Alicia en el país de las maravillas

 

Afirman los que saben (pero Alá sabe más) que Alicia en el país de las maravillas no es una obra para niños, sino para mayores. (Creemos que los que dicen esto se confunden con una película porno de los ochenta que se titulaba Alicia en el país de las marranillas).

          La idea subyacente era que los originales episodios de la historia tenían un sentido oculto, un simbolismo hermético. Nosotros estamos convencidos de que no, de que este libro fue escrito y diseñado específicamente para no decir nada claro y que parezca, por ende, que se dicen cosas muy profundas. Pero, por si lo que dicen fuera cierto, vamos a tratar de confirmarlo mediante el desmenuzamiento autópsico o deconstrucción postestructuralista de sus partes, que haremos despacito y paso a paso, para no liarnos y aprender.

          Estando en el campo con su cuidadora, Alicia se va, lo que viene a decirnos que si una mujer quiere meterse en líos, lo hará indefectiblemente. Quiere saber a dónde se ha ido un conejo que pasó por allí corriendo, porque la curiosidad es uno de los impulsos más fuertes del universo. O bien Alicia fue un perro podenco en su vida anterior y reencarnó con ese instinto de correr en persecución conejos.

          A continuación viene lo del agujero. Un episodio en el que aparece un conejo con un agujero y en el que, además, Alicia se va corriendo podría interpretarse con un doble sentido y nos saldría una cochinada. No lo piensen ustedes.

          Alicia cae por el hueco y se encuentra en una habitación con una puerta pequeña. Intenta abrirla, pero cuando retuerce el pomo, la puerta se queja, como nos quejaríamos nosotros si nos retorcieran cualquier apéndice (la nariz, por ejemplo). La puerta tiene vida, porque como dijo el insigne vate nicaragüense: «Cada hoja de cada árbol canta un propio cantar / y hay un alma en cada una de las gotas del mar». Este animismo no gustó en absoluto en la Inglaterra victoriana, que pensaba que las piedras, las plantas, los animales y los no ingleses no tenían alma.

          Admira la literalidad de la película, pues Alicia no consigue traspasar la puerta, llora y luego disminuye de tamaño, por lo que flota en el líquido, en un «mar de lágrimas» real.

          La héroa llega a una playa donde peces, gambas, pelícanos y estrellitas de mar juegan felices al corro de la patata. El agua del mar está limpia, lo que no hace sino recordarnos que es una historia de ficción.

          Alicia se encuentra a dos gemelos: Tweedledee y Tweedledum, episodio del que sacamos la enseñanza de que las cosas siempre pueden deteriorarse aún más. ¿Qué es peor que toparse con un imbécil? Toparse con dos.

          Después de haber crecido y encogido por comer galletas, Alicia va y se come otra más, lo que refrenda aquel dicho de que el hombre tropieza dos veces en la piedra. Realmente, Alicia tiene un desorden alimenticio importante, pero en aquella época aún no se habían inventado la anorexia y la bulimia, pues no pasa nada ni ella coge ningún complejo de esos que sirven para hacer telefilms de los que se emiten en la sobremesa.

          Hablando en un jardín con algunas hermosísimas flores, Alicia descubre que las bellas son inaguantables. sean de la especie que sean. Los prejuicios británicos del tiempo y el clasismo a ultranza quedan aquí disnéicamente descritos y criticados.

          La secuencia de la oruga que echa humo se ha venido interpretando como que Carroll usaba más marihuana de la recomendable a la hora se pedirle una cita a la inspiración para sus tramas. Pero no hay tal. La oruga fuma porque en aquella época las tabacaleras ya habían descubierto los beneficios de la publicidad encubierta.

          A continuación, Alicia se come una seta. Esto se explica de la manera más natural, pues no es sino una afirmación antroposociológica de la especie humana: si la comida es gratis, nadie deja de comer hasta hartarse, ya se trate de un restaurante con buffet libre, una barra libre en un bodorrio o un cuento cursi.

          Un gato rayado (a rayas) con nombre de queso (Chesire) hace su sonriente aparición, aunque su sonrisa a veces campa por sus respetos. Este felino aparece y desaparece a placer sin contribuir en nada a la historia, pero consigue que se le recuerde sin haber hecho nada en especial, como sucede con los famosos de televisión. Concretamente, habla dos veces con Alicia durante dos ratos y no le dice absolutamente nada útil. Esto significa que hablar con gatos no conduce a ninguna parte[1].

          Un Sombrerero Loco celebra las fiestas de no cumpleaños (en una de las cuales invita a Alicia a tomar el té) y, consecuentemente, se divierte y se lo pasa muy bien 364 días al año, porcentaje que no está nada mal. La lección que extraemos: solo los locos tienen el secreto de la felicidad. (¡Huy, qué nietzscheana me ha salido esta frase!).

          Al conejo le rompen el reloj que llevaba (un reloj que ha hecho afirmar a muchos sesudos críticos literarios que el conejo era una alegoría del Tiempo, porque algunos especialistas son así de primarios) y esto nos enseña que no hay que vivir pendientes de la hora, que es una idea tan voluble, caprichosa e inconstante que es distinta en cada sitio. Así, si llegas tarde a una cita en Murcia, por poner un ejemplo, no llegas tarde si te riges por la hora de Guatemala. Solo es cuestión de convencer de ello luego al que te ha estado esperando.

          En el camino a donde sea que Alicia se dirige, se encuentra con muchos, muchos animalitos que no había visto nunca ni sabía cuáles eran. ¿Qué simboliza esto? Pues es fácil: que el sistema de educación de la Inglaterra decimonona era tan malo como el nuestro actual y que a los niños no les enseñan nada.

          Unos naipes pintan los rosales de un palacio, para dar gusto a la Reina de Corazones. Esto no es sino abyecto servilismo y estúpido papanatismo por parte de los que pintan ante los deseos de los monarcas. Por malos que sean los reyes, siempre hay gente que les admira, les perdona todo y les invita a sus ciudades para agasajarlos. Curiosamente, las clases más humildes y más desfavorecidas en el reparto social son las que con mayor determinación más apoyan las monarquías, lo que viene a decirnos que la gente es muy tonta, algo que ya sabíamos mucho antes de ver la película.

          Y si tomamos el episodio de los naipes en su sentido militar (pues no dejan de ser los soldados del reino), el simbolismo es mucho peor, pues se nos muestra claramente que en el ejército hay que obedecer las órdenes de los superiores por muy cretinas que sean y el acicate para que tales mandatos se cumplan no es otra cosa que el miedo, en este caso a la decapitación.

          Finalmente Alicia conoce a la Reina, que es fea, gorda, basta, cruel, desequilibrada, antipática, inaguantable, caprichosa, injusta y otros cacoadjetivos más. Aquí no hay sentidos metafóricos ni niños muertos, sino una descripción fiel y precisa de cómo te vuelves cuando todo un país se esfuerza por tenerte contento y hacerte la pelota. No ha de extrañar que luego pase lo que pase.

          Vamos, que la peliculita, entre paño y bola, nos cuenta las verdades del barquero sin que nosotros seamos una niña bonita de las que no pagan dinero por subirse a la barca[2].


 



[1] Esta afirmación no gustará nada a mi editor, que me lo conozco. Pero como el contrato de este libro ya está firmado y contiene una cláusula que le impide modificar el texto sin mi permiso, tendrá que chincharse y aguantarse con lo que he puesto.

[2] Por cierto, si no era dinero, ¿qué les pediría el barquero de la canción a las niñas bonitas a las que cruzaba el río de gratis?

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