          Aparece entonces Creosota, una adivina muy gafe que nunca vaticina nada bonito, razón por la cual todas las demás mujeres le tienen asco (la otra razón es que es más guapa que ellas).

          Phideos hace entonces su pavoneante aparición y larga un discurso populista en el que promete a la plebe todo tipo de bicocas para el futuro: prosperidad, riqueza, seguros dentales y comida gratis para los ciudadanos, especialmente lo que se denomina «el plato de Phideos». Nadie se cree una palabra, pero aun así todos le vitorean por temor a las represalias.

          La reina sale a escena y habla, aunque no tiene nada importante que decir, pero lo hace porque es la primera actriz y no parece bien que cobre un sueldo sin trabajar. Se ocupa de naderías, como tontear un poco con su guapo amante, contarle a su nodriza, Acidia, lo bien que Phideos se maneja en la alcoba y dar a su criada Menestra instrucciones para hacerle la cena a sus dos hijitos.

          Tras una transición que transita, llega allí Ántrax, acompañado de su amigo Faetón, pensador de la escuela peripatética. Ambos vienen de incógnito, pues de resultas del viaje llevan los dos encima tal capa de mugre que es difícil que les reconozcan. Escondidos, contemplan la ruina del reino y lo mucho que los ciudadanos se odian los unos a los otros (no sabemos si esto es algo peculiar de Grecia o si pasa en todos los países). Se enteran de que hay un nuevo rey en Tebas. El cabreo que coge Ántrax al saber que un desahogado le ha birlado el trono y el lecho conyugal (con lo que va dentro) no se puede describir ni en griego ni ninguna otra lengua indoeuropea: hay que recurrir a una conferencia con proyecciones.

          Cuando los autores de la Hélade no sabían cómo continuar una trama, recurrían a los dioses, pero no para pedirles inspiración, sino para hacer que salieran en persona en las obras a solucionar el conflicto. Esto es lo que se ha denominado Deus ex machina, aunque en esta tragedia no aparecen montados en ningún vehículo ni descolgándose de ningún andamiaje, sino andando, como cualquier mortal que no dispusiese de unas cuantas dracmas para comprarse un burro.

          Zeus decide que se vuelva la tortilla, que Ántrax recupere el trono y que a Phideos le frían un paraguas. El pueblo cambia radicalmente de ideas políticas de la noche a la mañana (no hace falta la intervención de los dioses para eso: ha pasado muchas veces en la historia humana) y reconoce a Ántrax como su legítimo soberano.

          Phideos es apresado de inmediato, porque al pueblo le gusta lapidar a los reos, hace mucho tiempo que no he tenido ocasión de hacerlo y lo está deseando.

          Ántrax ordena el lapidamiento y el usurpador Phideos queda hecho fosfatina entre los cascotes, por lo que todo el mundo está feliz, a excepción de Elektra, que de seguro va a echar de menos la musculatura de su finado amado, porque Ántrax siempre fue un alfeñique y, además, debe de haber regresado de la guerra bastante cascado.

          El nuevo rey perdona a Elektra sus infidelidades (porque se siente culpable, ya que él había hecho también de las suyas en veinte años de ausencia) y parece que todo va a empezar a ir bien en aquel reino, antaño maldito.

          Pero, ¡ay!, el Destino no se conforma con que los mortales sufran solo un poquito. Aparece por allí un mensajero y anuncia que Crotón de Salamina, padre de ántrax, ha muerto mientras pescaba el pulpo a la gallega. Ha confesado que Ántrax no era su hijo y que, además, es hermano del Elektra. El lío que se arma es de los que solo entran tres en una docena.

          Las noticias que trae el mensajero no tienen desperdicio, pues informa también de la muerte del rey Cartapacio de Tracia, que resulta ser un hijo de Elektra, al igual que Creosota, por lo que ambas resultan ser hermanas. Descubre también que Ántrax tuvo un hijo años ha y que ese chico era... Phideos, a quien Ántrax acaba de mandar asesinar. La criada Menestra resulta ser hija de Faetón y el mismo Ántrax, hijo de la nodriza. El descubrimiento de que Elektra no es hija de quien creía, sino del rey Bolígrafos de Dacia (que también ha muerto, para no ser menos) le provoca un ataque de histeria, que se ve aumentado cuando descubre que su madre es Arsinoé, una de las mujeres del pueblo (y, además, la más bruta y zafia de todas).

          Elektra, en un rapto de locura, asesina a sus dos hijos y les saca los entresijos, con lo que todos los presentes lloran a mares, como es muy entendible. Luego la reina se suicida, pues es el único medio que se le ocurre para evitar que la pongan de vuelta y media.

          ¿Cómo acaba la cosa? Pues ya se lo pueden ustedes imaginar: muy mal. Ántrax se encuentra con que es el hermano de su esposa, primo de sí mismo, tío carnal de uno, cuñado de otro y se arma tal follón genealógico que decide suicidarse allí mismo para sacarle rendimiento al puñal con que Elektra se ha dado muerte. Se sacude un metido en todo el cuello y muere rápidamente, siendo imitado de inmediato por todos los presentes, a los que seguir vivos les parece una falta de educación cuando su rey ha muerto.

          Solo queda para contarlo Faetón, el filósofo, que resume lo ocurrido con estas sabias palabras: «El mundo es un fandango».

 

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