Muchas genialidades se saben de este genio de la pintura. Pero otras las conocemos sólo por los concienzudos historiadores del arte como yo mismo. Ha llegado el momento de hacerlas públicas para que los médicos alienistas puedan estudiar de una vez cómo perturba el surrealismo la conducta humana.
Todo empezó en la Residencia de
Estudiantes, donde Dalí, Buñuel y Pepín Bello atascaron los lavabos con páginas
impares arrancadas de las Memorias de Disraeli.
En la Exposición del I Salón de
Artistas Ibéricos, realizada en Madrid en 1925, Dalí untó el marco de todos sus
lienzos con foie gras, le cogió prestada la gorra al conserje y pidió
limosna en la puerta del local durante veinte días seguidos. Con lo que
consiguió reunir se compró un «Cadillac» usado, pero aún en buen estado de
funcionamiento.
En 1926 realizó su primer viaje a
París, disfrazado de María Teresa de Austria y llevando en la maleta un caimán.
Un día que se hallaba en el Louvre y
ayudado por unos amigos, le prendió fuego a las barbas de una docena de
mormones. Interrogado por su peculiar conducta, se empeñó en contestar en
esperanto. Pasó quince días en prisión dando vueltas sobre sí mismo como un
derviche loco.
Visitó a Picasso en su estudio y, en
un descuido, le robó un pijama estampado, donde el gato Félix hacía cosas
inconfesables con Betty Boop.
De vuelta en Cadaqués, hizo que le
tallaran un plato de macarrones de oro macizo, que colocó en la cabecera de su
cama. En esos días inventó dos palabras nuevas para enriquecer el castellano:
‘uc’ y ‘melitas’, cuyo profundo sentido —dijo— sólo Dalí podía entender.
En 1927 colaboró con Lorca, pintando
los decorados de Mariana Pineda. Empeñado en hacerlo utilizando como
base papel de fumar, tuvo que rehacerlos varias veces. Fue entonces cuando
fundó la Sociedad para la Protección de los Champiñones Búlgaros, a la que donó
importantes cantidades durante los años siguientes.
En la primavera de 1929 viajó a París
y conoció a Gala, a la que se propuso seducir pinchándole en el lóbulo de la
oreja con un imperdible oxidado. Ella cayó rendida en sus brazos, pues eran tal
para cual.
En 1935 inventó el método paranoico-crítico para desatascar
los fregaderos. Por ello, millonarios de todos los puntos del planeta se
comprometieron a comprarle un cuadro al año, siempre que los temas fueran
blandos.
Tras el estallido de la Guerra Civil,
Dalí se dejó el bigote: un rasgo de genialidad, porque en realidad es por el
bigote por lo que más se le recuerda.
Cuando se supo la noticia del
asesinato de García Lorca, Dalí, evidentemente afectado, se metió en la cocina
e hizo un bizcocho. Sólo que se le olvidó ponerle huevos y el bizcocho tendía a
desmoronarse.
En 1948 regresó a España vestido con
un impermeable. Se estableció en su casa de Port Lligat donde, según afirman
sus biógrafos más rigurosos, admitió huéspedes.
Murió en 1989 y fue enterrado en su
Museo de Figueras, aunque no necesariamente en ese orden.
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