Rodrigo Brión Insua: Nada ocurrió salvo algunas cosas, Bohodón Ediciones, Madrid, 2020, 162 págs.
Estamos ante un destacable despliegue de creatividad, lo que por otra parte es algo necesario para una libro de esta índole. Porque Nada ocurrió salvo algunas cosas es una colección de relatos y microrrelatos que evita hábilmente el riesgo que se corre al construir un libro así: el de la repetición. El autor se muestra imaginativo y consigue dar variedad a su obra, que cada página nos proporcione una realidad diferente y que todas sean interesantes.
Brión es periodista y en el desempeño de su oficio se encuentra con todo tipo de noticias. Y tiene el acierto de saber ver en ellas lo perdurable, lo literaturizable, diríamos a que hasta lo clásico, y ve más allá de resto, y sabe convertir el suceso en la esencia del suceso, para condensarlo y sacar de él centenar y medio de historias memorables en el sentido prístino de la palabra: que recordaremos tras leerlas porque merecen ser recordadas.
El microrrelato está justificadamente de moda en estos tiempos de prisa y de sobreabundancia de estímulos externos. Pero precisamente por ser un género no exactamente nuevo pero sí poco habitual, los escritores tienen menos modelos de los que aprender y han de desarrollar por ellos mismos las técnicas de escritura que permitan condensar mucho sentido en pocos vocablos. El autor de este libro lo consigue con sutileza y elegancia.
Vean un ejemplo: «—¡Tómame!— gritó la calle».
En cuatro únicas palabras se nos transmite mucho. Que la situación lo pide. Que hay que hacer algo. Que ha llegado el momento. Que es lícito y necesario hacerlo. No sabemos contra qué injusticia concreta toca revelarse, pero sí se nos dice que la injusticia no debe tolerarse, que hay que alzar la voz contra ella. E ingeniosamente se le da la vuelta a la acuñada expresión de «tomar la calle» para escribir un cuento político tremendamente efectivo. Esa es la gran capacidad de narrador que Brión nos muestra.
En el conjunto de historias encontramos muchas más cosas, incluso humor, como en el ingenioso relato en el que una pareja rompe su relación por un simple estornudo, ya que ese estornudo ha sonado dentro de un armario, o el del niño que pregunta por qué no ha venido su papá y se le contesta que porque está trabajando, diciendo misa. Pero junto a temas como este hallamos también una denuncia radical de la guerra, de la violencia en sus múltiples formas, de las injusticias sociales. Varios de estos cuentos son en verdad aterradores, aunque no por el miedo que puede crear la fantasía, sino por el que se deriva de la vida real y de saber que tales cosas suceden en efecto.
Creo que es un gran libro que cumple a la perfección su propósito. El dominio de la lengua de su autor es patente en varios de ellos que se basan en anfibologías y juegos de palabras. Por otra parte, la elegancia y la concisión son constantes. Al leer un microrrelato, la prueba del algodón consiste en ver si todavía queda texto superfluo o eliminable. Aquí no lo encontramos. Todo lo escrito es necesario y eliminar una frase significa empeorar el resultado final.
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