Franquismo y consignas televisadas

 


          El paternalismo de la dictadura franquista empleó la televisión como medio ideal de enseñanza o adoctrinamiento, como queramos llamarlo. Fueron varias las campañas de consignas machaconas con las que aquel régimen pretendió aconsejarnos a los españoles para que «viviéramos mejor».

          Bien es cierto que todos los gobiernos posteriores han continuado con estas campañas, que pueden ser positivas, como la de la Dirección General de Tráfico aconsejándonos que no conduzcamos cuando estemos borrachos perdidos, la que explicaba que «Hacienda somos todos» a los que creían que los impuestos no iban con ellos, aquella tan escandalizarte para algunas abuelas de «¡Póntelo, pónselo!» para minimizar los contagios de enfermedades de transmisión sexual, las que nos enseñaban geografía como «Teruel existe» u otra aún mejor: «¡Él nunca lo haría!» para disuadir a los canallas que cuando se marchaban de vacaciones abandonaban a sus perros en las gasolineras de las autopistas.

Pero el caso es que los eslóganes de los sesenta y setenta tienen una calidad especial: son consignas vintage, por así decirlo, y aquí nos apetece recordar y comentar unas cuantas.

          Para contrarrestar el proverbial amor hispano a los sillones y a los sofás, el estado falangista lanzó a las ondas la estimulante frase de «¡Contamos contigo!». La pregunta que los que ya vivíamos entonces nos hicimos de inmediato fue: «Cuentan con nosotros, sí; pero ¿para qué?». Aquello sonaba a «Estás ahí; te tenemos localizado; más te vale ser de los nuestros; que ni se te pase por la cabeza ser de los otros o actuar de forma diferente».  

          Solo más tarde, gracias a la apostilla de «¡Vive deportivamente!», nos enteramos de que lo que supuestamente se pretendía de nosotros, los españolitos de a pie, era que lleváramos una vida más sana mediante la práctica del ejercicio físico. Con todo (y con ser la gimnasia y el deporte beneficiosos para la salud), aquello no dejaba de tener ese tufillo totalitarista que quería ciudadanos adictos a las demostraciones de fuerza, a la disciplina, al culto al cuerpo y a otras cosas parecidas que tantas veces derivan hacia el militarismo, que en aquella época tenía tan buena prensa. En un mundo sin los gimnasios de hoy, el ejercicio físico tenía —para los jóvenes sobre todo— las connotaciones de aire libre, campamento, compañerismo, jura de bandera, juventudes fascistas, etc.

          Y si el propósito estatal no era fomentar todo eso, pues lo parecía mucho.

 

*

 

          También, con el pretexto de mirar por nuestra salud, se promocionaban productos alimenticios según los intereses económicos de algunos. Claro, que nadie tenía porqué objetar, por ejemplo, a «Todos los días, un plátano. ¡Por lo menos!», conducente a favorecer el consumo de este excelente producto canario. Pero también las naranjas son muy sanas y están muy ricas, y ningún ministerio se preocupó nunca de promocionarlas.

          Parecida a esta hubo otra consigna televisada que parecía casi un insulto a la inteligencia del espectador. Decía literalmente: «Yo sí, yo sí como patatas».

          Ahora bien: las patatas ya nos gustaban mucho a los españoles y las consumíamos en grandes cantidades y con deleite (el plato nacional por excelencia nunca fue la paella valenciana ni el cocido madrileño, sino los huevos fritos con patatas en todo el país). Pero los gobernantes querían que comiéramos más patatas todavía, por alguna razón de cultivo y abastecimiento que ellos se sabrían. Como fuere, el caso es que la población obedeció y se puso de fécula hasta arriba.

 

*

 

          La instrucción principal que se nos dio en aquellos años a través de nuestros receptores fue aquella de «Adelante por la izquierda; circule por la derecha», lo que equivalía a llamarnos tontos a todos los españoles con carnet de conducir, porque se suponía que esta regla ya la sabríamos si habíamos aprobado el examen y no era necesario que se nos repitiera.

          Por ello, se le buscaron sentidos ocultos a la norma y todos llegamos a la conclusión de que cuando se nos instaba a que permaneciéramos en la derecha, no se nos estaba hablando de por dónde circular, sino que con aquella orden se nos indicaba otra cosa.

          Ante estas recomendaciones, el ingenio español tomó cartas en el asunto y se dispuso a matizar, retocar o incluso subvertir los mensajes que el franquismo volcaba sobre nosotros daba. El genial humorista Perich añadió una especificadora coletilla a uno de ellos que pretendía reducir los incendios forestales. El mensaje rezaba así: «Cuando un bosque se quema, algo suyo se quema». El humorista catalán lo completó con «señor conde». El regocijo ante esto fue general y todo el país celebró aquella crítica valiente a la aristocracia y a sus riquezas y privilegios.

 

*

 

          Pero la frase que más impactó a la sociedad del tiempo y que más continuidad ha tenido —de manera que sus efectos llegan hasta nuestros días— fue «España es diferente».

          Esto cumplía varios propósitos: justificaba que no tuviéramos la misma forma de vida de otros países europeos y era, de alguna manera, una afirmación patriótica que nos incitaba a estar orgullosos de nuestra idiosincrasia.

          Turísticamente hablando, era un acierto, pues ponía en valor los aspectos que tanto gustaban a los extranjeros (el sol español, las playas y las tapas de los bares). En lo político, como hemos dicho, explicaba muchas carencias y muchas anomalías. Pocas veces la televisión ha sido tan útil a un régimen.


No hay comentarios: