Comprando la nada

 


 

          ¿Se puede comprar lo inexistente?

¿Se puede comprar la nada?

          Sí, se puede. Por muy extraño que parezca. No sólo esta acción es posible en el universo euclidiano o einsteniano sino que, además, tiene un nombre específico y cuco.

Se llama overbooking.

          Antes de abundar sobre él, diremos lo que no es, empleando el procedimiento dialéctico oriental consistente en dar una vuelta a la manzana (o siete) antes de entrar en el portal de tu casa.

          No hay que confundir el overbooking con hacer lisa y llanamente el canelo. Pondré un ejemplo: cuando yo, que soy un despistado de marca mayor, voy a una gasolinera, aparco, entro, pago, salgo, arranco el coche y me voy sin echar la gasolina (cosa que he hecho varias veces a lo largo de mi vida motorizada), ese proceso no puede ser definido como overbooking o «compra de lo inexistente».

          Cuando inviertes el dinero en sellos (es un decir) con la aviesa intención de que los sellos (no se sabe cómo) trabajen para ti y te produzcan dinero, y luego ese dinero no existe, tampoco eso es comprar la nada, puesto que media un engaño.

          Ya hemos visto lo que el overbooking no es. Ahora diremos lo que es.

          El overbooking es una guarrada.

          La compra de la nada implica que te venden algo que no existe: una plaza de avión que no existe, una habitación de hotel que no existe. Existían en el pasado, eso sí; hasta que llegó otro que madrugó más que tú y se la quedó. Y, sin embargo y pese a no existir ya, te la venden igualmente.

          Lo más bonito de todo esto es que es legal.

          El problema es que yo —como todos ustedes saben— soy alemán y, para hacer honor al tópico, tengo la cabeza cuadrada. No me gustan las excepciones: amo la homogeneidad y la homologación. Si de mí dependiera, todas las naranjas tendrían el mismo tamaño, todos los hombres vestirían con la misma corbata y todos los platos se guisarían con la misma salsa. Así tendríamos un mundo palmariamente mejor.

          Por eso, ante esta cuestión reacciono proponiendo dos soluciones:

          O bien se extirpa de raíz tan asquerosa práctica legal o bien se extiende a los demás ámbitos de la sociedad, para que todas las profesiones —y no sólo el sector turístico— puedan beneficiarse de la compra-venta de la nada.

          Un lector.—Usted perdone, señor Gallud. Yo trabajo en una agencia de turismo y, con todo respeto, le quiero decir que está siendo muy intransigente en sus opiniones y que no me hacen ninguna gracia sus sarcasmos. El overbooking está permitido.

          Yo.—Muchos gobiernos en muchos sitios y épocas han permitido muchas cosas no necesariamente buenas. Ésa no es una razón válida.

          Un lector.—Ese procedimiento nos permite aprovechar mejor el sitio en hoteles, transportes, etc.

          Yo.—¿A costa de los que se quedan fuera al final? Piense usted que en un coche hay un número de pasajeros permitidos, según el modelo. Pero que, en realidad y bien apretujados, caben muchos más.

          Un lector.—La gente lo acepta.

          Yo.—Sí, y es lo que me sorprende. Eso es una prueba de que a la gente, en contra de lo que parezca, no le gusta manifestarse para protestar. Esas mismas personas, si pagan un kilo de cebollas, quieren que el tendero les dé las cebollas.

          Un lector.—Pero así nos aseguramos de que no se nos quedan plazas vacías.

          Yo.—Me habla usted de un riesgo comercial. Pero el que vende cebollas también se arriesga a que no le compren todas y le sobre mercancía. Es una norma del comercio que ustedes se saltan a la torera.

          Un lector.—No voy a seguir discutiendo con usted. Las cosas son así y así van a seguir.

          Yo.—Las cosas no son así por generación espontánea. Alguien sin escrúpulos las hace así. Y otros muchos álguienes las toleran sin quejarse. Así nos va.

          Un lector.—Bueno, como usted quiera. Yo me voy.

          Yo.—Pues ¡adiós muy buenas!

          Ocho días más tarde...

          Un lector.—Señor Gallud, aquí estoy de nuevo. Vengo a disculparme.

          Yo.—¡Hombre! No hacía falta.

          Un lector.—Tenía usted razón.

          Yo.—¿Y puedo preguntar qué ha sucedido para que haya cambiado de opinión?

          Un lector.—Pues que al director de la agencia donde trabajo se le ocurrió la misma idea de eliminar el overbooking o generalizarlo; así es que ha decidido aplicarlo a otras esferas. El otro día, cuando fui a cobrar mi nómina del mes, me dijeron que tenían un único sueldo para varios empleados y que otro más despabilado, que había llegado antes, ya lo había cobrado por mí.

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