Bonanza

 


En la década de los cincuenta las series de vaqueros dominaban la naciente y balbuceante televisión, saturando a toda una generación con pieles-rojas, sheriffs, caballos y salones con pianistas y tahúres, donde todos los días se cruzaban disparos y se rompían mesas en peleas generalizadas que parecían entretener sobremanera a los participantes.

De todas aquellas series quizá ninguna más celebrada que Bonanza (1958-1974). Por cierto, no sé a qué viene lo de «bonanza» (del latín vulgar ‘bonacia’, «tiempo tranquilo o sereno en el mar»), cuando allí no solo no había mar sino que andaban siempre todos a guantazos.

Los que por nuestra desgracia estamos ya lo bastante decrépitos como para haber conocido esta serie mítica no olvidaremos su chapucero inicio: un mapa a escala 1/1 000 000 de «La Ponderosa», pintado por un cartógrafo zurdo, que inexplicablemente comenzaba a arder por el centro mientras se escuchaba el tema musical. Se veía entonces por el agujero a los cuatro Cartwright cabalgando hacia la cámara, cosa harto inexplicable, porque si alguien se ve acuciado por el irrefrenable deseo de cabalgar hacia un mapa —cosa de por sí difícil—, tiene que ser muy estúpido para hacerlo precisamente cuando el mapa se está quemando.

La serie contaba a saltos la historia de los Cartwright: un padre viudo (Ben) y sus tres hijos (Adam, Hoss y Joe), poseedores de «La Ponderosa», un enorme aunque cuco rancho de 600 000 acres donde no crecía nada. Empezó a funcionar (la serie, no el rancho) en 1958 y duró hasta 1974, o sea que pasaron dieciséis años y ninguno de los tres hermanos se echó novia en todo ese tiempo, por motivos que no trascendieron hasta mucho después.

Sus guiones se caracterizaban por historias dulzonas, sentimentales y familiares, que contrastaban con otras series de más acción: una maniobra dirigida a captar el interés del público femenino (y perder el del masculino, de paso).

Una característica inamovible de la serie era que cada uno de los hermanos poseía únicamente una muda de ropa. Siempre vestían igual y los trajes no se les manchaban de un episodio para otro por mucho que los hermanos se pelearan a puñetazos en el granero para decidir a quién le tocaba sacar de paseo a las vacas.

El ficticio emplazamiento de «La Ponderosa» se encuentra al sur de Virginia City, junto al lago Tahoe, en el estado de Nevada. Sólo se filmaba la parte delantera de la casa (por detrás pasaba una autopista) y aunque la fachada indicaba que la mansión tenía dos pisos, por dentro sólo había uno. Los interiores se rodaban en Hollywood, en un set que había servido para cuarenta y dos westerns de John Ford y que los espectadores tenían ya más visto que Sonrisas y lágrimas. Se rodaban muchos falsos exteriores con paisajes pintados por escenógrafos (zurdos también: era una exigencia del sindicato).

Como es costumbre en la industria cinematográfica norteamericana, cuando la serie no dio más de sí, se envió al elenco a hacer gárgaras y con el rancho se hizo un parque temático. La Ponderosa Park funcionó treinta y siete años y llegó recibir entre mil y dos mil visitantes diarios, la mayor parte de ellos asiáticos, especialmente atraídos por la cultura del cowboy, hecho sobre el que es mejor que no hagamos ningún comentario.

 

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