¿Eres joven, no tienes ninguna gana de trabajar y, sin embargo, tus padres están hartos de tenerte en casa e insisten en que busques un empleo? ¿Has intentado escaquearte de la responsabilidad mandando currículos asquerosos a empresas que pensabas que nunca te iban a llamar y, no obstante, lo han hecho y ahora te ves abocado a dejar que te entrevisten?
No te preocupes: tengo la solución para ti. Este utilísimo escrito te enseñará cómo fastidiarla y evitar que te atrapen en el infierno del trabajo cotidiano.
La primera norma que hemos de recordar en estas situaciones es que quien nos entrevista quiere algo de nosotros. Procuremos, pues, darle lo contrario de lo que espera. Reduzcamos el riesgo de equivocarnos.
Independientemente de nuestras capacidades e idoneidad para el puesto, nuestros entrevistadores dan importancia a nuestra apariencia y modales. Consideran que son síntoma de lo que seremos luego, una vez contratados. Recordemos estos factores para actuar en consecuencia.
A las empresas no les gusta la falta de franqueza. Así es que conviene mentir: hinchar los currículos, decir que en el empleo anterior se ganaba más, ocultar razones de despido. Los entrevistadores tienen práctica en detectar estos fraudes y suelen ponerse en contacto con los previos contratadores. También da resultado mentir sobre nuestro dominio de programas informáticos, pero conviene dejar caer alguna frase de donde se deduzca que no tenemos ni idea de lo que estamos hablando.
Saber escuchar no es un don. Precipitémonos con nuestras respuestas, procurando cortar al entrevistador. Con ello produciremos un efecto deplorable, especialmente si se trata de un empleo de cara al público.
La espontaneidad es un riesgo. No debemos parecer naturales. Nada mejor que decir frases preparadas de antemano. Quedan muy artificiales y producen mala impresión. No debemos contestar a lo que nos pregunten, sino llevar el tema a donde nosotros queramos. Podemos intentar impresionar mencionando nombres de empresas o personas del sector. Probablemente nuestro entrevistador los conocerá mejor que nosotros y acabará sabiendo que somos unos fantasmas.
Seamos campechanos. Aunque el entrevistador no nos tutee, hagámoslo nosotros: tomémonos confianzas y rebajemos nuestra manera de hablar. Un «¡Jo, tío!» a tiempo destruirá nuestras posibilidades y evitará que nos den el odiado puesto.
Si nos piden referencias, hemos de decir que las tenemos, pero que se nos ha olvidado traerlas. Eso causa una impresión genial. O mejor: digamos que no sabemos dónde diantres las hemos puesto. Esto habla de nuestra capacidad de organización. Si mencionamos alguna empresa donde hayamos prestado nuestros servicios antes, que sea una de donde nos hayan despedido. Ese procedimiento no falla. También podemos presentar cartas de recomendación que hayamos escrito nosotros y sean obviamente una falsificación.
La higiene es un elemento decisivo. Procuremos llevar el pelo grasiento y las uñas sucias. Un piercing no nos afectará si queremos ser mozo de almacén, pero nos cerrará puertas si pretendemos ser ministros.
Son importantes la provocación y la moda. Pensemos en la entrevista como en un proceso esencialmente conservador. Así que las mujeres deben optar por un exceso de maquillaje, tacones muy altos, grandes escotes o minifaldas. En los hombres, camisetas del McDonald’s o una corbata floja, con la camisa por fuera del pantalón.
Siguiendo estos consejos no hay peligro de que nos den el empleo. Podremos seguir descansando y demostrar a nuestros padres que lo hemos intentado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario