Etiqueta para banquetes

 


Si queremos fingir que somos gentes educadas y elegantes, duchas en el arte de recibir, tendremos que seguir unas normas de comportamiento en todos los actos sociales a los que nos empeñemos en asistir. Y si éstos tienen lugar en nuestra propia casa (en forma de comilonas o sesiones de bingo), con más razón aún.

          

INVITACIÓN

          Para invitar a alguien a comer hay que mandarle una tarjeta escrita, procurando no olvidarnos de incluir en ella qué día y a qué hora se celebrará la comilona. Si no incluimos estos datos, el presunto invitado entenderá enseguida que se la hemos mandado de boquilla y que en realidad no estamos dispuestos a que coma gratis a nuestra costa.

          Es preferible que el papel en el que escribamos la invitación sea blanco y nuevo, para empezar. Invitar a la gente en el reverso de la factura de la tintorería o similar no es de buen gusto. En el caso de que el futuro comensal sea vecino nuestro, tampoco es chic invitarle a gritos por la ventana o por el hueco de la escalera.

         

NÚMERO DE COMENSALES

          El número adecuado de personas está en función de la vajilla de la que dispongamos. Tener más invitados que platos son ganas de crearse problemas innecesarios a la hora de hacer turnos.

            En general, aconsejamos que la cantidad de invitados sea mayor de cero y menor de 2.000. Esto tiene su lógica. Si el número de invitados no es mayor de cero, entonces puede decirse que el convite no logrará ser un éxito. Si supera los 2.000, éstos tendrán dificultades para aparcar en las cercanías de nuestro domicilio. (Si el día anterior al convite echamos azúcar en los depósitos de gasolina de los coches de nuestros vecinos, éstos tendrán que llevarlos al llevarlos al taller y liberarán espacio de aparcamiento en nuestra zona.)

 

HORA DEL CONVITE

          Es una práctica común que las comidas o las cenas sean a la hora en punto o a la media. Pero, si queremos ahorrar, nosotros recomendamos fijar el banquete a una hora extravagante: por ejemplo, una cena a las ocho y veintitrés minutos y medio de la noche. ¿Por qué? Es bien fácil explicarlo. Poniendo la cena esa hora, al menos la mitad de los convidados creerán que se trata de una broma y no acudirán, con el consiguiente ahorro en comidas y bebidas. Como, por otra parte, al final la cena sí tendrá lugar y todos acabarán por enterarse, los que no acudan no podrán pensar que se les tomó el pelo y habremos quedado bien invitándoles en teoría y sin tener que darles de comer en la práctica.

         

RECEPCIÓN DE LOS INVITADOS

          Debemos presentarnos ante nuestros invitados en bata y sin peinar. A continuación, les informaremos de que se han precipitado en llegar, que no les esperábamos aún, porque la cena no era a las ocho y veintitrés minutos, sino a las ocho y cincuenta y tres (les mostraremos una invitación con esa hora precisa, preparada al efecto). Ellos se sentirán violentos por haber llegado pronto y se ofrecerán para ayudar con los preparativos. Les pediremos entonces que vayan preparando la ensalada y los canapés mientras nosotros nos acabamos de vestir. De esta manera lograremos que ellos nos hagan la mitad del trabajo.

Una vez que estén dentro, conviene indicarles dónde se ubican los lavabos, para impedir que vayan abriendo todas las puertas de la casa y que alguno no los encuentre y utilice inadecuadamente el cuarto de la plancha o algún trastero.

          Durante la velada no hemos de dejarlos solos ni un momento, salvo que no les tengamos mucho aprecio a nuestros ceniceros de plata. Este consejo pudiera parecer un poco cínico, pero está basado en la ciencia estadística.

 

COLOCACIÓN DE LOS COMENSALES

          En un banquete formal son los anfitriones los que cortan el bacalao, en el sentido literal y también en el sentido figurado de que son ellos los que deciden quién se sienta dónde. Hay unas reglas que se aconseja seguir.

          A las parejas nunca debemos sentarlas juntas, salvo que nos caigan mal y deseemos hacerles la puñeta.

          Es costumbre alternar a hombres y mujeres. En caso de duda sobre el sexo de los invitados, pueden echarse a suertes los sitios, tirando una moneda al aire o sacando la pajita más corta.

          Si es inevitable, pueden sentarse dos hombres juntos, pero nunca dos mujeres y mucho menos si llevan vestidos parecidos.

          Hay que tener buen cuidado en no colocar en el plato las tarjetas con los nombres de los invitados, pues muchos se olvidarán de quitarlas y el camarero les echará la sopa encima de las tarjetas al menos en un 25% de los casos.

          Con vistas a que las posibles fotos salgan resultonas, conviene sentar a los invitados más feos en los lugares peor iluminados de la mesa.

          La edad es un factor de respetabilidad que otorgará preferencia a los mayores y les asegurará los asientos situados cerca de la presidencia. Conste que estamos hablando de los hombres. Cualquier mujer a la que sentemos cerca de la susodicha presidencia —dejando implícito que las consideramos de avanzada edad— no nos lo perdonará nunca.

Las mujeres casadas o con pareja suelen tener preferencia sobre las solteras o divorciadas, a las que se considera mujeres de menor de menor éxito social por haberse mostrado incapaces de pescar y conservar un marido.

          Los rangos sociales (títulos) otorgan preferencia. Así, a un duque le sentaremos más cerca de la fuente de ajoaceite que a un conde o a un mero barón. Al hablar de títulos, incluimos también los de Liga, Copa, Supercopa y Champions. Si viene algún Balón de Oro a tu convite no le vas a dar de comer en la cocina o en la mesa de los niños.

          En caso de igualdad de rango, se da preferencia a los extranjeros sobre los nacionales, sobre todo si pertenecen al cuerpo diplomático o son jefes de cualquier mafia, para evitar ofensas protocolarias y posible ruptura de piernas.

         

ELECCIÓN DE MENÚ

          En las cenas de gala el menú ha de ser variado y debe evitarse en lo posible el concepto de «plato único», así como las «patatas a lo pobre».

Siempre habrá algún invitado incordioso que sea vegetariano y que nos descabale la logística. En su beneficio hay que tener preparado un plan ‘B’. No vale con preguntarle: «¿Quieres que te hagamos una tortilla en un momentito?». No. Lo que hemos de hacer es tenerle preparada una ensalada consistente en lechuga y absolutamente nada más, y sin aliñar. Debe quedarle claro que eso es un castigo por ser tan difícil de contentar. (A los veganos, directamente es mejor no invitarles.)

          Los platos deberán estar listos de antemano. No podemos dejar a nuestros invitados solos al poco de que hayan llegado para irnos a freír algo. Las empanadillas, croquetas, etc. se fríen horas antes y se sirven tal cual; si a alguien no le gustan frías, que se amuele.

Tiene que haber amplio surtido de bebidas, pues no a todo el mundo le gusta beber tintorro con la sopa. Si queremos minimizar el trabajo, deberemos ofrecer las debidas a destiempo. Si durante los aperitivos preguntamos si alguien quiere té o café con el queso y las aceitunas, nadie dirá que sí y nos evitaremos tener que prepararlos.

Pudiera parecer que, como anfitriones que somos, tendría que ser nuestra responsabilidad que nadie bebiera demasiado alcohol, pero en realidad, cuanto más beban, mejor recordarán luego habérselo pasado. Así es que nuestro control sobre este aspecto deberá limitarse a conseguir que se mantengan limpios y decorosos hasta que abandonen nuestro domicilio. Dónde vomiten o a quién atropellen después de irse, ya no es responsabilidad nuestra.

 

TEMAS DE CONVERSACIÓN

          Un banquete puede ser un momento ideal para intercambiar opiniones. El problema es que, de facto, resulta peligroso hablar de prácticamente cualquier tema. Veamos por qué.

          La política está vedada. No se ha documentado aún ninguna conversación sobre este tema en ningún foro humano que no acabase irritando a ambas partes conversantes.

          El sexo (consejos, chistes, etc.) resulta de mal gusto, especialmente delante de sacerdotes, imanes, monjes budistas y demás, que están siempre muy susceptibles con esto.

          Con el deporte sucede lo mismo que con la política. En los estadios siempre se puede recurrir al desahogo psicológico de insultar al árbitro, pero en una cena esto resulta inadecuado y las ideas contenidas salen a la superficie en forma de mala baba y frases punzantes.

          Se podría hablar de religión, pero la realidad es que las gentes de cualquier religión suelen ignorar casi todo acerca de las otras fes, con lo que la confusión es tremenda e imposibilita el diálogo.

          Resulta de mal gusto hablar de las enfermedades propias o ajenas, con enumeración de síntomas escatológicos y descripción de vísceras, fluidos indeseados y procesos putrefactorios. Además, es un tema que fomenta el ego, pues todo el mundo quiere tener una enfermedad más grave que el de al lado y describirla en detalle, lo que acaba siendo deprimente para todos los oyentes.

          Se recomienda, pues, hablar del único tema que nunca es polémico: las virtudes y bondades de la tortilla de patata.

         

OTROS DETALLES PROTOCOLARIOS

          Si ayudas a sentarse a las mujeres, sosteniéndoles la silla y arrimándosela luego, parecerás machista y paternalista, y las mujeres se enfadarán contigo. Por otra parte, si no les ayudas a sentarse, pensarán que eres un desconsiderado y un grosero, y también se enfadarán. Para evitar este dilema, te recomendamos que prescindas de las sillas y hagas que tus invitados coman de pie.

          El inicio de la cuchipanda la marca la anfitriona al desplegar la servilleta. Es la indicación de que podemos empezar a comer. Si ella se olvida de hacerlo (por descuido o porque tenga la costumbre diaria de limpiarse con la manga), entonces tienes un problema. Mira a tu alrededor y fíjate en cuántos comensales han empezado ya a manducar. Cuando haya más personas comiendo que sin comer —esto es: cuando los comientes constituyan al menos la mitad más uno—, puedes empezar democráticamente a comer tú también sin riesgo de sufrir reproches. Siempre se está seguro yendo con la mayoría.

          Los cubiertos están colocados en orden de utilización, de fuera a dentro. Si el camarero estaba distraído pensando en su novia (o novio) y te ha colocado el cuchillo de pescado para tomar el consomé, tendrás que esforzarte más para tomarlo, pero nunca debes romper el protocolo alterando el orden de los cubiertos.

          Al comer no hay que inclinar la cabeza hacia los cubiertos, como si los cubiertos fueran una autoridad civil o militar. Tenemos que hacer que recorran todo su camino hasta nuestra boca, manteniendo la espalda erguida como si lleváramos faja (en caso de que no la llevemos efectivamente).

          Las copas deben cogerse por el cuello, nunca por la copa y rotundamente jamás con las dos manos. En cuanto a lo de elevar el meñique al beber, es un verdadero dilema. Si no lo elevas, parecerás zafio, burdo y patán; si lo haces, serás con razón tildado de cursi, pijo y afeminado. ¿Qué opción es preferible? Obviamente ninguna; así es que puedes elegir entre una falangeostomía (o como se llame), que no resulta extremadamente dolorosa ni tremendamente cara (por unos 1.000 € te la pueden hacer en cualquier hospital con un mínimo de higiene), o bien comer con manoplas o guantes de boxeo, para que no se sepa si elevas el meñique o no lo elevas.

          No debemos hacer ruido con los cubiertos, como si estuviéramos acompañando con ellos una jota segoviana; por el contrario, su uso debe ser más silencioso que una película de Buster Keaton.    

          Está muy feo limpiar los cubiertos con la servilleta antes de empezar a comer. Es como si llamaras cochino al que supuestamente los lavó. Si están positivamente sucios, debes aguantarte y sonreír, recordando aquel adagio latino que dice: «Quod non te occidit, crassus». («Lo que no mata, engorda». Parece ser que lo dijo Julio César cuando sus legiones, desabastecidas, tuvieron que comerse a algún galo rebozado, con guarnición de coles de Bruselas.)

           Al acabar, los cubiertos se dejan sobre el plato en una posición concreta, para que el camarero no nos sirva más. Deben parecer las manecillas de un reloj a las 5:30 ó a las 4:20, aunque las 3:15 también sirven. Si los pones, por ejemplo, a las 12:45, el camarero entenderá que te has quedado con hambre y te servirá más de ese puré tan asqueroso que te han dado y, quieras que no, lo tendrás que deglutir.

          Tampoco resulta de muy buen gusto que los invitados se lleven a casa la servilleta, como si fuera una toalla de hotel. Si sospechamos que algunos de nuestros convidados lo hace, el protocolo permite al anfitrión cachearle a la salida, siempre y cuando lo hagamos con guantes y sin dejar de sonreír amistosamente.

 

2 comentarios:

Recomenzar dijo...

Si queremos fingir que somos gente educada y elegante va todo en singular...besitos

Enrique Gallud Jardiel dijo...

Gracias por tus palabras.