Cincuenta sombras de Grey

 


          (En realidad, si hubiera un mínimo de justicia en este mundo, quien debería estar a la sombra no es Grey, sino E. L. James, la autora del libro.)

 

No debe escandalizarnos

Cincuenta sombras de Grey,

ya que en España endiñamos

también a base de bien

a la parienta y no es raro

pegarle hasta en el carnet.
Pero los pueblos sajones

van y hacen el paripé

de que ellos son elegantes,

exentos de ordinariez,

civilizados y finos

y no les dan puntapiés

a sus mujeres, ni tortas

ni guantazos a granel.

Pero ¡es mentira, señores!;

en todas parte se cue-

cen habas, como se dice,

ya sea España o la Gran Bre-

taña o cualquier otro sitio,

porque es una humana ten-

dencia que viene de antiguo,

cuando Caín zurró a Abel

porque carecía de esposa

a quien darle para el pel.

 

(Comprendemos muy bien que aquí, en vez de ‘pel’, tendríamos que haber puesto ‘pelo’, pero entonces el verso no rimaría y quedaría muy mal. Ustedes nos disculparán esta licencia que nos tomamos.)

 

Como el libro fue en su día

entre los sellers un best,

les contamos de qué va

y así no lo han de leer.

Es una historia de una

chica que está como un tren,

pero que es tonta y de cama

no sabe ni el abecé.

Se encuentra con un sujeto

guaperas y muy imbé-

cil, que en tema sexuales

es más sabio que Lao-Tse.

Él le da unas clases gratis

de cómo chupar un pie

y ella, ¡oh, misterio!, se queda

tan coladita por él

que a aquello que le propone

siempre le responde «¡Amén!».

 

El hombre está muy contento

de tenerla a su merced:

podrá disfrutar y ahorrarse

la pasta que cada mes

destinaba, entre otros gastos,

para pagarse un burdel.

A partir de aquí, el relato

carece ya de interés;

solo cuenta que él le quita

a bocados el sostén,

le arranca matas de pelo,

la tira sobre el parquet,

le lee versos de Neruda

(cosa sádica y cruel),

le obliga a hacer mil guarradas,

la ata bien con un cordel,

la estampa contra un armario,

le da contra la pared,

le hace cien mil perrerías,

le arrea golpes en la sien

y, resumiendo, la deja

hecha polvo, hecha puré,

hecha migas, fosfatina,

trizas, salsa bechamel.

 

No son amores románticos,

como ustedes pueden ver;

no se parecen a los de

los amantes de Teruel.

Pero, si dejas a un lado

la violencia a tutiplén,

el libro es más aburrido

que un drama de Pierre Corneille.

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