Rajiv Gandhi

          


Habría quedado muy bien aquí decir que conocí personalmente a Rajiv Gandhi, el decimoctavo Primer Ministro de la India, pero no sería verdad. Mi trato con él se redujo a tropezar y tirarle encima un plato de sopa ardiendo. Empero, su figura es destacable y reflexionando sobre su trágico destino aprendí bastante. Lo contaré, para aquellos que no estén familiarizados con la historia política de la India independiente.

          Jawaharlal Nehru –junto con el Mahatma Gandhi, el más importante de los líderes independentistas que lograron derrotar al Imperio británico y convertir la más grande e importante de sus colonias en un país libre—fue el primer Primer Ministro de la India y el más venerado. Su hija, Indira Gandhi, ostentó también el poder durante varias legislaturas antes de que tuviera lugar su magnicidio a manos de un fanático secesionista. Ella buscó la continuidad de su familia en el poder haciendo que su hijo Sanjay entrase en política, con vistas a que continuase su labor al frente del Partido del Congreso. Cuando Sanjay murió en un accidente de aviación, insistió en que su otro hijo, Rajiv, ocupase el puesto de su hermano como delfín, algo que el hizo por obediencia filial más que por otra cosa, ya que no le interesaba en absoluto la política y era una persona sencilla, modesta y sin ambiciones.

          En realidad, a la gente le parecía un bobalicón insustancial y se hicieron muchos chistes a su costa. Fue en 1983 o por ahí cuando el incidente de la sopa. En un simposio del Youth Congress (la filial del partido, de la que Rajiv era presidente) yo trabajé como intérprete. Para la comida y antes de que nos dejaran entrar a todos (delegados y personal) a la sala, nos sirvieron una sopa a todos mientras estábamos de pie. Fue entonces cuando me giré rápidamente sin ver a quién tenía detrás y le puse perdido (y probablemente le escaldé). Recuerdo que sonrió y no se enfadó en absoluto.

          Pues bien: tras el asesinato de su madre, el partido le obligó prácticamente a que les liderara y tomara las riendas del gobierno. Un tonto en el poder, decían todos.

          Cuando tienes un Primer Ministro así, todo el país parece de chiste y los sucesos políticos no se toman muy en serio. De hecho, en una visita a Sri Lanka, mientras pasaba revista a las tropas en el aeropuerto tras bajarse del avión, uno de los soldados dio un paso adelante y le arreó en el cogote con la culata de su rifle. No le hizo mucho daño y los indios, en vez de ofenderse por un ataque a su dirigente, se rieron y burlaron mucho de lo grotesco de la situación.

          Hasta el momento en que Rajiv fue igualmente asesinado, como lo había sido su madre. Una mujer con un cinturón de explosivos se acercó a él durante un mitin político en un pequeño pueblo del sur de la India, en 1991, e hizo detonar sus explosivos. No quedaron restos reconocibles de Rajiv ni de otras catorce personas que le rodeaban.

Nadie se rio entonces, porque nadie, ni el más torpe de los gobernantes merece esa muerte.

Sin ánimo de idealizar (como luego hicieron muchos) una labor política que quizá fue mediocre, mencionaré que durante su tiempo en el poder, Rajiv impulsó una especie de revolución en las comunicaciones, inició la entrada de la India en el mundo informático, redujo de 21 a 18 la edad necesaria para votar, descentralizó adecuadamente el sistema judicial y creó una política educativa nacional que dio muy buenos resultados. También es cierto que su partido perdió unas elecciones debido a acusaciones de corrupción entre sus altos mandos. Como fuere, no fue en absoluto de los peores dirigentes que ha tenido la India, lo que te lleva a preguntarte qué tipo de personas son las idóneas para ocuparse de los asuntos públicos.

Y te lleva a sorprenderte también de que las vicisitudes de la historia puedan convertir a un supuesto inútil en un mártir y un héroe.

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