El duque de Mantua es una buena pieza del Cinquecento que está empeñado en conocer bíblicamente a la mayor cantidad de mujeres que le sea posible. La próxima víctima de su lujuriesca lascivia, su lúbrica lujuria, su láscica lubricidad o cualquier otra combinación de lo mismo va a ser una joven virginal (por poco tiempo) que ha conocido en la iglesia. Pero como hasta el domingo aún falta mucho, entre tanto se propone seducir a la condesa de Ceprano y a la vista de su marido, para que la empresa tenga más mérito y poder luego echarse unas risas.
Rigoletto, el bufón jorobado del duque, le anima a engañar a todos los maridos de la corte y, más aún, a hacerlos matar tras engañarles, pues cree (y tiene razón) que esto complacerá a su amo.
Todos creen en la corte que el bufón tiene escondida a una amante en su casa (a la que le da vergüenza mostrarse, por amar a un jorobado) y le tienen muchas ganas a Rigoletto, que se ha burlado de todos en un momento u otro.
Para que empiece a pasar algo interesante, sale a escena el conde de Monterone, a cuya hija el duque ha forzado (o eso le ha dicho ella a su padre, para quitarse de responsabilidades). Monterone llega con las de Beri, clamando venganza, y solo consigue que le metan en una mazmorra llena de ratones con muy malas pulgas (de esas que te contagian la peste). Pero antes maldice al duque y a Rigoletto con una desgracia relacionada con sus progenies. Como el duque no tiene hijos, la maldición le resbala. En cambio, Rigoletto, que es supersticioso, se queda sin dormir ya durante el resto de la ópera.
El bufón se va a cenar a su casa (porque el duque es tacaño y no le ofrece ni un mísero bocadillo) y allí está Gilda, su amada hija, que vive completamente escondida y a quien todos los que la han visto toman por su amante. ¿Cómo la han visto si vive completamente escondida? Habrá que preguntarle al libretista, porque nosotros no lo entendemos. Para preservar su honra, ella no va a ninguna parte, salvo a la iglesia (nos lo estábamos imaginando), donde ha conocido a un joven apuesto (aunque no hace falta apostar para saber que es el duque de marras).
El duque entra en casa de Rigoletto —el otro se ha ido a comprar sellos para una carta urgente— y se encuentra con Gilda. Le miente, diciéndole que es un estudiante (le miente triplemente, porque no solo le oculta su ducado, sino que además se quita años y prescinde del hecho de que no ha estudiado nada en toda su vida).
Fuera de la casa, Ceprano y un amigo planean el rapto de la supuesta amante del bufón y lo hacen hablando tan fuerte que Gilda escucha voces y echa al duque, para que la cosa no se líe.
Los raptores se encuentran con Rigoletto y le convencen (con una bolsa de oro) para que les ayude a raptar a la condesa de Ceprano. El bufón se trola la traga (se traga la trola, queremos decir) y lo hace, ayudando de hecho al secuestro de su propia hija (ah, la maledizione!).
El duque está preocupado por la desaparición de la chica, pero los cortesanos se la traen, como supuesta amante del jorobado, más jorobado ahora que nunca. Rigoletto se huele el asunto y pide a los cortesanos que le den a su hija, pero lo que le dan es una paliza. Por fin, la muchacha le cuenta a sus padre sus amores y pide perdón para el duque, pero Rigoletto dice algo así como: «¡Sí, sí... ya, ya!», que no augura nada bueno, mientras continúa planeando su venganza.
Rigoletto se ha hecho amigo de un tal Sparafucile, posadero y asesino a tiempo parcial y que hace unos precios muy razonables, y le ha encargado acabar con el duque. Pero antes tiene que demostrarle a su hija que el otro es una hiena putrefacta y un maligno seductor.
El duque llega a la casa y Rigoletto le dice a su hija que ha venido, hambriento de sexo, para devorar a la hermana del asesino, Maddalena. Sparafucile pide diez escudos de oro por el asesinato express y Rigoletto manda a su hija a casa, para que se vista de hombre y huya a Verona, donde él irá más tarde, cuando el asesinato esté completado.
Anochece, llueve y el duque pide en la posada una habitación con vistas al mar (algo difícil, estando la ciudad 150 kilómetros tierra adentro). Como esto no puede ser, tiene que conformarse con mirar a un lago (aunque es de noche y no se ve nada de todas maneras).
Gilda, que aún ama al duquesito, vuelve a escena vestida de hombre y escucha a Maddalena intentando convencer a su hermano de que mate al bufón, por el que sacará más dinero. Sparafucile no puede matar a Rigoletto porque aún le debe diez escudos y no puede matar al duque porque es un huésped en la posada y aún no ha pagado, por lo que ha decidido matar en su lugar al primero que aparezca por la puerta.
Para salvar a su amado, Gilda decide sacrificarse y entra en la posada fingiendo ser un mendigo que acaba de recibir una herencia y por eso lleva un traje nuevo. El asesino la apuñala inmisericordemente y se queda tranquilo, con la satisfacción del que ha hecho a conciencia su trabajo.
Llega entonces Rigoletto con el dinero y el matador le da un saco, supuestamente con los despojos del duque, por lo que el bufón se queda tan contento.
Pero cuando va a arrojar el saco al río, oye al duque cantar dentro de la posada la famosa aria de «La donna è mobile». Horrorizado (el duque canta muy mal), abre el saco y descubre a su hija agonizante. La escena termina con un lamento desgarrador de Rigoletto, que se acuerda de la maldición, del duque de Monterone y de la duquesa de Monterone (su anciana y venerable madre).
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