Alfonso Paso

 


          Jardiel Poncela tuvo dos hijas: mi tía Evangelina y mi madre, Mariluz. Mi tía Evangelina se casó con Alfonso Paso.

          Mi madre no se casó con Alfonso de ninguna de las maneras, porque cuando asistió en 1953 al estreno en el Teatro Popular Universitario de la comedia de Alfonso Una bomba llamada Abelardo, se levantó en la butaca a mitad de la representación y dijo a voz en grito que la obra estaba plagiada de una de Jardiel, antes de salir de allí sacudiéndose el polvo de los zapatos.

          La comedia, en efecto, tomaba gran parte de sus personajes, situaciones y rasgos de humor de una de las últimas comedias jardielescas: Como mejor están las rubias es con patatas (1948), que no había tenido mucho éxito, se había representado muy poco y, por ende, no estaba en la memoria de nadie.

          No fue la única comedia de Jardiel que Paso copió. Con esta descarada «intertextualidad» —que daría para una tesis doctoral e incluso dos— Alfonso Paso logró inmerecidos aplausos y duros.

          Siempre se ha dicho que, vía su cónyuge, llegó a manos de Alfonso una libreta donde Jardiel apuntaba ideas para obras nuevas. No hay constancia segura pero es perfectamente posible, puesto que mi madre heredó otra igual. (Yo he hecho público el contenido de dicha libreta para curarme en salud y que nadie pueda decir nunca que yo mismo he tomado ideas de allí.)

          Como fuere: la convicción de que Paso plagió roza el 110% y aquello significó que las dos hermanas dejaron de hablarse durante algunos años y que yo me he criado escuchando que Paso era un sinvergüenza de tomo y lomo.

          Nunca tuve ocasión de hablar con él, así es que estamos hablando aquí de un desencuentro.

          Porque en 1976 me crucé con él por la calle —yo tenía 18 años— y me detuve y me lo quedé mirando. Él también se paró y me miró fijamente. Sé que me reconoció, estoy convencido. Pero echó a andar sin decirme nada. Yo, realmente, aparte de la curiosidad de conocer a mi tío político, tampoco tenía nada que decirle.

          Aquello fue como llevar a la vida real aquel famoso dicho de que el que tiene un tío en Alcalá, ni tiene tío ni tiene ná.

          Alfonso Paso murió dos años después.

En 1968 había ocho comedias suyas representándose a la vez en los escenarios madrileños, un hito sin parangón. ¿Cuáles fueron sus secretos para conseguir esto?

En primer lugar, su afinidad al régimen (tuvo fuertes vínculos con Falange y con Fuerza Nueva), lo que hacía que la censura le permitiera muchas cosas que no pasaba a otros autores. En sus comedias no faltaban nunca señoritas en deshabillé.

Y en segundo lugar, sus ambiciones crematísticas, pues su objetivo vital —reconocido por él— era hacerse millonario. Se dedicó a escribir para el teatro porque eso habían hecho su padre y su abuelo, pero solo escribía lo imprescindible. Diariamente dictaba a su secretaria un número fijo de cuartillas y, cumplido este objetivo, dejaba el trabajo hasta el día siguiente. Y para conseguir rentabilizar sus obras al máximo procuraba siempre tres cosas: que la comedia tuviese muy poquitos personajes (para ahorrar en sueldos), que hubiese solo un decorado (para ahorrar en escenografía) y que la acción tuviese lugar en el presente (para ahorrar en trajes de época).

Con estos parámetros, un poquito de humor y algunas escenas «picantes» hizo un teatro insustancial pero entretenido, que dio mucho dinero, pues en aquellos años hasta en el más pequeño teatro de pueblo había un decorado de salita y dos butacas, que era lo único que se precisaba para representar sus obras sin gastarse mucho en transportar material ni en dietas para los tres o cuatro actores (que viajaban todos en un solo coche).

Hoy en día ya no se montan sus obras y las generaciones jóvenes no saben quién es.

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