Reseña de «Una conversación con Enrique Gallud Jardiel», por Luis A. Bañeres

 


Breve reseña del libro Una Conversación con Enrique Gallud Jardiel (Ed. Ápeiron Ediciones, 2023), de Roberto Vivero

 

Esta obra presenta algunas particularidades de estilo. Se trata de texto en formato epistolar, en la que dos autores, el propio Roberto Vivero y Enrique Gallud Jardiel, repasan la vida y obra de este último, a través del arte en general, y de la literatura en particular, que resulta en una suerte de duelo de plumas solventes. Vivero pregunta a Gallud desde el proscenio y Gallud responde al público desde el escenario.

Me referiré a Enrique Gallud Jardiel como Gallud, porque (y el libro toca este punto) es injusto valorar a este autor con el eterno foco de su abuelo (Jardiel Poncela). Tiene una obra extensísima y variopinta que merece ser analizada fuera de la presión de herencia alguna.

Es el segundo libro de Vivero que leo, tras Correspondencia intelectual (Ed. Ápeiron Ediciones, 2023), también en formato epistolar.

Conozco algunas obras de Gallud. Realmente, la oferta de este autor cunde tanto, que me quedo con la parte cómica, igualico que hago con Mendoza, por una cuestión de prioridades y gustos, y porque, además de entretener, conforma una guía de estilo de un autor de enorme altura.

Su estilo es grácil; y seguro que hay una palabra más apropiada, pero es la que me ha venido a la mente. Se mantiene alejado de lo soez y la estridencia, y más que evitar los charcos, los ningunea con maestría para poder caminarlos.

Siempre tiene a bien racionar cada obra en múltiples capítulos, lo que ayuda, y mucho, a la hora de dosificar la lectura sin tener que dejar a un personaje a medio caer o a medio respirar.

A mí particularmente me encanta cómo juega con los latinajos, haciendo que esta lengua resulte menos correosa, cómo se inventa palabrejas que tienen incluso una lógica semántica contextual, o la manera particular que tiene de reducir un personaje histórico a cuatro trazos en una caricaturización absolutamente genial.

Pero una característica única de Gallud en la que este duelo no repara es la forma en la que pone fin a un texto. Lo hace de forma abrupta, como un niño que está haciendo malabares, se cansara y dejara las mazas suspendidas en el aire, y el lector las recupera y sigue jugando si es lector de verdad.

La extensión siempre es rácana (la de Vivero no lo sé). Diríase que le cobran por cada palabra que envía a la editorial como si fuera un telegrama. El caso es que tiene muchas ventajas; por ejemplo, la portabilidad (yo sigo siendo de papel), y la programación del sueño.

He aprendido muchas cosas sobre la obra de Gallud a través de este guión que le prepara muy hábilmente Vivero. Algunas las conocía, como su gusto por el humor negro, el camino en solitario, el placer de crear. Y el de recrear (galludismo).

Me han gustado algunas expresiones como ADN barroco, algunos hechos como la intraducibilidad del humor o su propia característica anárquica.

Un texto para los amantes de la literatura bien cuidada, en la que Vivero está a la altura, (es el segundo texto que leo), y una guía muy útil para entender a Gallud como hombre y como artista.

No recuerdo el contexto, pero ante un lamento mío expuesto a algo relacionado con la pasión que compartimos (cada uno por separado, oigan), Gallud me escribió en una ocasión que la literatura nunca moriría. Guardo esa nota con cariño por venir de quien viene. Resulta balsámica

La escribió un señor al que suelo imaginarme con una camisa de cuadros.

 

 

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