Phillip K. Dick

 


¿Están locos los escritores de ciencia ficción? La relativamente tranquilizadora respuesta es: no todos.

Pero sí la mayoría de ellos. Quien conozca algo del carácter y hábitos de Isaac Asimov o de Stanislaw Lem lo puede asegurar. Solo que hay entre ellos un gran corporativismo y no cuentan las excentricidades de sus compañeros de profesión, que en las entregas de los premios Hugo y en otras convenciones de literatura de anticipación hacen cosas harto extrañas.

Hablemos aquí de un ejemplo paradigmático: Philip K. Dick, escritor genial cuando quería, pero más raro que una morsa a cuadros (el símil del perro verde está ya muy gastado), que se pasó la vida preguntándose si estaba grillado o no lo estaba, porque el hombre no se hallaba muy seguro de la respuesta. Les contaremos sus síntomas y ustedes opinaran.

Las continuas visiones del autor fueron famosas. Consistían en rayos láser de diferentes colores (pero principalmente tonos cálidos) y patrones geométricos que formaban la figura de Jesucristo (una imagen que resultaba bastante cubista), que estaba de visita en Roma y hablaba con los patricios en un latín bastante decente para ser una persona de las colonias.

En otro momento, el propio Phillip se hallaba en el Imperio, en la época de Octavio Augusto. Él era Tomás, un cristiano perseguido por los romanos, al que se le desataban las sandalias y tropezaba con los cordones, por lo que acababa apresado y obligado a abjurar de su fe, so pena de tener que leerse las cuarenta y ocho Vidas paralelas de Plutarco. Ante esta cruel amenaza, Dick apostataba.

Estas experiencias místicas, como las describía él, le acercaban a Dios o, al menos, a una especie personalísima de dios al que él denominaba Cebra. Más tarde le cambió el nombre por el de SIVAINVI, que merece una explicación. (Y como merece una explicación, la vamos a dar).

SIVAINVI era el acrónimo de SIstema de VAsta INteligencia VIva (en inglés, VALIS, Vast Active Living Intelligent System). El escritor tituló así una de sus novelas y capitalizó sus neurosis. Esto se lo reprocharon más tarde los críticos, pero él se defendió diciendo que no iba a ganar dinero capitalizando las neurosis de un vecino o un amigo: usaba las propias, que para eso eran suyas y podía hacer con ellas lo que le apeteciera.

Este sistema de inteligencia —decía Dick— era un satélite de algún tipo, una fuente divina de conocimiento que usaba sus rayos láser de color rosado para comunicarse con la gente de la Tierra y ejercer sobre ella un efecto desinhibidor que les permitía desnudarse en público, salir del armario, entrar en él o votar al partido demócrata en Texas.

Cuando el rayo le alcanza, el protagonista de la novela —que responde al muy común nombre de Amacaballo Fat— se ve impelido a buscar una explicación teológica que le aclare la realidad circundante y le ayude a la hora de hacer crucigramas.

Dick sostuvo siempre que Amacaballo Fat era una parte disgregada de sí mismo, aunque nunca quiso revelar qué parte en concreto, pues pretendía que fueran los lectores los que lo adivinaran. La novela resultó una mezcla eficaz de misticismo cristiano y batiburrillo gnóstico, escrita en un estilo semejante al de esos libros de instrucciones de electrodomésticos traducidos en China por un traductor automático. Fue, no obstante, una novela eficaz, porque vendió mucho y le permitió a su autor comprarse una piscina hinchable para el jardín.

Volviendo a su carácter y a sus excentricidades, diremos que en cierta ocasión, por escuchar la canción «Strawberry Fields Forever», de John Lennon, tuvo la revelación de que su bebé recién nacido padecía de una hernia y se puso pesadísimo insistiendo en que le operaran. Tras la intervención, se descubrió que sí estaba herniado, en efecto, por lo que no sabemos si esto cualifica como comportamiento raro o como el acto fundacional de la ciencia oculta de la popmelomancia (adivinación mediante las canciones pop).

En otro momento, Dick mostró ser glosolálico (aquel que habla en lengua ininteligible, con palabras inventadas y sintaxis caprichosa). Pero su esposa transcribió uno de sus farfulleos, que resultó ser un discurso en un dialecto griego desconocido. La ciencia no pudo explicar este fenómeno. (La ciencia no ha podido todavía curar el constipado común, así es que ya sabemos que no hay que esperar demasiado de ella).

Podríamos presentar, como otro de sus síntomas de locura, su manía persecutoria y su afirmación de que la CIA le espiaba, pero esto no sería una prueba convincente de enajenación. ¿Por qué? Pues porque es completamente verdad que la CIA espía a todo el mundo, especialmente a los famosos raritos como Dick.

Una vez, el escritor entró en su casa, se robó a sí mismo y lo olvidó convenientemente. Luego denunció el hecho a la policía, que sí se volvió loca buscando lo robado.

El hecho de que tres de sus novelas estén protagonizadas por personajes declaradamente esquizofrénicos y que escribiera todo un tratado técnico sobre este trastorno —que le obsesionaba— podría ser también una pista a la hora de adivinar por dónde iban los tiros.

¿Se le ocurrió alguna vez que podría ser un esquizofrénico él mismo? ¿Tenía Philip K. Dick una disociación de personalidad? Creemos que no, aunque cuando le interpelaban, siempre contestaba en plural, diciendo: «Nosotros no creemos eso» o «Nos vamos a dar un paseo» o bien «No nos ha gustado nada esta película».

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