Topónimos aragoneses

 



 

Este escrito va de topónimos aragoneses, pero resulta que eso ya lo habíamos dicho en el título, por lo que no hacía falta repetirse

 

Almudévar. El nombre viene del árabe al-mudawwar, que significa «el redondo» y hace referencia a lo gordito que estaba el que fundó la ciudad. Pero no nos hagan mucho caso, porque igual es mentira, ya que el libro de donde estamos copiando alevemente todos estos datos seguro que está ya anticuado.

          Villanúa. El topónimo deriva del término latino villa nuda, «la villa desnuda», llamada así porque albergó a una de las primeras colonias de nudistas de la península.

          Ejulve. Tiene su origen en el latín exulve, que viene de exulus, «destierro». Fue el pueblo donde fueron a parar todos aquellos a los que expulsaron de sus respectivos pueblos, por inaguantables.

Alcañiz. El nombre proviene del árabe al-canabiz y éste del latín cannabis, «marihuana». Los antiguos habitantes de esta localidad no consumían este estupefaciente, pero no tenían inconveniente alguno en vendérselo a buen precio a muchos forasteros que caían por allí.

Cariñena. Este topónimo se origina a partir del latín care, «antigua mansio o fonda en el itinerario romano de los siglos primeros». Era un lugar donde te daban mucho cariño, por lo que no hacen falta más explicaciones para que sepamos de qué estamos hablando.

Sariñena. Tiene la misma etimología que Cariñena y alude al mismo oficio, pero tuvieron que modificar algo el nombre porque el otro ya estaba cogido.

Canfranc. Topónimo formado del latín can, «perro», y francus, «francés». No sabemos si lo de perro francés proviene de que en la localidad abundaron los pastores alsacianos o (lo que es más probable) que fuera la forma que tenían allí de llamar generalizadamente a sus vecinos de allende las montañas.

Daroca. El nombre de esta localidad siempre ha sido un follón. Durante la época prerromana se llamó Carbeca: con los romanos fue Agiria y durante la Edad media, Arbeca. Teniendo en cuenta todo esto y también que durante la época de los lusones se llamaba Contrevia, nos quedamos sin saber de dónde demonios viene el nombre de Daroca y reconocemos que no entendemos absolutamente nada de todo este barullo.

Fraga. El origen del nombre de esta localidad no es el que todos nos tememos. De hecho, su población está pensando en cambiar el nombre y que nadie pueda vincularla con aquel señor.

Huesca. Palabra que viene del vocablo prerromano osca, «huraña», «intratable». Claro está que no hay que tomárselo al pie de la letra, porque el nombre se lo pusieron sus enemigos. En realidad la población de esta villa es muy simpática.

Belchite. Del francés belle, «bella», y cité, «ciudad». Algún turista galo y despistado describió así la localidad y los naturales del lugar de inmediato adoptaron y adaptaron el término, porque antes tenía un nombre bastante más feo.

Monreal del Campo. Nombre derivado del latín mons regalis, «monte real», lo cual era una obviedad, pues en aquella época absolutamente todos los montes eran del rey. Se llama «del Campo» para especificar que este pueblo está emplazado en mitad del campo y no en medio de una ciudad.

Mezquinenza. Nombre que viene del árabe mishin, «que carece de bienes». Es la variante popular de la palabra castellana mezquindad y hace referencia que quien fundó la ciudad no fue nada generoso e hizo construir muy poquitísimas casas.

Caspe. Topónimo derivado del latín carpe, «toma», «coge». Alude a un lugar habitado por gente cuca y vividora, pero muy lista, que no desaprovechaba ninguna oportunidad de correrse una juerga y pasárselo bien.

Utebo. Topónimo derivado de la palabra celta uta, que significa «agua», (no sean ustedes mal pensados). Se refiere a que está localizada en terreno llano, junto al Ebro.

Calamocha. Nombre tomado del personaje de Don Frutos Calamocha, que aparece en la comedia El pelo de la dehesa, de Manuel Bretón de los Herreros. El que le pusieran al pueblo el nombre de un personaje demuestra cuánto amaban el teatro los calamochanos (que antes se llamarían de otra forma, claro).

Tamarite de Litera. Los filólogos opinan que el nombre es una deformación y que originariamente era Camarote de Litera. Parece ser que el pueblo lo fundaron unos cuantos que habían viajado muy apretados en una embarcación que iba por el Noguera Ribagorzana.

Calatayud. El nombre se forma a partir de qal’at Ayyub, «el castillo de Ayyub» o «la finca de recreo de Ayyub». Era el lugar donde el tal Ayyub se llevaba a sus ligues a pasar el fin de semana.

Teruel. Toma su nombre de río Turia, que proviene del ibérico itur, «fuente». Menos mal que los árabes lo convirtieron en Teruel, que es nombre bonito, porque si hubieran dejado el original romano, Turiolum, ahora la ciudad se llamaría Turiolo y hubiera generado mucha guasa.

Borja. El nombre deriva de la raíz ibérico-vasca bur-, que nadie tiene ni la más mínima idea de lo que significa.

Barbastro. Viene del latín barba, que significa «barba», como sospechábamos. En la Edad Media la barba era símbolo de la aristocracia y los de este pueblo, que eran algo fantasmas, se la dejaron crecer para presumir de nobleza y apabullar así a los mozos de los pueblos vecinos.

Monzón. Término que viene del portugués monçao, «viento periódico y lluvioso que sopla en algunos mares». Los habitantes de esta localidad eran muy devotos. Un año de sequía rezaron al santo local para que les trajera lluvia y rezaron tanto y tan intensamente que diluvió varios meses seguidos, con furia tropical, por lo que salieron todos flotando. De ahí el nombre que le quedó al pueblo.

Ejea de los Caballeros. El vocablo prerromano eshea significa «la casa». Se refiere a un establecimiento en donde, en lugar de chicas, había donceles varones de buen ver. Ha de indicarse que aquello acabó ya hace mucho tiempo y en la actualidad la localidad es muy respetable.

Graus. Marcus Vinicius Gracus fue un general romano que ganó una vez una batalla sin importancia. Quiso que pusieran su nombre a una población y, como ninguna estaba dispuesta, llegó a un acuerdo con los nativos de esta localidad, quienes, previo pago, accedieron a darle el nombre de Gracus. Luego se convirtió en Graus, perdiendo la ‘c’, más que nada porque los naturales del lugar eran muy perezosos a la hora de pronunciar.

 

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