José Zorrilla

 


 

          Este perillán (no sabemos si ‘perillán’ es el nombre adecuado para aquellos que llevan perilla, como don José; imaginamos que sí) fue un autor habilísimo y, sobre todo, con un don teatralizante de aquí te espero. Incluso sus poemas parecen comedias, debido al acertado uso del diálogo y a la estupenda estructuración. Así es que cuando escribía teatro la cosa le salía muy bien.

          Se le ha acusado de ripioso y de que su verso es en ocasiones ramplón; puede que esto sea así, pero lo que no mencionan los críticos aguafiestas es que sus piezas tienen una estructura dramática inmejorable. Las escenas se suceden unas a otras con gran fluidez, el interés por la trama no decae y estamos esperando folletinescamente lo que va a pasar a continuación. En cada momento se nos plantea un misterio nuevo, una intriga añadida que nos impele a agudizar nuestra atención. Esta estupenda técnica es el secreto del éxito de Don Juan Tenorio. Pero de esa obra hablaremos un poco después.

Zorrilla fue el bohemio típico, que pasó hambre, conoció la gloria y volvió a pasar hambre al fin de sus días. Le gustaba la Edad Media y los espíritus, por lo que la mayor parte de sus obras tratan de la historia de España, que está llena de tipos que eran unos fantasmas. Citaremos El puñal del godo (1842), Sancho García (1846) y Traidor, inconfeso y mártir (1849), y no mencionamos más, porque hay muchas y se nos cansa la mano.

          De esta manera, haciéndolo todo medieval, las empresas usaban en cada una de sus comedias el mismo vestuario de la anterior y eso que se ahorraban.

          De Don Juan Tenorio (1844) se pueden decir muchas cosas. Que es la obra más representada de nuestra literatura y que más anécdotas ha generado. Que todos los actores dicen sabérsela por sopas y, como no se la saben, ensayan poquísimo y luego cometen errores garrafales durante las representaciones. Que tiene todo de elementos desagradables: riñas, duelos, raptos, asesinatos, seducciones y teología. Y que en ella pasan las cosas más inverosímiles. Veamos algunas.

          Por ejemplo, que el tiempo se estira como una goma. A las ocho de la tarde de un día de Carnaval, don Juan tiene una cita en la taberna con don Luis y es muy puntual, pues entra precisamente cuando están sonando las campanadas. Conversa con su rival y se pelea con él. Discute con el padre de doña Inés. Se pelea con su propio padre. Es detenido y conducido a la cárcel. Soborna al carcelero. Se escapa de prisión. Llega a la calle de la amada de don Luis. Habla con su criado. Se pelea con don Luis. Habla con la celestina que lleva sus amores con doña Inés. Unta a la doncella de la dama y luego le dice a su criado que tienen que darse prisa, porque a las nueve de la noche tienen que haber llegado al convento donde está doña Inés. ¿Cómo pasan tantas cosas en tres cuartos de hora? Esa es la magia del romanticismo.

          No solo se estira el tiempo, sino que se trastocan las estaciones y oímos cantar al ruiseñor en pleno invierno. Y tiene lugar la escena del sofá, cuando aún no se habían inventado los sofás. En fin, pasan muchas cosas que parecen imposibles.

          Pero lo más curioso de todo es que el personaje de don Juan nos resulta simpatiquísimo, pese a que es un canalla redomado y asesino múltiple. El público se pone de su parte desde el primer momento y quiere que todo le salga bien. Por eso, al final de la obra, Zorrilla hace que se salve y vaya al cielo (a diferencia de los otros personajes, que caen de cabeza en el infierno). Teológicamente esto es un disparate más grande que la pirámide de Micerino, pero eso no importa. Zorrilla no iba a dejar que un dogma más o menos le chafase el estupendo final de su obra. Esto es lo que diferencia al don Juan de Zorrilla del de Molière, del de Tirso y de los otros, que son todos gentuza.

          El principal acierto de Zorrilla fue no contar muchas de sus maldades del personaje, sino darlas por sabidas y comenzar su narración cuando ya va a volverse bueno, que es lo que hace llorar al público. Pero el malvado Comendador no le quiere perdonar y don Juan tiene así justificación para seguir haciendo fechorías.

          La obra posee otros elementos atinados, como la inserción de otro donjuán (don Luis, que es casi tan malo como el protagonista y se convierte en un rival nada desdeñable) o el tipo de Brígida, una celestina la mar de agradable (tanto, que muchos actores masculinos han querido interpretar ese papel). Pero como ya hemos dicho, el secreto de esta obra está en el engarce de sus escenas, que te llevan de las narices hasta el final apoteósico, con angelitos y las almas de los protagonistas saliendo desde sus bocas y subiendo al cielo. Si el público quería romanticismo del bueno, Zorrilla no dudó en proporcionárselo del mejor que había.

 

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