Títulos varios 4

 


 La del Soto del Parral

 

En la finca rústica conocida como «El Soto del Parral» viven Germán y su esposa, Aurora, cuyo nombre no recuerda nunca nadie, por lo que la llaman lógicamente «la del Soto del Parral». Ambos son sería muy felices si no fuera porque no lo son. La razón es que Germán está siempre mohíno, que es como se está en los pueblos cuando se está triste (nunca se ha tenido noticia de que alguien de ciudad este mohíno: siempre es en el campo). Su amigo Miguel va a casarse con la Angelita, pero las malas lenguas del pueblo (o sea: todas) aseguran que Germán sale de casa de la Angelita a altas horas de la noche. Miguel decide ajustarle las cuentas y hay bofetadas. Aurora repudia a su marido, que se va a dormir a algún cobertizo de esos que hay en todas las fincas. Finalmente nos enteramos de que Germán visitaba a la Angelita para insistirle en que no estaba bien que se casase con Miguel, ya que ella había sido amante de su padre (del padre de Miguel, no del suyo). Todo se aclara y los personajes lo celebran con vino y mantecados.

 

 

Marina

 

En una playa de Lloret de Mar, los pescadores cantan y comen gambas. Marina, huérfana acogida, espera la llegada del hijo de la casa, Jorge, que la ama en secreto y a quien ella ama también en secreto, porque en ese pueblo a nadie le gusta que le llamen bocazas. Pascual, otro pescador, le pide a Marina la mano y lo que va detrás. Ella le dice que le pregunte a Jorge si da su consentimiento como hermano postizo, para así picarle y hacer que se anime a declarársele. Pero Jorge anda mal de reflejos y, cuando Pascal le aborda con la pregunta del millón de dólares, le responde que se case con ella si quiere. Marina se queda muy chafada y Jorge, más. Afortunadamente, Pascual es tonto y tras un ataque de celos que no viene a cuento, rompe públicamente su compromiso con Marina, quien decide no cometer dos veces el mismo error y, al verse libre, se le tira al cuello a Jorge sin perder un minuto (se le cuelga amorosamente del cuello, queremos decir). Los pescadores se alegran de que al fin haya boda aunque cambie el novio, porque ya muchos se habían encargado el traje para la ocasión.

 

La canción del olvido

 

De La canción del olvido no nos acordamos, así es que esta zarzuela no podemos contársela.

 

 

El último romántico

 

          Enrique es un romántico liberal y recalcitrante revolucionario que tiene una novia pobre y aguadora, Encarnación, que en realidad le importa un pimiento de La Vera, porque él está enamorado de la rica Aurora, condesa de Téllez, está casada con el conde de Téllez (nos lo estábamos figurando). Como esto sucede en 1872 y como el conde es más conservador que el director de un museo, el conflicto está servido. Cuando el conde se entera de que el otro le quiere birlar la esposa, le acusa falsamente de conspiración política, porque ha habido una bomba que ha estallado como se esperaba de ella. Le echa encima a toda la policía represora para que sin perder un minuto le ahorquen o le fusilen, lo que sea más rápido. A Aurora no le queda otra que apoquinar la pasta y sobornar a la policía para que le deje ir. El joven sale escopetado para Francia dejando a su novia tirada como si fuera un «Kleenex» usado y en los siguientes diez años nadie sabe nada de él. Encarnación le promete que le esperará siempre y que su amor por él será eterno, pero al poco se casa con un guardia, para no tener que trabajar más. Tiempo después, regresa y se encuentra con Aurora, que ahora es viuda y diez años más vieja. Aun así se decide a cargar con ella y la convence para que se vaya con él a París a comer esos macarons tan ricos que venden en la rue de Rivoli. Ella no acaba de decidirse a escapar, porque Enrique vive en la buhardilla de un séptimo piso, por lo que tendrá que ser ella la que le mantenga a él en lo sucesivo y quien corra con todos los gastos. Pero el amor triunfa y ambos reservan pasajes en el coche-cama del expreso a Hendaya que sale por la noche.

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