Gustavo Pérez Puig

         


Yo no conocía a Gustavo, lo cual fue raro, porque había sido muy amigo de la familia desde siempre, ya que fue el último y más entusiasta discípulo de mi abuelo, Jardiel. Le acompañó por los cafés en sus postreros días y, según contó, aprendió más con él en tres meses que en toda su carrera universitaria.

          La primera vez que coincidimos fue en el 2001 durante las celebraciones del nacimiento de Jardiel. Se hicieron muchos actos conmemorativos ese año y entre ellos estuvo la presentación de una biografía suya de mi autoría: La ajetreada vida de un maestro del humor (Espasa Calpe). La cosa tuvo lugar en el Teatro Español y allí acudieron muchísimos actores. En la mesa estuve con Fernando Vizcaíno Casas y con Gustavo.

          Hablamos bastante, antes y después del acto. Le agradecí que hubiera efectuado tantos montajes de las obras de Jardiel en el Español (bajo la dirección de Mara Recatero), tanto de las comedias más conocidas (como Los habitantes de la casa deshabitada o Eloísa está debajo de un almendro) como de otras menos representadas (por ejemplo, la opereta Carlo Monte en Montecarlo, de costoso montaje , pues tiene 53 personajes y 14 decorados, aparte de dos coches que tienen que moverse por escena).

          Gustavo estaba dividido en su actitud hacia mí. Por una parte, se hallaba algo así como emocionado de conocer a un nieto de su ídolo; por otra, se mostraba como celoso, transmitiendo la impresión de que quería ser el único experto en jardielismo.

          Me felicitó por la conferencia que pronuncié y también por mi libro. Y me contó una anécdota de mi antecesor que yo desconocía. «Para que la insertes en futuras ediciones», dijo.

          Me dispuse a escucharle con toda mi atención.

          «En cierta ocasión», contó, «estaba yo con tu abuelo en un café, pasando las horas. No recuerdo cómo, salió el tema del teatro en verso y Jardiel dijo que le resultaba más fácil escribir en verso que en prosa, porque la necesidad de completar la rima estimulaba su imaginación.

          »Aquella afirmación me parecía difícil de creer. Por mucha facilidad que se tenga, no es posible escribir verso con tanta soltura, pensaba yo.

          »Jardiel me contestó que su comedia en verso Angelina o el honor de un brigadier la había escrito en tan solo quince días, el menor tiempo que le tomó acabar ninguna.

          »Ante mi cara de evidente incredulidad, jardiel dijo: “Te lo voy a demostrar. Dame un tema cualquiera”.

          »Respondí que el día anterior había visto una comedia en la que se mencionaba la capa española.

          »Entonces jardiel, allí mismo, comenzó a escribir un poema sobre la capa. Lo hizo sin detenerse, sin corregir ni tachar y a una velocidad pasmosa. Cuando terminó, me regaló aquel poema dedicado.

          »Era un verso magnífico, tanto por lo inspirado de su contenido como por la gracia que contenía. No había ningún defecto de rima, ritmo o medida.

          »Tuve que rendirme ante la evidencia y aprendí a no volver a dudar de sus capacidades ni de su palabra.»

          Aquella anécdota de Gustavo me pareció preciosa. Le di las gracias por contármela y ahí acabó la conversación.

          Y como yo estaba a la sazón escribiendo otros libros sobre la vida y obra de Jardiel, incluí la historia en ellos.

          Gustavo Pérez murió en el año 2012.

Solo después de su muerte me di cuenta de que me había quedado con la anécdota, pero que me había olvidado de pedirle el verso que, claro está, me era desconocido porque no estaban ni en sus Obras completas ni entre los manuscritos inéditos que obran en mi poder. Aquel estupendo verso jardielesco sobre la capa se había perdido para el mundo.

Así es que con esta historia de Gustavo aprendí a prestar más atención en las conversaciones.

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