Amundsen y Scott

 


Entrevista exclusiva a Roald Amundsen, el primer hombre en pisar el Polo Sur, aparecida en el prestigioso diario noruego Aftenposten, el 18 de diciembre de 1924

(Por Olaf Hanssen)

 

Hanssen: Tusen takk for å hoss, Mr. Amundsen.

          Amundsen: Det er min glade. Jeg gjerne svare på alle dine spørsmål.

          Hanssen: Vi snakke om sin ekspedisjon til Sydpolen.

          Amundsen: Tydligris. Hva de ønsker å vite nøyaktig?

 

          (Es obvio que así no vamos a ninguna parte y que como no traduzcamos la entrevista, nuestros lectores se quedarán sin saber qué le pasó al famoso aventurero inglés Scott. Así es que, aunque nos duela en el alma hacerlo, no tenemos más remedio que pagar a un traductor de noruego para que nos ayude en la tarea).

 

          Hanssen: Sr. Amundsen, nos interesa su opinión experta sobre la expedición del malogrado capitán Robert Falcon Scott, el segundo hombre en hollar con su pie el Polo Sur después de usted, cuyo diario de viaje se encontró el año pasado junto a su cadáver.

          Amundsen: Bien. Entiendo que está muy feo hablar mal de un muerto, pero sintiéndolo mucho, no tengo otra opción que hacerlo. El capitán Scott y yo libramos una batalla de velocidad por llegar los primeros al Polo y yo gané sin tener que esforzarme demasiado. Todo se debió a su erróneo planteamiento de la expedición.

          Hanssen: Explíquese, por favor.

          Amundsen: Sí. Scott pensaba, con su lógica personalísima, que si en el Polo Norte hacía frío, en el Polo Sur haría calor; y emprendió le expedición con ropa muy patriótica pero de muy poco abrigo: apenas los chaquetones reglamentarios de la marina inglesa.

          Hanssen: ¿Qué me cuenta usted?

          Amundsen: Lo que oye. Scott fue lo que se denomina un chapucero.

          Hanssen: Pues el mundo coincide en definir al hombre como heroico.

          Amundsen: No lo niego. Un heroico chapucero, entonces.

          Hanssen: Denos detalles.

          Amundsen: Scott era corto de vista y muy testarudo. Parece ser que algún listillo le vendió tres docenas de caballos mongoles diciéndole que eran perros groenlandeses de trineo; él no se dio cuenta del engaño y picó. Sus compañeros le quisieron advertir, pero él no escuchaba a nadie. Ni siquiera sospechó nada cuando el vendedor le advirtió que aquellos perros comían exclusivamente avena.

          Hanssen: ¡Qué barbaridad!

          Amundsen: Claro; los caballos tuvieron que acarrear su propia comida, aumentando el peso, lo que provocaba que se fueran hundiendo en la nieve. Fueron muriendo todos, los pobrecitos, uno detrás de otro.

          Hanssen: Siga, siga.

          Amundsen: Los errores de planificación no se limitaron a la ropa y a los caballos. En cada etapa, se detenía varias horas para tomar el té y, luego, para vestirse para cenar, como buen inglés. Esas horas, sumadas, daban un total de 40 días. Contando con que yo llegué al Polo 35 días antes que él, calculo que de no haberse detenido, Scott habría sido el primero. Pero hay más.

          Hanssen: ¿De veras?

          Amundsen: Su expedición dejó provisiones enterradas en el camino para alimentarse al regreso. Indicaron su posición en un mapa dibujado en el único papel que llevaban. Cuando alcanzaron el Polo, Scott quiso dejar una carta allí, para presumir de su hazaña ante los que llegaran después, pero sólo tenía ese papel. Si lo empleaba, no tendría la seguridad de encontrar las vituallas. Finalmente su vanidad pudo más que la prudencia. Escribió «Scott estuvo aquí» en el dorso del mapa, lo pinchó en un palo y lo dejó allí para la posteridad, reduciendo sus posibilidades de supervivencia.

          Hanssen: Eso sólo lo hace un inglés.

          Amundsen: Eligió a su equipo con una mentalidad clasista, únicamente entre los socios de su club londinense. Pese a las múltiples habilidades sociales de aquellos señores, no eran grandes expedicionarios y le dificultaron el viaje, en lugar de facilitárselo. Scott lo complicó aún más, añadiendo a última hora a otro miembro al equipo, un amigo que había sido compañero suyo en la Stabbington House School y al que no quiso dejar fuera, aunque eso provocó un desajuste en las raciones alimenticias. Además, a su regreso no hallaron las provisiones enterradas, aunque sí los caballos que habían muerto en el viaje de ida. Pero aquellos señores, pese a estar famélicos, renunciaron a comérselos, arguyendo que comer carne de caballo no era propio de gentlemen.

          Hanssen: ¡No me lo puedo creer!

          Amundsen: Otro factor negativo era que los miembros de la expedición se llevaban mal. Jugaban al whist todas las noches, tras acampar, y parece ser que tenían diferencias y discutían respecto a las reglas.

          Hanssen: Prosiga.

          Amundsen: Todo esto, como usted comprenderá, tenía ya muy mala pinta. Pero yo estoy firmemente convencido de que la puntilla para Scott fue el hecho de llegar al Polo y contemplar allí la bandera que yo había puesto. Comprobar que otro se le había adelantado y le había arrebatado toda la gloria fue demasiado para él; durante varios días, a decir de sus compañeros, no fue más que un guiñapo. Babeaba y no hacía más que repetir, como un poseso: «¡Es totalmente imposible que me hayan vencido, porque yo soy inglés!»

          Hanssen: El viaje de regreso probó ser fatal para él.

          Amundsen: En efecto: mientras yo y mi equipo regresábamos sanos y salvos, sin el menor contratiempo, Scott pereció congelado entre las nieves. Yo creo que casi lo hizo a posta: morir como un mártir de la ciencia era la única forma que tenía de evitar el ridículo y la rechifla que de seguro le esperaban a su regreso a Londres.

          Hanssen: ¿Y le salió bien la estratagema?

          Amundsen: Le salió bien; porque cuando alguien pregunta: «¿Quién llegó primero al Polo Sur?», la respuesta es siempre: «Amundsen y Scott», como si él hubiera sido merecedor de ese mérito. Los ingleses son únicos en eso de la propia promoción.

          Hanssen: Cuéntenos detalles de su trágico final.

          Amundsen: Hay poco que decir. Scott se fue dejando a sus compañeros por el camino. En medio de las ventiscas, salían de la tienda de campaña y decían que iban «a dar un paseo». Los demás entendían enseguida lo que eso significaba. No se sabe si lo hacían por desesperación, por ver cerca su muerte o para no tener que seguir aguantando a Scott, que tuvo siempre un carácter desgradabilísimo y que en aquellos días me imagino que estaría imposible de soportar.

          Hanssen: Tengo entendido que Scott dejó escrito un diario en donde detallaba los sufrimientos de sus últimos días.

          Amundsen: Así es.

          Hanssen: Pero hemos dicho antes que no tenía papel para escribir una carta y que, por eso, inutilizó un valioso mapa de provisiones.

          Amundsen: Es correcto. Pero sí tenía un diario, sólo que en aquel momento, en el Polo, no lo encontró, debido a que llevaba la mochila muy revuelta, porque era muy desastrado. Ya hemos dicho que no destacaba por su eficacia.

          Hanssen: Gracias a ese diario sabemos qué pasó.

          Amundsen: Sabemos sólo lo que Scott quiso contar. Personalmente sospecho algo raro, puesto que sus otros tres compañeros estaban mucho más fuertes y sanos que él.

          Hanssen: ¿Qué pretende decir?

          Amundsen: No quisiera calumniarle. Pero, dado su estado de salud, me extraña mucho que Scott fuera el último en morir y que los otros la palmaran antes. Quizá él contribuyó al hecho, echando una mano.

          Hanssen: Eso, claro está, nunca lo sabremos.

          Amundsen: En cualquier caso, su soberbia no hubiera soportado la idea de no ser él quien más resistiera de todo el equipo.

          Hanssen: ¿Qué más decía aquel diario?

          Amundsen: Se las apañaba para que su familia recibiera una buena pensión. Instaba públicamente al gobierno de Su Majestad a que entregara una gran cantidad, como compensación, a las familias de los fallecidos.

          Hanssen: ¿Y el gobierno pagó?

          Amundsen: Lo hizo, y generosamente. Por desgracia, la viuda de Scott se quedó con la mayor parte del dinero, en detrimento de las viudas y los huérfanos de los otros expedicionarios.

          Hanssen: ¿Así es que perjudicó a sus compañeros?

          Amundsen: Y a mí mismo también. En aquel diario me puso a caer de un burro. Afirmó que yo era un tramposo y que había ganado la carrera con malas artes, corriendo más que él. Es natural: me tenía rabia por haberle vencido, por lo que dijo de mí mil cosas feas.

          Hanssen: La verdad es que, después de escuchar la verdadera historia de Scott, me pregunto por qué le hemos dado tanta importancia a ese señor.

          Amundsen: Es lo mismo que me he venido preguntando yo desde el principio de esta entrevista.

 

No hay comentarios: