Uno de los siete sabios
de Grecia — el más moreno
de todos (y un poco calvo)
fue don Thales de Mileto,
un filósofo simpático
que dijo que el elemento
vital del mundo era el agua,
porque el humano está lleno
de agua y asimismo, el mar.
Pero no es su pensamiento
lo que voy a describir,
sino su profundo ingenio,
pues de él se cuenta una anécdota
que hace que le ovacionemos.
La referiré. El buen Thales
ganaba poco dinero,
pues precisaba lo mínimo
para tener su sustento
y con un trozo de pan
y una patata o un berro
por alimento pasaba
la semana y tan contento.
Pero como hay gente mala,
un buen día, un puñetero
se mofó del pensador,
le ofendió mucho, diciendo
que era solo un muerto de hambre
porque no cobraba un sueldo,
porque carecía de nómina
o job a tiempo completo.
Nuestro Thales se picó
a causa del vituperio
y decidió mostrar la
fuerza del conocimiento,
el valor de la cultura
y la virtud del ingenio.
Quiso hacerse millonario
para que aquellos paletos
que se burlaban de él
por tener pocos ingresos
vieran que es mejor ser sabio
que rico y analfabeto.
Consultó las nubes, vio
cómo iba a cambiar el tiempo
y así dedujo que aquel
sería un año muy perfecto
para aceitunas, que habría
gran abundancia. Fue presto
a retirar sus ahorros
del Banco Griego de Crédito
y arrendó por unos meses
esos molinos de viento
que prensaban aceitunas
(con su rabito y su hueso)
para sacar ese aceite
con el que se fríen los huevos.
Thales tuvo el monopolio
molinil; y en el momento
en que todo el mundo quiso
usarlos, él subió el precio
de la molienda y ganó
dinero a espuertas. El necio
que le había criticado
se llevó un chasco tremendo.
Y tras demostrar cuán útil
es emplear el cerebro,
Thales dejó los negocios
y volvió a vivir austero.
¡Eso es ser sabio, señores!
Todo lo demás es cuento.
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