Hung Wu


 El análisis histórico de la proverbial mala uva ha sido objeto de la atención de diversos especialistas en las últimas décadas. Debe destacarse el libro «A Preliminary Study of Some Sons of their Mothers and Orphan Small Goats», de Thomas A. Nosey (Oxford University Press, 2003).

En él hallamos referencias al emperador Hung Wu, de ascendencia minga (que provenía de la dinastía Ming, queremos decir), que sólo vivió treinta años (1368-1398) pero que los aprovechó bien. Como les tenía mucho asco a los chinos —pese a ser chino él mismo— se dedicó a matar a todos los que le parecían especialmente feos. Y como sobre gustos no hay nada escrito que merezca la pena de leerse (ya que los tratados de estética suelen ser aburridísimos), todos los miembros de su corte, fueran feos o guapos, vivían por igual con el alma pendiente de un hilo.

Dicen los filólogos que el verbo inglés ‘hung’ [ahorcar] deriva directamente del nombre de este emperador de ojos rasgados y piel de color de ámbar (lo decimos así porque dicen que mencionar el amarillo trae mala suerte).

Hung hacía ejecutar a la gente con la misma facilidad con que pedía que le trajeran el aperitivo. Como resultado de esto, los funcionarios de su gobierno, cuando salían de su casa por las mañanas para dirigirse a palacio a llevar a cabo sus tareas cotidianas, se despedían llorando de sus familias con grandes aspavientos, como si no fueran a verlas más, y dejaban en sitio bien visible los testamentos y la llave del garaje, por si no regresaban.

Por la noche, si habían conseguido completar su jornada laboral sin que el sanguinario Hung se fijara en ellos, celebraban con sus compañeros haber podido vivir un día más, armando unas juergas monumentales, con litros y litros de vino de arroz, concubinas pintadísimas y músicos de alquiler. A la mañana siguiente y con la consiguiente resaca, volvían a los lloros de rutina.

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