Libros de texto

 

En el país hay colegios, en los colegios hay las asignaturas, en las asignaturas hay libros de texto y en los libros de texto hay errores, muchos errores, graves errores. Generalmente, los padres no nos dan cuenta, por lo que no nos sienten estafados por el producto que compran. Sí, en cambio procuras que la bolsa de patatas que se llevan de la tienda no tenga ninguna estropeada y que no se haya pasado la fecha de caducidad del yogur. De suceder esto, la democracia nos ha enseñado a devolver el producto en el plazo de quince días, previa presentación del tíquet de compra.

Lo que quiero decir ahora es que algunas grandes eminencias académicas que se dedican a la confección de libros de texto, también deberían pasar algún tipo de control de calidad, como los salchichones y las butifarras. Para no aburrir abundando en detalles contaré un caso al azar de los que he hallado en uno de dichos libros (y no muy antiguo). Ustedes juzgarán.

En un texto de Ciencias Sociales de una famosa editorial cuyo nombre misericordiosamente no diré (¿qué más da, verdad, si el monopolio lo tienen dos o tres y todos sabemos a quién nos referimos?) se dice con todo descaro que en el siglo xv el navegante portugués Vasco da Gama rodeó África, doblando el cabo de Buena Esperanza, y llegó al puerto de Calcuta, en la India, hecho éste de inmensa importancia histórica por lo que significó más tarde, patatín, patatán, etc.

Pero resulta que el bueno de Vasco da Gama no llegó a Calcuta ni por el forro. Vamos: de hecho, no se acercó ni un poquito.

Donde llegó Vasco fue a Calicut, otra ciudad también importantísima en la costa india y que, si hemos de creer a sus habitantes, no es la misma que Calcuta. De hecho entre Calicut y Calcuta hay la friolera de dos mil kilómetros de distancia, palmo arriba palmo abajo. Sí, señores: han leído bien: 2.000 kms. Ambas ciudades están bañadas por mares diferentes, sus habitantes son radicalmente diferentes, juegan juegos diferentes, hablan idiomas diferentes y seguramente hasta votan a partidos diferentes. Les aseguro a ustedes que no dan ni remotamente pie a que se les confunda.

Me dirán ustedes: pero acaso esa Calicut es un pueblo pequeño, una aldea de pescadores de nombre parecido que ha podido dar lugar a la confusión... Tampoco vale, porque Calicut tiene unos dos millones de habitantes y era conocida por su comercio de especias en Occidente bastante antes de que se fundasen París, Londres o Villanueva y la Geltrú.

O sea, que Vasco de Gama sí sabía por dónde iba, a diferencia de los autores del texto en cuestión, que no saben por dónde van.

Pero, no se vayan ustedes, que hay más. La desfachatez es inagotable. El capítulo donde pasa todo esto incluye un mapa, que es mucho más divertido todavía. Como el portugués llegó a la costa occidental de la península india y eso si es algo sabido, los autores han trasladado la ciudad de Calcuta hasta esa costa y han pintado el puntito de la ciudad en la costa oeste, en un mar distinto, fuera de su sitio, tan ricamente. O sea, que no les hablo meramente de la confusión de un nombre —por grave que ello pueda ser— sino del traslado de una metrópoli de ocho millones de habitantes y que fue durante dos siglos la capital del país, dos mil kilómetros hacia el sudoeste. ¡Ahí es nada!

Pero como a fin de cuentas no es más que una ciudad del Tercer Mundo, ¿verdá, usté? —se habrán dicho los autores—, ¡qué más da! Si todos sabemos que, además, los niños de hoy en día no estudian nada. ¿Para qué molestarse?

Otra cosa muy distinta sería si el error hubiese ocurrido en Occidente, con dos ciudades de nombre parecido, y se leyesen frases como éstas: «Londres es la capital del Reino Unido de Gran Bretaña y norte de Islandia», «El campeón de liga este año ha sido el Fútbol Club Badalona», «Miles de turistas en las fallas de Palencia», «El País Vasco comprende las provincias de Vizcaya, Guipúzcoa y Alabama» o cosas por el estilo.

¿Y si trasladamos a placer cualquier lugar dos mil kilómetros arriba o abajo? Entonces podría salir lo siguiente: «Los peregrinos se han trasladado a Frankfurt para hacer, como cada año, el camino del Rocío», «Los efectivos de la OTAN han bombardeado esta noche la localidad de Talavera de la Reina», «Altos dignatarios han visitado hoy al Presidente de los EE.UU. en la Casa Blanca, Santiago de Cuba», «Con motivo del 7 de julio, festividad de San Fermín, la ciudad de Estocolmo se prepara para su tradicional encierro».

Ameno, ¿no es así?

Señores: hay errores y errores. Y les aseguro que éste que he tomado como botón de muestra no es el único, ni siquiera uno entre pocos. Ahora bien, pasemos a hablar de responsabilidades. La autoría del libro en cuestión corresponde nada menos que a cuatro señores. ¡Vivan los comités! Porque —dicen los anti-individualistas— un hombre trabajando en solitario, puede ayudarse de una botella de anís del Mono y escribir muchas tonterías; pero eso, funcionando en equipo, no sucede. En este caso, ha sucedido. Los nombres de los cuatro tampoco los diré (¡más misericordia!) porque con su vergüenza ya deben de tener bastante. Pero sí mencionaré que son Catedráticos de Historia de una prestigiosa universidad española. ¿Y en qué consiste el ser Catedrático? Se supone que en saber más que los demás. Y sólo a cambio de esto se libran de impartir sus clases (pues siempre les sustituye un adjunto), tienen grandes vacaciones a las que van invitados por otras instituciones (en esto no les sustituye el adjunto), todo el respeto social posible en este país y —aunque ellos puedan decir lo contrario— ventajas fiscales, créanme.

Todo ello para acabar cambiando de sitio ciudades en el mapa.

Coincidirán ustedes conmigo en afirmar que lo anteriormente expuesto es verdaderamente lamentable. Y en que hay que hacer algo al respecto. Afortunadamente yo he analizado el problema y creo tener la solución.

Lo primero que salta a la vista es que —pese a lo que pudiera parecer— los autores no deben de tener todas esas ventajas que se les suponen y no ganan bastante para comprarse un atlas. Además, probablemente estos autores de libros de texto cobren tan poco dinero de la editorial que se vean obligados a hacer horas extras de mensajeros o trabajando para Telepizza o el Pollo Veloz, para así poder mantener a sus familias. De seguro viven en condiciones de gran precariedad, rayana en la miseria y, ¡claro!, así ¿quién va a tener tiempo de documentarse para escribir nada? Deben de importarles tres pimientos el de Gama, la Buena Esperanza, Calcuta y su fundador. También creo que las editoriales de libros de texto no deben cubrir gastos.

Así es que yo decido cortar por lo sano y propongo drásticamente que se suban los precios de los libros de texto (que como todos ustedes no ignoran son ridículamente baratos), para que así las editoriales puedan pagar mejor a estos paupérrimos señores y ellos puedan dejar el pluriempleo y dedicarse a redactar mejores libros para nuestros niños sin que la debilidad causada por el hambre haga que tiemblen sus estilográficas a la hora de redactarlos.

Desde aquí os exhorto, ¡oh, ciudadanos!, a que os manifestéis libremente por las calles y ante las instituciones que corresponda para que se haga justicia a esta sufrida clase social de los autores de libros de texto y para que se subvencionen a esas grandes editoriales.

No seas casposo

  Nada más desagradable que esa caspa que no siempre podemos evitar. Hay muchas variedades de champú que dicen que la combaten, pero yo te recomiendo que no te hagas ilusiones y no malgastes tu dinero.

La caspa no son sino células muertas que caen del cuero cabelludo por no estar bien agarradas. Es un proceso que nos afecta a todos en mayor o menor medida y que puede ser más grave según el estado general de nuestra salud y cómo seamos de cabezones.

Remedios probados:

 

 

Aceites

La terapia con aceites es un método muy efectivo de combatir la caspa. Hay que masajear la cabeza con aceite caliente antes de acostarse, al levantarse, después de desayunar, en el trabajo, antes de comer, después de comer y antes de la siesta, mientras dormimos la siesta, al levantarnos, a media tarde y luego dos veces o tres más por la noche. Unas treinta y cinco veces al día serán suficientes, si el bolsillo aguanta el gasto de aceite.

 

Sombrero

Cómprate un bombín y adhiérelo a tu cabeza con cola de contacto. Convence a todas tus amigas de que es la última moda. Si el material es bueno te durará pegado unos 3 ó 4 años. Cuando se desgaste y rompa, repite la operación.

 

Ropa adecuada

Vistiendo únicamente ropa blanca hasta el día en que te mueras, conseguirás que la caspa de tus hombros no se note casi nada.

 

Tinte

Tíñete el pelo a diario con un color a tu gusto, para evitar que se te empiecen a ver las raíces. No dejes de hacerlo ni un solo día, pase lo que pase.

 

Navaja

Aféitate la cabeza y di que tienes el tifus. Esta solución tiene el inconveniente de que sólo sirve para unas semanas.

 

Soplete

Con un soplete de oxiacetileno quémate el cuero cabelludo lo suficiente como para asegurarte de que no te crecerá el pelo en esa zona. Luego, préndele fuego a tu casa para justificar el accidente.

 

Cambio de trabajo

Hazte socorrista de piscina y trabaja veinticuatro horas diarias, siete días a la semana y 365 al año (366 los bisiestos). Como el gorro de baño es obligatorio siempre tendrás justificación para tener la cabeza tapada.

 

 

Cambio de aires

Puedes irte a vivir a Finlandia. Allí la gente, por lo general, se lava poco y todo el mundo sufre el mismo problema, por lo que te sentirás muy integrado y nadie te considerará guarro

 

Cambio de aires más lejano

Establece tu domicilio en Siberia y estate siempre a la intemperie para que parezca que te ha nevado encima del pelo.

 

Aislamiento

No salgas de tu casa en todo lo que te queda de vida.

 

Conversión

Puedes apuntarte a cualquier secta rara que te obligue a llevar turbante o cucurucho en la cabeza. En California hay varias de ésas. Con este procedimiento la caspa no caerá sobre tus hombros.

 

Arena

Si vas a todas partes provisto de un saco de arena y echas continuamente puñados de la susodicha arena a los ojos de todas las personas que se te acerquen, ninguna notará que tienes caspa.

 


La inversión literaria

 

Experimento estilístico de resultados sorprendentes
 
          Los libros suelen tener dos tipos de finales:
          a) los happy endings (finales felices), que consisten simplemente en que la chica y el chico se casan y son dichosos para siempre (o, al menos, durante el tiempo en que seguimos sabiendo de ellos; lo que les pasa después de desaparecer de nuestro horizonte ya no nos importa tanto); y
          b) los unhappy endings (finales infelices), que tienen lugar cuando el libro no gusta nada, no se vende ni a la de tres, el autor hace el ridículo más espantoso y los editores pierden toda su inversión, que es lo más unhappy que imaginarse pueda.
          Hablando de finales, creemos con toda la sinceridad de la que somos capaces que sería interesante rescribir (y, de paso, vender) los libros de siempre, invirtiendo el final (de ahí lo de la inversión), para que el suspense ayudara a la promoción de la obra. Tendríamos así la sorpresa como factor decisivo.
          Es más, nuestro revolucionario procedimiento de convertir palabras inanes en elementos de interés para los lectores (y consecuentemente en papeles impresos de curso legal y valor económico establecido) no tendría por qué ceñirse solo a los finales, sino que podría aplicarse a cualquier otra parte del argumento que nos pareciese susceptible de reforma drástica o superficial remozado.
Damos a continuación varios ejemplos de cómo mejorar palpablemente algunos de los textos más preclaros de nuestras letras universales mediante el procedimiento retórico de la inversión, que ya hemos dicho no es esa que consiste en poner dinero en algo para que inexplicablemente ese algo te dé más dinero del que has puesto, sino otra:

El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha
          En esta novela, Don Quijote choca con unos molinos a los que cree gigantes. Mucho más interesante sería que, ante sus arremetidas, los molinos salieran corriendo por La Mancha y no pararan por lo menos hasta llegar a Murcia. El caballero podría decirle luego a su incrédulo acompañante:
          —¿Ves, Sancho, como yo tenía razón?

Crimen y castigo
          La usurera a la que el nietzscheano estudiante planea matar le abre la puerta sin sospechar nada. Pero a Raskolnikov se le cae al suelo sin querer el hacha que lleva escondida en el abrigo. Ella se huele sus criminales intenciones y le afea que pensara matarla para robarle. Él no sabe qué decir, realmente.
La vieja se apodera del hacha, con la que se carga al estudiante, y luego la vende en un mercadillo, sacándose de paso unos rublos, que siempre vienen bien.

El conde de Montecristo
          Edmond Dantès —o comoquiera que se llame el protagonista del folletín— se escapa de la prisión en la que le han encerrado sus enemigos y se dirige a la isla donde se supone que se encuentra el tesoro que le ha confiado el abate Faria, su compañero de cautiverio. Planea emplear esa riqueza en vengarse sibilinamente de los que le han destrozado la vida, presentándose ante ellos como conde millonario y excéntrico.
Pero en la isla no encuentra el tesoro, por más que busca. No se hace rico y se pasa la vida muerto de hambre y deslomándose en su trabajo como descargador en los muelles de Marsella.

Hamlet
          El fantasma del padre de Hamlet se le aparece a su hijo para pedirle que le vengue; pero, por más que lo intenta, no consigue acordarse de quién le ha asesinado. Hamlet le dice que, cuando lo recuerde, se le vuelva a aparecer y le avise. El otro no se aparece en bastante tiempo. Hamlet se va a Noruega con una beca Erasmus de la época y allí conoce a una rubia que resulta bastante complaciente, por lo que no tiene ninguna prisa en regresar a Dinamarca.
Entretanto, el fantasma del padre ya ha recordado que fue su hermano Claudio quien le mató, para quedarse con su trono y beneficiarse a su mujer, pero cuando se aparece de nuevo para contarlo, Hamlet no está allí para enterarse y Claudio reina tranquilamente durante muchos años sin que nadie le moleste lo más mínimo. Y la paradoja es que resulta ser un rey bastante mejor que aquel al que asesinó.

Don Juan Tenorio
          Doña Inés es gorda —dato que Zorrilla olvidó mencionar en su famoso drama— y Don Juan, al intentar raptarla, no puede saltar las tapias del convento con ella en brazos. Así es que la deja allí.
A ella le crece el bigote, por lo que acaba siendo abadesa y pasa el resto de sus días regañando a las novicias. Don Juan pone en Sevilla una librería de viejo y se dedica a contar sus batallitas galantes a los clientes que se dejan.

La Ilíada
          Incapaces de conquistar Troya por las buenas, los griegos se esconden en el interior de un gran caballo de madera que han preparado al efecto, con la intención de sorprender a los troyanos.
Pero mientras esperan a que los lleven al interior de la ciudadela, con la intención de esperar a que todos estén dormidos y puedan salir a escabechinarlos, a un soldado se le ocurre encender un pitillo y arde el caballo con todos dentro.

Luces de bohemia
          El poeta ciego y bohemio Max Estrella tiene un billete de lotería que resulta premiado. Pero antes de que su amigo Don Latino se lo robe, sale corriendo y lo cobra.
A los pocos días, se opera de cataratas, se compra un flamante coche de caballos para no tener que ir a pata a los sitios y, a fuerza de billetes, consigue liarse con la Picalagartos, quien, además de tener una taberna próspera, está bien maciza y apetecible.

Nuestra Señora de París
          Cuando el malvado archidiácono se dispone a entregar al fuego a la hermosa gitana Esmeralda ante las torres de la catedral de Notre-Dame, el enamorado Quasimodo se lanza corriendo a rescatarla.
Desafortunadamente, tropieza y cae por las escaleras rodando, por lo que no puede impedir que quemen alegremente a la muchacha entre los gritos de júbilo de los parisinos, que para estas cosas de ejecuciones son la monda.

Cocaína y pastelillos rellenos

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Zarzuelas resumidas

 

  La mayoría de las zarzuelas —ese género lírico-teatral que gusta tanto en Polonia pero que es dietéticamente tan insano que hace que tanto las sopranos como los tenores adquieran barrigas gargantuescas— tienen siempre un tema sustancialmente inmoral. Viene enmascarado en historias de amor, pero es inmoral. Dicho de otra manera: en ningún sitio como en las tramas de las zarzuelas podemos encontrar tantos sinvergüenzas por metro cuadrado.
Veamos las tramas de algunas de las más famosas.

LA GENERALA
          Un rey en el exilio se da la gran vida a costa de la pensión millonaria que le pasa inexplicablemente el país del que le echaron. Entre champaña, bacarrá, teatros, coristas, partidos de tenis, caviar del Volga, ostras de Orcachón, y excursiones campestres, el príncipe se gasta la pasta y, además, no deja de quejarse de que se aburre. Entonces, para divertirse, seduce a una actriz que no se había metido con nadie. El rey, su padre, le dice en un esclarecedor cantable, que no se apure si tiene hijos, porque «él no va a tener que mantenerlos» (sic).

BLACK, EL PAYASO
          Un payaso que se parece a un príncipe desaparecido es tomado por éste y coronado. Él, para conseguir poder, se presta al engaño. Pero los que le coronan sólo quieren una cabeza de turco para que la revolución que está teniendo lugar le arree a base de bien. Todos son gentuza.

LA REVOLTOSA
Hay una mujer bella que tiene revuelta a toda la vecindad: es la comidilla continua de las mujeres y el tormento de dos o tres docenas de hombres. Aprendemos que la mayoría de las mujeres del mundo son feas, porque si hubiera más mujeres bellas, no sorprenderían tanto.

EL CONDE DE LUXEMBURGO
          Una actriz trepadora quiere casarse con un príncipe ruso para sacarle los cuartos. Como quiera que para la boda tiene que ser noble, se casa antes (de mentirijillas) con el conde del Luxemburgo, para ser condesa, divorciarse luego e irse con el príncipe. El conde, que no tiene ni un luis, se presta a venderse sin pensárselo dos veces. El príncipe sabe que su novia es una trapisondista, pero también transige, porque ella está buena y él, al fin y al cabo, piensa pegársela con alguna rusa complaciente nada más casarse.

EL HUÉSPED DEL SEVILLANO
          Un noble caballero español del siglo XVI corre un montón de riesgos para casarse con una judía, porque las damas cristianas de su momento eran muy beatas y totalmente inaguantables.

LA CALESERA
          Una humilde calesera dieciochesca y una empingorotada aristócrata se pelean por el amor de un joven revolucionario. Al final, él se queda con la que más dinero tiene.

LA DOGARESA
          En Venecia, un Dux lascivo se quiere ayuntar (durante un rato nada más) con una casta señorita que, a su vez, está enamorada de un tenor imbécil. El Dux encierra al tenor (que, aparte de ser cretino, no tiene culpa de nada) y le condena caprichosamente a muerte para quitarle de en medio. La chica entonces seduce a un bufón jorobado que la ama y le convence para que haga algo para salvar a su galán. Como suele darse una amnistía a los presos si el Dux muere, el jorobado se lo carga tranquilamente durante una procesión de esas que no se acaban nunca. Así que, al final, el pobre jorobado es ajusticiado por asesino y la chica se va con su novio sin ni siquiera darle las gracias al otro pringado.

JUGAR CON FUEGO
          Un marqués se enamora de una duquesa, que a su vez ama a un hidalgo pobre. Como el marqués estorba los planes de los amantes, éstos se las ingenian para que el hombre —que, por lo que sabemos, es una bellísima persona y no ha hecho nunca daño ni a una mosca— acabe sus días encerrado en un manicomio sin comerlo ni beberlo. La feliz pareja, al final de la obra, se ríe mucho de la suerte que ha corrido el marqués y el público se queda tan contento.

LA DEL MANOJO DE ROSAS
          Una chulapa coqueta se echa dos novios y les hacen la vida imposible a los dos con sus desplantes e infidelidades. Ellos se pelean, sufren, lloran, tienen celos y acaban hechos unas verdaderas piltrafas emocionales, pero ella no ceja. No sabemos con quién se queda al final, porque lo pasamos tan mal viendo este ejemplo de tiranía femenina que siempre nos salimos del teatro antes de que acabe la función.

BOHEMIOS
Un músico bohemio —pese a estar medio muerto de hambre como es la obligación de todo artista romántico— vive felizmente en París sin llevarse mal con nadie, salvo por una vecina a la que no conoce y que le hace la vida imposible cantando sin cesar por el balcón algo sobre una cursi mariposa que va de rosa en rosa. Él no la soporta y ella, que sabe que el compositor se hará rico y famoso, se las arregla para llevarle al huerto y casarse con él, para poder hacerle desgraciado toda su vida.

LOS GAVILANES
          Un indiano que se ha forrado, ya talludito, vuelve a su pueblo con la intención de beneficiarse a todas las chicas guapas de su lugar. Los habitantes del pueblo quieren sacarle los cuartos de todas las maneras posibles. El hombre y sus paisanos son tal para cual: gentuza. El argumento va cambiando aparentemente, pero la esencia es una: cuántas perras le costará al indiano conseguir su propósito. El tenor acaba venciendo al barítono, como es tradición obligada en el mundo de la zarzuela.

KATIUSKA
          Durante la Revolución rusa, un príncipe de los Romanov se escapa con un montón de dinero y una joven aristócrata, mientras que los revolucionarios le persiguen para recobrar los cuartos. Deja a la joven en depósito en una posada y ella se liga con sus encantos al comisario comunista que se deja caer por allí para investigar. Esto le cuesta la vida al pobre hombre, que sólo cumple órdenes. Hay una versión light en la que ambos se escapan y una versión franquista en la que ella se enamora de un príncipe zarista.

LA GRAN VÍA
          Diversos personajes simbólicos de las calles de Madrid cantan números musicales que nada tienen que ver unos con otros. El éxito de la pieza demuestra que el público no piensa y que no hace falta para nada un argumento para elaborar una pieza teatral que dé dinero.

LA VERBENA DE LA PALOMA
          Una chulapa le saca los cuartos a un anciano boticario, junto con una amiga suya, incitándole, excitándole y prometiéndole algo que no tiene intención ninguna de concederle. El viejo, por su parte, lo que quiere es tener que ver con las dos jóvenes a la vez y, a ser posible, sin que le cueste el dinero. El novio de la muchacha, turcamente celoso, le arrea al vejete un guantazo de los de aquí te espero lo que al público le parece estupendo, pues la proeza de pegarle a un viejo parece una muestra de la hombría de los chulapos castizos de Madrid. De ese modo se gana para siempre el amor de la chica, que está encantada de tener un novio que zurre.

LA ROSA DEL AZAFRÁN
          Una terratenienta —entradita en años y que lleva soltera desde el advenimiento de la Primera República — está enamorada de uno de sus gañanes y, al mismo tiempo, le desprecia, porque es inclusero y no se sabe de sus padres. Tampoco le dice nada, por el qué dirán. Él, para no perder la posibilidad de casarse con la rica, miente como un bellaco y se inventa unos padres postizos, con lo que al fin la boda se celebra. Las gentes del lugar saben que todo es mentira, pero miran para otro lado y no dicen nada, porque son hipócritas y porque tampoco quieren ponerse a mal con el ama, que es quien da trabajo a los braceros del pueblo. Al final el espectador se aburre, desconecta y se queda sin saber si se casa por fin o no se casa.

EL ASOMBRO DE DAMASCO
          Un médico lascivo que le debe dinero a una bella mujer se niega a devolvérselo si ella no le hace un rato de compañía en el catre. La mujer pide justicia ante el Cadí, que le hace el mismo chantaje. Ella solicita entonces la ayuda del Gran Visir, que también pone el revolcón como precio a su justicia. La bella entonces cita a los tres en su casa y se las apaña para entregarles a la furia de un sanguinario bandido. Los tres, para ganarse la amistad de éste, confiesan sus crímenes contra el pueblo. El médico vende agua como si fuera jarabe y excrementos de camello como polvos medicinales. El Cadí extorsiona a los vendedores, cobrándoles un «impuesto revolucionario». El Visir comercia directamente con los cargos públicos. El bandido resulta ser el Califa disfrazado, que castiga a los malvados con la muerte, para alegría y regocijo de la mujer. Pero por lo que vemos en la última escena nos da en la nariz que el Califa no va a tardar mucho en pedirle a la hermosa lo mismo que le pidieron los otros tres.

LA CORTE DE FARAÓN
          El general Putifar vuelve de la guerra victorioso pero con carencias anatómicas que frustran bastante a su recién maridada esposa. La mujer de Putifar decide ponerle la cornamenta violando al casto José, un esclavo un tanto ambiguo, por decirlo de alguna manera. La faraona se lo disputa, por lo que José tiene que saltar por la ventana para escapar de las dos erotómanas. Cae a los pies del Faraón y le interpreta sus sueños, por lo que éste le hace ministro plenipotenciario, cosa de la que José se alegra mucho, pues podrá robar al pueblo todo lo que quiera. El cuanto a la mujer de Putifar, el Faraón tranquiliza a José, asegurándole que él se ocupara de ella como se merece, cosa que en efecto hace.


Kafka, oficinista

 

  Todos los que trabajan en algo tienen su santo patrón. Y otros, aunque no trabajen, también lo tienen, como es el caso de algunos que veneran a San Franz, cuya semblanza incluimos aquí, recién sacadita de la Wikipedia, esa herramienta de conocimiento con la cual se harán de ahora en adelante las investigaciones, según exige Bolonia.

El escritor checo Franz Kafka (1924-1883 ¿o es al revés?) nació vivo en el ghetto judío de Praga, aunque hay que especificar que fue checo antes de ser escritor. Estudió Derecho y se doctoró, por lo que no consiguió un trabajo estable en ese campo, como suele suceder en España (y, al parecer, en Checoslovaquia y otros sitios).

A Kafka le conocemos (bueno, yo no, pero es una forma de hablar) y le valoramos como escritor, pero no fue esa ocupación la que le dio de comer. En 1907 ingresó como pasante en una agencia italiana de seguros de accidentes laborales, trabajo que le apasionaba y que le sugirió gran parte de su obra (el protagonista de La metamorfosis está creado con rasgos de varios de sus jefes).

Inicialmente no cobró retribución alguna, procedimiento conocido como becarismo, y solo después de algunos meses se le asignó un sueldo bastante molesto (perdón, he pisado mal la tecla. Donde dice ‘molesto’ léase ‘modesto’. Aunque no estaría mal especificar que, para sus patronos, el tener que pagarle un sueldo a Kafka no dejaba ser realmente molesto y no lo hacían de muy buen grado. Así es que el adjetivo no deja de ser pertinente en parte). Al año siguiente, cansado de los seguros, Kafka consiguió otro empleo en otra agencia de seguros más seguros, la Arbeiter Unfall Versicherungs Anstalst, cuyo nombre renunciamos a traducir por si algún menor nos lee. Siempre hablaba de su trabajo como ‘Brotberuf’, palabrota que significa «un empleo para pagar las facturas».

Su trabajo como oficinista le dejaba bastante tiempo para escribir, sobre todo cuando cerraba la ventanilla y dejaba que la gente esperase varias horas, con lo que pudo satisfacer una vocación literaria que había tenido desde la niñez. Así es que Kafka no se aburría en su oficina. Además, analizó en profundidad la burocracia de la que era parte y la empleó como tema para sus escritos sobre cucarachas y demás. Criticó duramente la ineficacia de la burocracia austrohúngara, porque no conocía las otras. Desarrolló su propia teoría de que la administración era algo así como un organismo vivo cuyo único objetivo es estar ahí y durar el mayor tiempo posible con el mínimo esfuerzo de supervivencia.

No olvidemos que Kafka es uno de los escritores más importantes del siglo XX en lengua alemana, aunque menos importante traducido. Su obra es una de las más influyentes de la literatura universal, a pesar de que no se vende casi nada. La angustia, la crítica a los totalitarismos y las indigestiones por comer demasiadas anchoas son algunos de sus temas primordiales.

El rey Basilio II

 

En 1014 este caballerete, rey constantinopolitano a la sazón, llevaba ya cuarenta años en guerra contra Samuel, zar de Bulgaria. Convendrán con nosotros en que cuarenta años son muchos años, como para acabar con la paciencia de cualquiera.

Una guerra tan larga presenta varios problemas añadidos que la hacen peor que cualquier otra guerra. Para empezar, cuando alguien les preguntaba a los de uno u otro bando por qué combatían, cuál había sido el origen de la enemistad, ya ninguno se acordaba. Esto dificultaba mucho el proceso de convencer a las generaciones jóvenes de bizantinos para que se alistaran, porque todos preguntaban qué les habían hecho los búlgaros como para tenerles tanta manía y Basilio no sabía qué responder.

Otro problema añadido era que pelear siempre contra el mismo enemigo acababa resultando muy monótono. Ya se sabían todos los truquitos estratégicos del otro. La cosa no tenía emoción.

Además, que pasaran tantos años sin lograr vencer a un mismo enemigo iba lógicamente en detrimento del buen nombre de cualquier ejército que se preciase.

Por todo ello, Basilio consideró que ya era hora de vencer a los búlgaros de una manera definitiva y pasar a otra cosa. Preparó una ofensiva enorme con el propósito de hacer una gran matanza. Se llevó a un gran ejército y a varios pintores para que recogieran las escenas de batalla, ya que tenía en su palacio varias paredes vacías que hacían muy feo.

Su intención era vencer y no dejar ni a un enemigo con vida, pero las cosas no siempre salen como las planeas. Los búlgaros, bien porque estuvieran flojos físicamente o bajos de moral, combatieron muy poquito y se rindieron todos enseguida. Así es que Basilio se encontró con que en vez de enemigos muertos lo que tenía era nada menos que la friolera de 15.000 prisioneros. Esto le planteaba un dilema.

Matarlos a sangre fría le parecía poco caballeresco. Pero tampoco se los podía llevar, porque tendría que darles de comer y aquello le saldría por una pasta. Por otra parte, si para dárselas de magnánimo les dejaba en libertad, podrían atacarle de nuevo pasado un tiempo.

Así es que optó por una solución intermedia: cegarlos a todos y mandarlos de regreso a Ohryd, que era la capital de Bulgaria por aquel tiempo en que la gente sabía pronunciar nombres raros.

Mandó que les arrancasen los ojos a noventa y nueve prisioneros de cada cien. Al restante hizo que lo dejaran tuerto y le ordenó que condujese de vuelta a sus compañeros hasta su casa. Los vencidos, en grupos de cien, se cogieron de la manita y guiados por el tuerto que les correspondía se pusieron en camino.

Se murieron todos de hambre antes de llegar a ningún sitio, claro, porque los tuertos no daban abasto para robar las suficientes gallinas que alimentaran a cien hombres. Esto fue algo en lo que no pensó Basilio. Pero, realmente, él consideró que eso de la alimentación no era problema suyo, puesto que había dejado libres a los búlgaros y no le pertenecían.

Basilio ha pasado a la historia como «bulgaroktonos» [matador de búlgaros] y aún se celebra en su país su peculiar sentido del humor.

El significado de los sueños

 

Si sueñas que tienes una aventura con una mujer hermosa, puede deberse a que tu esposa no está a la altura de las circunstancias.
          Soñar que bajan los precios es signo inequívoco de desequilibrio mental y se recomienda la ayuda profesional especializada.
          Si sueñas que un guardia civil está saltando a la comba dentro de un tren de cercanías con destino a Villalba, eso quiere decir que la langosta con mayonesa que te atizaste anoche te ha sentado como un tiro.
          Si sueñas que los EE.UU. retiran sus tropas de los países con petróleo y no vuelven a mandarlas a ningún sitio, sólo significa que estás soñando.
          Si sueñas que bebes mucha agua, lo más probable es que signifique que tienes sed.
          Al soñar con los ojos abiertos se le da el nombre clínico de estupidez congénita.
          Si sueñas que te han concedido un premio cualquiera, es signo declarado de la decadencia de Occidente.
          Si sueñas que te ha tocado la lotería, es que te vas a quedar calvo.
          Si sueñas que entras en tu banco, probablemente te llegará ese día una multa de tráfico que habías olvidado y te tocará ir al banco de verdad, a pagarla.
          Si en tu sueño te ves organizando un bautizo o una primera comunión significa que vas a perder mucho dinero. Sólo que eso ya lo sabías tú sin necesidad de soñarlo.
          Soñar con una boda significa que la tristeza y la pesadumbre te esperan y eso tampoco necesita de más explicación.
          Si sueñas que estás viendo la televisión, lo más probable es que te hayas quedado dormido viéndola y estés abriendo un ojo de cuando en cuando.
          Si sueñas que te dispones a gozar de una mujer hermosísima y tu sueño se interrumpe justo antes de que puedas empezar a hacerlo, es un sueño premonitorio y con un sentido literal: no te comerás ni una rosca, al menos en un futuro previsible.
          Si sueñas que contemplas un asesinato, procurar no mirar. Si no, es probable que al día siguiente sueñes que la mafia te persigue para silenciarte. Y los sueños de angustia son malos para el hígado.
          Si sueñas con un viaje al extranjero, quiere decir que tus deudas han rebasado ya el límite de lo tolerable.
          Soñar con siete vacas flacas es un aviso de que es mejor que te hagas vegetariano, porque la carne se va a poner por las nubes.
          Soñar con el océano es signo inequívoco de que has mojado la cama.
          Si sueñas con ángeles que bailan alrededor de tu cama es señal de que ya es hora de que confieses a tus padres tus peculiares predilecciones amorosas.
          Soñar que te quedas calvo significa que perderás alguna de tus posesiones más queridas.
          Soñar con serpientes tiene una connotación de índole sexual: significa impotencia. Porque ante la contemplación de una serpiente, te puedo asegurar que tu aparato genital se negará rotundamente a reaccionar como se espera de él.

Nuestros primeros padres

 

Parece que fue en Irán

donde estuvo el Paraíso

(o eso aseguran, al menos,

unos cuantos eruditos).

El sitio exacto se ignora,

pero ya nos da lo mismo.

 

Era un lugar bien frondoso,

todo lleno de arbolitos

de la ciencia (o de las ciencias,

porque serían distintos

y habría un árbol para cada

tema científico, digo

yo, pues si no fuera así

hubiera sido un gran lío).

Habría alcornoques de física,

hayas de química, pinos

de botánica, cerezos

de matemáticas, tilos

de ingenierías de puentes,

de canales y caminos...

 

En aquel lugar perfecto,

simpáticos cocodrilos

fraternizaban a fondo

con otros animalitos:

los lobos y los conejos

eran íntimos amigos,

los leones y los ciervos

estaban siempre juntitos,

alimañas y alimaños

se mezclaban sin distingos.

 

Dos de aquellos animales

destacaban un poquito:

Eva y Adán, dos expósitos;

ella era flaca y él, limpio

(que luego, por sus pecados

se hicieron gorda y cochino).

¿Qué hacían éstos, nuestros padres

a falta de Telecinco?

Pues retozar incansables;

ella, desnuda, él, corito,

aprovechando que el clima

era bastante benigno

y aún no existían las gripes,

los mocos ni el coger frío.

 

¿Qué pasó? Que todo cansa

y acabaron aburridos

de hacer una y otra vez

algo que es siempre lo mismo.

 

Adán le dijo a Eva entonces:

—Tú eres tonta y yo, cretino.

¿No sería maravilloso

que nos volviéramos listos

y nuestras mentes tuvieran

un nivel pensante mínimo?

—No estaría mal —dijo Eva.

—¿Intentamos conseguirlo?

—Sí, pero ¿cómo? —Hay un medio.

—No sé cuál. —Está clarísimo:

comemos fruta del árbol

del conocimiento y ¡listo!

—Es verdad. ¡Qué gran idea!

¿Cómo no se me ha ocurrido

a mí? —Pues porque eres tonto,

como tú muy bien has dicho.

 

A aquel árbol del saber

lo dejan todo mordido.

Una serpiente que pasa

por allí les habla a gritos:

—¡Hay que comerse la fruta,

no el tronco! —dice. —¿Has oído,

Eva? Comamos la fruta.

—Pone aquí que está prohibido.

—¿Dónde? —Aquí, en este cartel.

—Finge que no lo has leído.

 

Resumiendo: comen ambos

del árbol (era un membrillo),

se abren sus entendederas

y lo ven todo clarito.

—¡Qué burra era! —dice Eva.

—¡Ya entiendo los logaritmos!

—dice Adán. Pero, ¡ay!, entonces

se escucha un fragor horrísono,

se abren los cielos de golpe

y un arcángel con flequillo

y con espada flamígera

aparece de improviso.

 

—¿Quién eres? —pregunta Eva.

—Quien por mandato divino,

por vuestra desobediencia

viene a desahuciaros ipso

facto —contesta el arcángel—.

(Llegado aquí, yo decido

acabar la historia con

un final alternativo

que me acabo de inventar

y que queda más bonito):

 

Habla el arcángel: —Salid.

—Pero ¿y la nota de aviso?

—¿Cómo? —Que hay que dar un plazo.

—Vengo a expulsaros, insisto.

—¡No te enrolles, Charles Boyer!

No querrás ir a un litigio.

—¡¡¡Qué!!! —Que el Jardín del Edén,

(mal llamado Paraíso)

es lugar de renta antigua

y está escrito en el Artículo

Doce de la ley del Suelo

(la conoces, me imagino)

que no se puede poner

en la calle a un inquilino

que lleva viviendo un tiempo...

(El ángel se fue, vencido,

y Eva y Adán disfrutaron

muchos años de aquel sitio.)

 

La pena es que no es verdad

esto que aquí queda escrito.

El desahucio tuvo efecto

según mandato divino

tal y como se recoge

en varios registros bíblicos.

Y no sólo se quedaron

Eva y Adán sin un sitio

donde colocar el catre,

donde poner el cocido

y resguardarse del clima,

sino que han pasado siglos

y aún pagan, por esta deuda

acumulada, sus hijos.

¡Señor! ¡No era para tanto

la historia del mordisquito...!

Pudiste haberlos dejado

en aquel lugar, tranquilos,

tú, que eres dueño de todo

y posees tantos sitios.

¿Eva y Adán en la calle

y el Paraíso vacío?

¡Perdónales su alquiler

con efectos retroactivos!