Cómo hablar mal el castellano

 


¿Quién crea la lengua? ¡Vaya usted a saber!

¿Lo hace la RAE, la gente, el manual de estilo de El país?

¡Qué bonitos son estos versos de Antonio Machado!:

En preguntar lo que sabes

el tiempo no has de perder

y a preguntas sin respuesta

¿quién te podrá responder?

 

Los usufructuarios del castellano tenemos muchos y variados problemas. Enumérolos (no, no me digan que esta construcción es arcaica. La voy a usar, les guste o no):

Los medios de comunicación están supravalorados. Han suplantado al libro y se han adueñado de su prestigio. Ahora se dice que algo es verdad si lo han dicho en la TV. Así es que se aceptan los errores de los que redactan allí (que todos sabemos que son los becarios).

Nos encontramos con que se popularizan palabras putrefactas como ‘explosionar’ para «hacer explotar». Señores: si un verbo es intransitivo, pues no queda otra que aguantarse. No podemos transitivearlo a placer. No podemos coger ‘suceder’ e inventarnos ‘sucedear’ con el sentido de «hacer que suceda». No se puede. No.

Cambiamos el sentido de las palabras. ‘Confrontación’ ha pasado erróneamente a usarse como «enfrentamiento», cuando sólo indica comparación.

Pronunciamos mal. Todo el mundo en la «tele» dice «Bagdag»; no sé por qué, porque es mucho más difícil de pronunciar que «Bagdad», con la ‘d’ final de toda la vida.

Los periodistas nos manejan a su antojo y ponen de moda términos horrorosamente vulgares y cacofónicos (‘chapapote’, en lugar de «vertido de petróleo»). Así, se sienten creadores como dioses y se les quita el complejo de tener que ser las dianas de los insultos de los jesulines. (Nota informativa para los millones de personas que usaron y siguen usando mal este término: ‘Chapapote’ no es castellano; es voz azteca, de ‘cha’, «pegamento» y ‘popochtli’, «perfume»; o sea: engrudo perfumado. En otros países de América se emplea para designar al asfalto, que no es exactamente lo mismo que el petróleo. Insisto en esto para defender a la palabra ‘petróleo’, vocablo correctamente construido donde los haya, que nos ha servido muy bien hasta ahora y no se merece que le olvidemos y le seamos infieles para amar a la primera palabra que se nos cruce por delante.)

En vez de ampliar el idioma de manera sensata, con neologismos correctos o incluso cultismos útiles, reducimos nuestro vocabulario con procedimientos de imitación. Por eso, todo el mundo dice hoy incesante y machaconamente que «si hay que ir, se va, pero que ir para nada...» pues «va a ser que no».

Ya advirtió Ortega hace una pila de años que «Nunca tantos han escrito tan mal.» Se parangona a periodista con ignorante. Pero no todos los periodistas son ignorantes. Por eso es muy triste que paguen justos por pecadores. Más concretamente: es muy triste que paguen cinco justos por dos millones y medio de pecadores, pues ésa debe de ser la proporción.

Excusas de los periodistas para justificar lo mal que escriben:

Hay un elemento temporal, limitaciones horarias para entrar en prensa. Tienen que escribir deprisa. ¿Cómo se llama esa limitación? Respuesta que dan: Deadline. (Ni siquiera la saben decir en castellano.)

Existe un elemento de espacio. Hay que ser breve. Entonces, en lugar de «Catástrofe ferroviaria en San Sebastián», para ahorrar espacio y tinta escriben «choque de tren en Donostia».

Los medios técnicos no permiten una corrección fiel. A los linotipistas, a los correctores de pruebas y de estilo les enviaron al paro hace años. Los textos informatizados se «vuelcan» e, indefectiblemente, algo cae fuera, como cuando le damos la vuelta a la tortilla.

Se ha popularizado el concepto de comunicador, así que no hace mucha falta saber escribir, ni leer ni casi nada más. De ahí la abundancia de presentadores guapos que pronuncian mal.

La lengua es de producción colectiva y hay una dispersión de la responsabilidad. «¿Quién escribió esta porquería?», pregunta, a lo mejor, un jefazo. «Un comité.»

Se ha de considerar la falta de formación cultural de los periodistas, porque no se puede saber todo. «Hay guerra en Burundi. ¿Dónde está Burundi?» «No sé», dicen todos. Y uno aventura: «¿No es en África o por ahí?» «Éste sabe», dice el jefe. «Enviémosle a él como experto.» «¡Pero si yo no sé nada de esa guerra!», protesta el incauto. «No importa; tú no salgas del hotel y ya está. De todas maneras, lo que vamos a publicar es lo que sale del teletipo. A ti sólo te queremos para la foto. Te la puedes hacer desde la ventana de tu habitación.»

Existe una supeditación a los grupos de poder e ideologías, lo que lleva en ocasiones al secretismo y a hablar en clave o presuponiendo que todo el mundo es un experto mundial en el tema: «Pepe López ha traicionado el espíritu del Pacto de Estella, y adhiriéndose a las bases de Lizarra, se ha hecho un lío con la mesa de Ajuria Enea, haciendo mutis por el foro de Ermua» Y pregunta el ciudadano normal, que ha leído la noticia: «Pero bueno, vamos a ver: ese tal Pepe López está en contra del terrorismo o a favor, porque no yo he conseguido enterarme.»

Los medios te obligan a usar la lengua para sus fines. No habría que seguirles el juego, pero se hace. Y a base de eufemismos nos venden motos. Así decimos que en unas operaciones de apoyo se han producido daños colaterales, para indicar que ha habido un bombardeo que ha destrozado un orfanato.

La imagen empobrece siempre a la lengua. Lo que ha habido en tal sitio ¿ha sido una refriega o un combate? Como desconocemos el matiz de ambos términos, mostramos la imagen y decimos: «Se ha producido una situación».)

Los periodistas están a merced de la moda. (De ahí la crispación de González, el talante de Zapatero y que a Aznar España le fuera bien.)

Los periodistas están a merced también de la influencia exterior de las agencias de noticias. Con lo cual, a nuestra incultura, sumamos la de los demás. Y decimos, por ejemplo, que después del terremoto ha habido una réplica, calco asqueroso del inglés. (Porque en castellano no sé quién es el que tuvo el valor de contestarle a la Madre Naturaleza). Otro ejemplo: el señor más famoso del mundo durante unos años ha sido Osama bin Laden. Pero como algunos sabrán, en árabe no existe la ‘o’ ni la ‘e’, como tales. El nombre de ese señor era Usama bin Ladin. Considerando cuánta gente habló de él o escribió sobre él, la errónea transliteración y pronunciación de su nombre ha sido el error mayor y más frecuentemente cometido en una lengua cualquiera desde que el mundo es mundo.

Acabaré este escrito con un castizo refrán español que viene al pelo:

«Jesús curó a los ciegos y a los leprosos, pero no a los tontos.»

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