Reseña de Los ojos con mucha noche, de Francisco Javier Rodríguez Barranco

 


Francisco Javier Rodríguez Barranco: Los ojos con mucha noche, Azimut, Málaga, 2022, 292 págs.


          Del gongorino romance de Angélica y Medoro toma el autor el título de su libro, para indicarnos desde un principio que debemos estar atentos para no perdernos las alusiones culturalistas que contiene la novela, pues tuvo la suerte o la desgracia de nacer en la cervantina Alcalá y está condenado a incluir en su estilo este tipo de referencias literarias más o menos veladas para realzar su prosa y hacerle un guiño de complicidad al lector culto e inteligente. El que no lo sea, se preguntará quizá qué se ha querido decir esta metáfora.

          Ya en el inicio de esta estupenda novela descubrimos un montón de claves. Dice el primer párrafo: «Pocas cosas me gustan más que irme a la cama repasando mentalmente la lista de mis enemigos». De aquí deducimos la existencia de un protagonista con una personalidad compleja e interesante que nos narrará sus peripecias con sutileza e ingenio. Observamos un estilo directo y claro que nos indica que la historia avanzará sin titubeos y sin detenerse en digresiones descriptivas innecesarias. Percibimos un tono de humor subterráneo que promete diversión y disfrute. Y se nos sugiere el tema de la venganza, uno de los más eficaces desde el inicio de la literatura, ya sea Agamenón, Otelo o Edmund Dantès quien la lleve a cabo.

          ¿Cómo comentar una obra sin destriparla? Es tarea difícil dar claves sin revelar demasiado. Mencionaremos solamente algunos aspectos.

          El primero sería el carácter personalísimo del humor del autor. ¿Qué tipo cultiva? ¿El sutil —y flojito— humorismo inglés, irónico y solo un poquito transgresor? ¿La rabiosa comicidad quevedesca, acre y punzante pero eficacísima? Rodríguez Barranco tiene el suyo propio. Una especie de tono zumbón que se asemeja más a la guasa que a otra cosa. Se burla de todo sin que lo burlado se dé cuenta. Es un humorismo que se percibe mediante la atención, pero que resulta doblemente satisfactorio una vez hallado. Provoca que el lector establezca una sana connivencia con el autor y que comparta su visión burlesca del mundo.

          Otro acierto es el del personaje protagonista, Quesada, un escuchador profesional y detective en sus ratos libres que ejercerá de caballero andante para resolver conflictos, averiguar secretos y desfacer entuertos, como se solía decir. Porque no habíamos dicho que la novela es un homenaje al ingenioso hidalgo, con el que mantiene sutiles paralelismos. Y este parangón quijotesco funciona sorprendentemente bien en el contexto de la modernidad y mezclado con una bien elaborada trama detectivesca.

          Otro hallazgo literario que hemos de destacar es el lugar imaginario que aparece en la obra: Disfrutona. Hasta ahora los lugares ficticios de la literatura española —ya sea la Orbajosa de Galdós, la Moraleda de Benavente o la Guadalema de los hermanos Álvarez Quintero— eran sitios sombríos, realistas y predictibles, inspirados en capitales de provincia y destinados exclusivamente a la crítica del conservadurismo y la reacción, lo cual está muy bien, pero resulta harto limitado. La ciudad del placer barranquina (¿se diría así?; no sé si al autor le gustará este epíteto) proporciona muchísimas más posibilidades argumentales y es mucha más rica en sugerencias.

          En resumen: se trata de una lograda obra, como las anteriores del autor.  Se parodian en ella muchas de las tendencias narrativas actuales, con unos diálogos originales y un tanto valleinclanescos. Su lectura proporcionará horas de placer a los inteligentes.

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