Nikola Tesla

 

 

Año 1900, más o menos. Lobby del Chewing Gum Palace Hotel, en la ciudad de Nueva York, según se entra, a la derecha. En escena, Mr. Windbag, pomposo y fondón gerente del hotel, y Jimmy, joven botones. Jimmy lee un periódico, mientras su jefe se quita motas de polvo de su flamante chaqueta.

 

Jimmy.—¡Aquí lo dice: «Nikola Tesla, héroe anónimo de la ciencia…»

Windbag.—(Sarcástico.) ¡Cómo va a ser anónimo, si le conoce todo el mundo!

Jimmy.—Déjeme seguir, Mr. Windbag. (Leyendo.) «… héroe anónimo de la ciencia, abandona su habitual residencia en el Waldorf Astoria y busca un nuevo cuartel general para sus trabajos científicos.»

Windbag.—En verdad, Jimmy, no sé por qué te interesas por ese tipo, que ni siquiera es americano.

Jimmy.—(Con entusiasmo.) ¡Porque posee un gran talento científico! ¡Porque es una eminencia!

Windbag.—¿Cómo eminencia? Por lo que yo tengo entendido, es un siervo.

Jimmy.—Un siervo, no; un serbo, que no es lo mismo.

Windbag.—¿Eh?

Jimmy.—Nacido en Serbia.

Windbag.—¿Y dónde está eso?

Jimmy.—En Europa: es el país donde se suelen dar todas las bofetadas.

Windbag.—¡Vaya una carta de presentación!

Jimmy.—Pero él se vino a América a hacer fortuna y ¡vaya si la hizo!

Windbag.—¿Y eso qué nos importa?

Jimmy.—Pero, Mr. Windbag, ¿no ve usted que el interfecto está buscando acomodo? Dicen que vive durante años en el mismo hotel y que da propinas espléndidas a los botones...

Windbag.—¡Bah!

Jimmy.—… y a los camareros…

Windbag.—¡Bah! ¡Bah!

Jimmy.—… y a las mujeres de la limpieza que le hacen la cama…

Windbag.—¡Bah! ¡Bah y tres veces bah!

Jimmy.—Y a los gerentes, sobre todo.

Windbag.—(Muy interesado de repente.) ¡Va… vaya!

Jimmy.—Propinas principescas. Como gana millones…

Windbag.—Bien: te seguiré la corriente. Cuéntame algo más sobre ese nervio.

Jimmy.—¿Qué nervio!

Windbag.—¿Qué nervio va a ser? ¡Pues el nervio del que estamos hablando!

Jimmy.—El serbio.

Windbag.—El serbio, eso es.

Jimmy.—Es un inventor tremendo. Parece ser que trabajó con Edison unos años, pero surgieron malentendidos entre ambos. Como usted sabrá, estaba sordo. Y dijo que el otro estaba siempre diciendo a voz en grito que se hallaba a punto de descubrir algo, pero que no lo hacía.

Windbag.—Y el otro no le oyó.

Jimmy.—Claro que le oyó, pero se lo tomó a mal.

Windbag.—Pero ¿no estaba sordo?

Jimmy.—No; el sordo era el otro.

Windbag.—¿No era el sordo el que gritaba, como hacen los sordos?

Jimmy.—El que gritó era el que no lo hacía.

Windbag.—¿El que no gritaba?

Jimmy.—Sí gritaba: gritaba diciendo que iba a hacer algo.

Windbag.—¿Pero no lo hacía?

Jimmy.—Era el otro el que decía que no lo hacía.

Windbag.—¿Que no se oía a sí mismo?

Jimmy.—Mr. Windbag, nos estamos confundiendo. Se lo contaré telegráficamente, a nuestro estilo americano.

Windbag.—A ver.

Jimmy.—Edison sordo. Stop. Tesla presumido. Stop. Edison dice Tesla bocazas. Stop. Tesla cabreado da portazo. Stop. Edison dice Tesla chiflado. Colaboración científica toma viento. Stop.

Windbag.—¡Ahora sí! Es que antes no te explicabas con claridad.

Jimmy.—Se han convertido en rivales. Tiene cada uno su propia compañía y compiten por acaparar el mercado de las patentes de electrodomésticos. Sus acciones cotizan a la par en la Bolsa. Yo pienso usar todos mis ahorros para hacerme con acciones de Tesla, porque creo que la teoría de Edison no tiene sentido. Me haré rico. Usted, Mr. Windbag, seguro que tiene un buen gato guardado y debería hacer lo mismo: invertir en los productos del genio.

Windbag.—Veo que has tomado partido.

Jimmy.—En efecto. Es uno u otro. Ambos están metidos en lo que la prensa llama «una guerra de las corrientes». Para quien la gane serán la gloria y la fortuna.

Windbag.—¿Una guerra de las corrientes...? Una guerra de las vulgares y corrientes, quieres decir.

Jimmy.—De las corrientes eléctricas. Edison quería que fuese continua.

Windbag.—¿La guerra?

Jimmy.—La corriente. Tesla pretendía acabar con ella.

Windbag.—¿Con la corriente?

Jimmy.—Con la guerra. Pensaba que tenía que ser alterna.

Windbag.—¿La guerra?

Jimmy.—No: la corriente.

Windbag.—Me estoy confundiendo otra vez. Telegrafíame.

Jimmy.—Guerra corrientes eléctricas. Stop. Edison apoya continua. Stop. Tesla apoya alterna. Stop. Edison insiste Tesla orate. Stop. Ahora empresas rivales compiten por dinero accionistas. Stop.

Windbag.—Ya lo he entendido.

Jimmy.—Mr. Windbag, ¿me permite hacer una llamada telefónica?

Windbag.—Sí, pero sé breve. (Jimmy marca.) ¿A quién llamas?

Jimmy.—A mi agente de bolsa. (Al teléfono.) ¿Aló? ¿Baker? La operación de la que hablamos... Me he decidido, por fin. (Pausa.) Sí, todo mi capital. (Pausa.) Absolutamente todo. Hasta el último centavo. Sí, acciones de la Tesla Electric Light and Manufacturing. (Cuelga.) Ya está hecho. (Contento.) Mi suerte cambiará gracias a ese genio.

Windbag.—Escucha, Jimmy: sabiendo tanto como sabes, ¿cómo sigues siendo un triste botones de hotel?

Jimmy.—Porque los puestos de responsabilidad se los dan siempre a los enchufados que son cuñados de alguien.

Windbag.—(Aparte.) No deja de tener razón.

Jimmy.—Pero, volviendo al tema: ¡imagine el prestigio que adquiriría este hotel con la presencia de un científico tan soberbio!

Windbag.—¿Soberbio? ¿Pero no decías que era serbio?

Jimmy.—Lo de ‘soberbio’ es elogio.

Windbag.—¡Ah, ya! En resumen: tú crees que nos convendría mucho tenerle por huésped.

Jimmy.—Muchísimo.

Windbag.—Pero con todos los hoteles que hay en la ciudad es imposible que elija el nuestro.

(Entra en el hotel Nikola Tesla, un hombre de unos 50 años de edad, despeinado y de aspecto cochambroso. Lleva unos guantes en la mano.)

Jimmy.—(Mirando al recién llegado y cotejando su imagen con la foto del periódico.) ¡Es él!

Windbag.—¿Quién? ¿El severo?

Jimmy.—¡El serbio! Le he visto pasar tres veces por la puerta y por fin se ha decidió a entrar. Pero es él en persona.

Windbag.—(Impresionado.) No puede ser: estas casualidades sólo pasan en las comedias.

Jimmy.—Es que esto es una comedia, Mr. Windbag.

Windbag.—Pues es verdad.

(Tesla se acerca al mostrador. Habla con marcado acento eslavo, marcando mucho las eses.)

Tesla.—Vuenas tardes. ¿El gerente, por favor?

Windbag.—(Nervioso.) ¡El gerente! ¡Que venga el gerente!

Jimmy.—(A Windbag.) El gerente es usted, Mr. Windbag.

Windbag.—Es verdad. (A Tesla.) ¡Encantado, caballero! (Le da la mano.)

Tesla.—¿Los lavavos?

Windbag.—Al fondo a la derecha.

(Tesla se va corriendo a donde le dicen.)

Jimmy.—¡Si que tenía prisa!

(Al cabo de un largo rato, Tesla regresa, poniéndose los guantes.)

Tesla.—(Disculpándose.) Para evitar gérmenes, acostumvro a lavarme las manos durante no menos de dies minutos siempre que toco a alguna persona.

Windbag.—Por supuesto. Muy sensato por su parte.

Tesla.—No crea usted. Devido a esta costumbre mía, creo que moriré virgen.

Jimmy.—(Aparte.) ¡Arrea!

Windbag.—Lo lamento, señor.

Tesla.—No se preocupe. La castidad me es muy útil para desarrollar mis capasidades sientíficas. La energía se canalisa en otras direcsiones.

Windbag.—No lo dudo. Ahora bien: ¿en qué podemos servirle?

Tesla.—Desearía alojarme en su hotel por una temporada.

Windbag.—¡Con mil amores! Le daremos nuestra mejor «suite», Mr. Tesla.

Tesla.—Veo que me conosen. Y lo selevro mucho. Pero no sé si su hotel me conviene.

Windbag.—Tenemos el mejor servicio, caballero.

Tesla.—Puede ser. Pero usted tiene provlemas de sovrepeso y eso es algo que yo no tolero a mi alrededor. Mi mejor secretaria, una eficás profesional que me havía servido vien durante muchos años, engordó y no tuve más opsión que despedirla, pese a sus lloros y a sus súplicas, pues era madre soltera de cuatro hijos y quedava en la miseria sin el empleo.

Windbag.—¡Oh!

Tesla.—Pero la gordura es inaseptable, ¿no cree usted?

Windbag.—(Servil.) Por supuesto. Y le aseguro que en mi caso concreto, el lunes mismo verá usted la diferencia en el contorno de mi cintura.

Tesla.—Y en su personal…

Windbag.—No se preocupe en cuanto al resto del personal.

Jimmy.—(Metiendo baza.) Ningún empleado cobra tanto como para poder engordar, no pierda usted cuidado.

Tesla.—Eso espero.

Windbag.—Le aseguro que estamos a su disposición y que nos haremos cargo de todas sus necesidades especiales.

Tesla.—Muy amavle.

Windbag.—Pida usted por esa boca.

Tesla.—Poca cosa: nesesito un amplio valcón.

Windbag.—Por supuesto.

Tesla.—De otra manera, no puedo escuchar las señales de radio que los extraterrestres me vienen mandando desde hase varios años.

Windbag.—Comprendido.

Jimmy.—(Aparte, a Windbag.) Empiezo a pensar que puede que Edison no estuviera tan equivocado.

Windbag.—(Aparte, a Jimmy.) Calla!

Tesla.—Ha de instalarse un palomar en mi valcón. Los pichones heridos vienen a mí instintivamente para que yo los cuide.

Windbag.—¡Qué tierno!

Tesla.—En una ocasión, una paloma estavlesió conmigo una relasión espesial. Solo tenía que llamarla para que acudiera a mi lado. Amé a esa paloma como un hombre ama a una mujer.

Jimmy.—(Aparte.) «A falta de pan…»

Tesla.—Comprenderán que esto es algo importante para mí. El palomar que mandé instalar en el Waldorf sólo costó 2.000 dólares.

Jimmy.—Una minucia.

Windbag.—Habrá palomar.

Jimmy.—(Aparte.) ¡Será caradura…!

Windbag.—Muy bien. Pero, puesto que el hotel tendrá que incurrir en esos gastos para su instalación, ¿puedo preguntarle cuánto tiempo piensa estar con nosotros?

Tesla.—¡Ah, si el trato es bueno, estaré toda mi vida, hasta que me muera!

Windbag.—¡Qué buena noticia!

Tesla.—Y consideren que mi ecsistensia será larga. Estoy convensido de que viviré hasta los siento sincuenta años.

Jimmy.—(Metiendo baza.) ¿Y cómo logrará eso?

Tesla.—Grasias a dos hávitos estremadamente saludavles que he adquirido.

Windbag.—Cuéntenoslos y así todos nos podremos beneficiar.

Tesla.—Por supuesto. El primero es el whisky, vever mucho, a todas horas. El consumo de whisky alarga la vida. ¿No lo savían?

Windbag.—Claro que sí.

Jimmy.—(Aparte, a Windbag.) Puede que Edison estuviera en lo cierto, al fin y al cabo.

Tesla.—Y mi segundo secreto para la longevidad es flessionar todos los días sien veses los dedos de los pies.

Windbag.—¡Ah!

Tesla.—Pero han de ser sien veses eksactas; si lo hases noventa y nueve veses o ciento una o cualquier otro número de veses, entonses no surte efecto.

Windbag.—¡Ah! ¡Ah!

Tesla.—También camino trese kilómetros y medio cada día.

Jimmy.—Eso parece más sensato.

Tesla.—Y seno esactamente a las ocho y dies de la tarde. Si la sena se retrasa un solo minuto, entonses no seno.

Jimmy.—Me lo estaba imaginando.

Tesla.—Y tras senar o no senar, me voy a la cama.

Windbag.—Para un sueño reparador.

Tesla.—Según, porque sólo duermo dos horas. Aunque yo vaya a vivir siglo y medio, la vida sigue siendo muy corta y hay que aprovecharla. Tengo muchos proyectos que pienso completar durante mi estansia en su establesimiento.

Windbag.—¿Proyectos que serán muy rentables?

Tesla.—Imagino que sí, que mis sosios inversores y yo nos haremos ricos y sélevres.

Windbag.—Háblenos de ellos.

Tesla.—Lo haré, porque me paresen ustedes muy simpáticos. Pero no vayan a ir por ahí contándolos, ¿eh?

Jimmy.—Por supuesto que no.

Tesla.—Podrían rovarme mis geniales ideas. (Entusiasmado.) Pues verán: ahora trabajo en un aparato productor de energía gratuita que durará quinientos años sin desgastarse.

Jimmy.—¡Ahí es nada!

Tesla.—Y estoy desarrollando una cámara espesial para fotografiarle la retina a la gente y así poder ver los pensamientos que tienen en el serevro.

Windbag.—(Con cara de circunstancias.) Eso parece muy útil.

Tesla.—Mucho más útil será mi ossilador mecánico, que podrá causar terremotos en el lugar del planeta que se elija. El ejérsito seguro que me lo compra en varias millonadas de dólares.

Jimmy.—(Irónico.) No nos cabe la menor duda.

Tesla.—Y, además, les daré un dos por uno, pues de regalo añadiré mi superarma «Teleforse» o rayo de la muerte, que acabará con todas las guerras.

Windbag.—(Resignado.) ¡Amén a eso!

Tesla.—Pero bueno, ya les iré teniendo al tanto de mis avanses; lo que ahora necesito con urgensia es instalarme.

Windbag.—Claro. Tenemos una «suite» presidencial que le irá como anillo al dedo.

Tesla.—¿Qué número tiene?

Windbag.—¿Número? El 77.

Tesla.—¡Totalmente imposible! ¿No tienen libre la havitasión número 3?

Windbag.—(Tras mirar en el casillero de las llaves.) Pues casualmente no.

Tesla.—¿La dose? ¿La diesiocho? ¿La cuarenta y ocho?

Windbag.—¿Cómo?

Tesla.—Cualquiera que sea múltiplo de tres. Si no lo es, no podré vivir allí. Una pitonisa me advirtió que no lo hisiera, pues me traería mala suerte.

Jimmy.—(Aparte.) ¡Caray con el temperamento científico!

Windbag.—(Tras hacer números en un papel.) ¿Le sirve la 405?

Tesla.—(Contento.) ¡Sí! ¡Sí! ¡Es múltiplo! ¡Me la quedo! Dentro de poco llegará un camión de mudansas con mi equipaje. Súvanmelo a la cuatrosientos sinco.

Windbag.—Así se hará.

Tesla.—Recuerden que todos los aditamentos de mi havitasión han de ser tres o múltiplos de tres: toallas, javones, esas chocolatinas que ponen ustedes en las almohadas... todo.

Windbag.—Descuide.

(Le entrega una llave.)

Tesla.—Creo que voy a disfrutar de este lugar durante las próximas décadas. Hasta luego.

(Se marcha a su habitación.)

Jimmy.—(Angustiado.) Tengo que llamar por teléfono. Es muy urgente. (Marca rápidamente.) ¿Baker? ¡Anule, anule la compra! ¿Cómo? ¿Que ya es tarde? ¿Que ya está hecha? (Cuelga, angustiado.) ¡Mis ahorros de toda mi vida! Seguro que, si los quiero vender, no sacaré ni diez centavos por dólar.

Windbag.—(Que ha estado leyendo el periódico.) No has leído los últimos párrafos sobre tu héroe, Jimmy.

Jimmy.—(Lloroso.) ¿Y qué dicen?

Windbag.—(Leyendo.) «Nikola Tesla, héroe anónimo de la ciencia, abandona su habitual residencia en el Waldorf Astoria y busca un nuevo cuartel general para sus trabajos científicos. Llevaba residiendo en el Waldorf más de nueve años. La dirección del hotel afirma que se marchó sin pagar ni un céntimo y que les debe cientos de miles de dólares. Se avecina un pleito largo y, dada la situación financiera del ingeniero, todo hace suponer que el Waldorf se quedará sin cobrar». ¡Hemos hecho las diez de últimas!

Jimmy.—¡Al final, Edison tenía razón!

 

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