Cuando alguien me pide un favor, me canto una jota.
Sí, una jota específica que guardo para estos casos. Porque las gentes abusan mucho de mí. Conocen mi natural bonachón y me piden cosas a las que me cuesta mucho negarme. Por eso he tenido que urdir este remedio.
Sé que puede parecer una medida un tanto drástica, una exageración. Pero es que me paso la vida haciendo cosas por los demás y ya empiezo a estar hartito. Y nunca he sabido decir que no a nadie.
Pero ahora la cosa ha cambiado.
Cuando alguien me pide un favor, me canto una jota y luego digo que no.
Jota aragonesa para uso casero,
en momentos de reblandecimiento
de médula
(Suelo emplear la música de la jota «Luchando tercos y rudos», de la zarzuela Gigantes y cabezudos.)
Pareciendo yo inocente
y aunque sea cosa extraña,
pareciendo yo inocente,
a mí ya nadie me engaña
y me río de la gente,
y me río de la gente.
aunque sea cosa extraña.
Cuando viene alguno
a tomarme el pelo
le respondo que se
lo tome a su abuelo;
cuando otro me dice:
«¡Hazlo, por tu madre!»,
le contesto pronto:
«Que lo haga tu padre».
Sea un amiguete,
pariente o compadre,
sólo he de ayudarle
cuando a mí me cuadre;
porque me he cansado
de tanto desvelo
y estoy ya muy harto
de hacer el canelo.
Si uno va a explotarme,
yo me desenfoco
y le digo luego:
«En vez de incordiarme,
trabaja tú un poco.»
«Puedes consultarme,
pero yo te ruego
que no seas loco,
ni quieras liarme
porque ya no juego.»
Y si está empeñado
en lograr favores,
como se presagia,
le mando a otro lado
a cantar loores.
Lo que fue
ha quedado atrás...
¡Por mi fe, juro yo
que no lo haré más...!
¡Que no lo haré más!
¡Que no lo haré más!
¡¡Jamás!!
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