Voy
aquí a desvelar desinteresadamente a mis lectores el secreto de la creación
literaria, para que se vea que soy buena persona.
Escribir
un libro es muy fácil. La técnica que hay que emplear consiste simplemente en
poner una palabra detrás de otra y seguir así durante bastante tiempo. Es tan
sólo cuestión de paciencia.
Vas
contando las palabras que te salen hasta llegar al número de ellas que te hayas
propuesto juntar. Entonces te paras y el libro ya está completo. ¿No es
sencillo?
Bueno,
todo esto de antes, como es evidentemente, era una broma. Escribir un libro es
muy difícil. Y, si fuera fácil de verdad, los autores nunca nos atreveríamos a
decirlo, porque entonces la cosa perdería todo su mérito y nos respetaría muy
poquita gente (mucha menos de la poca que nos respeta aunque, no lo digamos).
Pero
puede hacerse: no es algo imposible. Muchos grullos y cabezas de chorlito lo
han conseguido y sus libros están ahí, en los escaparates, como prueba de ello.
Son engendros muchas veces, lo reconozco, pero los euros que se pagan por ellos
valen lo mismo que los que se pagan por otros bienes u objetos de mayor
calidad.
Dejaré
de marear la perdiz y pasaré a dar instrucciones precisas.
Para
escribir un libro sólo necesitas lo siguiente:
·
un libro en blanco, para utilizarlo como un diario personal e
ir anotando lo que se te ocurra (caso de que se te ocurra algo);
·
cuaderno, libreta o agenda para tomar notas y apuntar lo que
les va a pasar a tus personajes y ser tú el que decida su destino, que no te
pase como a Pirandello, que los personajes se le rebelaban y se iban por ahí de
paseo porque no tenían claro lo que se esperaba de ellos;
·
un montón de hojas sueltas para anotar, escribir, hacer
esquemas y dibujitos, mientras estás pensando qué poner en el libro;
·
una grabadora para recoger pensamientos huidizos, si eres de
ésos que creen que cuando viajan en autobús o caminan van a tener explosiones
de inspiración genial que merece la pena plasmar de inmediato para que no se
pierdan;
·
herramientas autónomas según el gusto de cada uno: lápiz para
morder mientras se piensa, sacapuntas (porque, sin él, el lápiz no sirve de
nada al cabo de un rato), goma de borrar (varias, si no te salen bien las
frases a la primera), bolígrafo (si te las quieres dar de moderno), pluma (si
te las quieres dar de antiguo), rotuladores de colores (si eres un cretino,
puesto que nadie en su sano juicio escribe un libro con rotuladores de
colores), etc.;
·
una máquina de escribir mecánica (si quieres presumir de
despreciar los ordenadores y las nuevas tecnologías que alienan al ser humano)
o bien una máquina de escribir eléctrica (si quieres presumir de despreciar las
nuevas tecnologías que alienan al ser humano, pero no las desprecias mucho);
·
un ordenador fijo o portátil (según seas de naturaleza
tranquila o inquieta y te muevas más o menos);
·
soporte informático para el ordenador (pues simplemente con
la carcasa no escribirás gran cosa);
·
un verificador o corrector ortográfico (de ésos que te ponen
automáticamente el acento en palabras como ‘azúcar’, pero que te lo dejan sin
poner en las que no lo tienen claro, con lo cual no corrigen frases como «Tu le
viste a el»);
·
un programa de redacción asistida (sí, estas cosas existen y
son una fuente inagotable de creación de humor, si no se las maneja con
cuidado);
·
programas de edición de textos (la utilidad de esa
herramienta se entiende sin que la expliquemos);
·
programas de diseño de gráficos y dibujos (si es que escribes
libros de ésos que están tan de moda y que tienen muy poquito texto y muchos
dibujos para rellenar);
·
manuales de gramática (imprescindibles para ti, si has nacido
después de 1960 y fuiste al colegio a partir de los años setenta);
·
manuales de ortografía (todavía más imprescindibles, hayas
nacido cuando hayas nacido, pues nadie ha escrito nunca bien el castellano, ni
siquiera el inmortal manco de Lepanto, que escribía su apellido como «Cerbantes»);
·
diccionarios de la lengua;
·
diccionarios de sinónimos (para no escribir cosas como «Tengo un primo que tiene veinte años y que tiene
muchas pecas, que tiene una novia que
tiene un cuerpazo que la miras y tienes que contenerte para no meterle
mano. Esto de estar reprimido es lo que tiene»);
·
diccionarios de puntuación (para saber poner las comas);
·
diccionarios avanzados de puntuación (para saber poner los
puntos y coma);
·
diccionario de verbos conjugados (para evitar construcciones
como «A mí eso no me quepe en la cabeza, nunca me ha cupido ni nunca me
caberá»);
·
diccionarios del uso del español (para no decir
‘confrontación’ cuando queremos decir ‘enfrentamiento’);
·
diccionarios del buen gusto en el uso de la lengua (para no
emplear expresiones asquerosas como «apunta maneras» y cosas por el estilo);
·
diccionarios de extranjerismos (para no usar palabras
extranjeras que directamente no existen en ninguna lengua, como ‘puenting’);
·
diccionarios de expresiones coloquiales (para no escribir
luego barbaridades y crímenes de lesa lengua como «Fulanito es buena gente»
cuando quieres decir «Fulanito es buena persona», ya que ‘gente’ es un
sustantivo colectivo que no se puede usar para un sólo señor);
·
enciclopedias (porque nuestra cultura general deja mucho que
desear y no es cosa de ir por ahí diciendo que Cristóforo Colombo era gallego o
catalán);
·
una impresora (recomendable: lo que queda impreso no se
pierde, a diferencia de muchos archivos que de pronto y por error se van al
cielo de los datos);
·
un escáner con programa de reconocimiento de textos (para
poder plagiar fragmentos de libros de otros autores sin tener que
mecanografiarlos);
·
clips (para sujetar las páginas impresas);
·
notas adhesivas;
·
pegamento;
·
grapas;
·
material corriente de oficina;
·
una estampita de Santo Tomás de Aquino, santo patrón de los intelectuales;
·
cualquier otra cosa que se te ocurra.
En
cuanto te hayas hecho con todo eso, ya puedes empezar tu escritura.
Claro, que puede que no
tengas nada que decir, en cuyo caso estás en un apuro.
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