Aunque se considere pretencioso que yo intente definir aquello en lo que muchos han discrepado, lo haré de todos modos, porque no me gusta la falsa modestia.
Como método he tomado de distintas fuentes los principios definitorios que más me han convencido, los he mezclado con mayonesa y los he contrastado para elaborar una síntesis de lo que es verdadera filosofía, sin olvidar que las definiciones pueden llevarnos a terrenos excluyentes y reduccionistas. Para incordiar un poco, emplearé el procedimiento oriental, explicando primero lo que no es filosofía.
No es meramente una actividad de formación, porque no sirve para conseguir empleo. J. Pieper (que en paz descanse) habla de la pseudofilosofía, aunque no se molesta en explicar qué quiere decir con eso. Un ejemplo contundente es la denominada «filosofía» de Confucio (que en paz descanse también), que provee de excelentes consejos prácticos para la vida en sociedad, pero que no incluye ningún postulado oscuro de los que dan prestigio.
No es un sinónimo de ciencia, como la consideraron los ilustrados (que en paz descansen todos ellos), que estaban hasta las narices de las teologías filosóficas. Ya Aristóteles (q.e.p.d.) había hablado de la Física como de una especie de Filosofía, pero no como una Filosofía verdadera; un sí es no es. Vamos, que el hombre no se quiso comprometer. Descartes (q.e.p.d.) precisó que la filosofía es como un árbol: la metafísica es la raíz, la física es el tronco y los que se dedican a otras cosas es que se andan por las ramas. Filosofar, como indica E. Renan (q.e.p.d.), es conocer el universo, incluyendo Albacete y Ciudad Real.
No puede ser una actividad medida por su utilidad, porque entonces todos los que se dedican a ella quedarían sin trabajo. Una cosa que sirve es una cosa que sirve para otra, afirma Ortega (no el torero). Y, en esa línea, añade Bertrand Russell (q.e.p.d.): «Las preguntas de la filosofía que plantea preguntas debe ser estudiada no por el valor que tendrían algunas respuestas precisas de la filosofía a las preguntas que plantea, sino más bien por el valor de esas mismas preguntas contestadas por la misma filosofía que se las hace.» Esto ha quedado claro.
La definición clásica de «Ciencia de la totalidad de las cosas por sus causas últimas, adquirida a la luz de la razón» es suficientemente satisfactoria, aunque está pidiendo que la rechacemos de plano. Algunas de sus características son:
Es particular del hombre, porque los animales no son amigos de perder el tiempo.
El afán de saber surge del asombro, como indica Karl Jaspers (q.e.p.d.). La admiración ante el prestidigitador que saca un conejo del sombrero provoca el pensamiento. Si saca un sombrero de un conejo el asombro es mayor.
Emplea la razón como instrumento en determinadas ocasiones (no siempre). Pero no debe considerar el uso de razón como un fin en sí mismo, ni parangonar razón con filosofía, porque la razón no nos ha hecho nada para que la desprestigiemos.
Es una actividad virtuosa. Todo el tiempo que filosofamos no lo invertimos en tráfico de armas, pederastia, etc., lo cual está bien.
Está asociada a la templanza. Emplear bien el propio intelecto es un acto de virtud (Gilson, q.e.p.d.), pero no se debe buscar el saber indiscriminadamente, porque corremos el riesgo de enterarnos de la verdad de las cosas.
No es una actividad externa, sino una actitud vital. Ésta es la «idea madre» orteguiana. Nuestra naturaleza está en función de la vida. Si no hay vida, no sé de qué estamos hablando. La filosofía no sólo intenta explicar nuestra vida, sino que aspira a que ganemos dinero con ella. Ésta es la noción del homo viator, del continuo quehacer.
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