Elvis Presley

 

En pro de la variedad
biografiaré a un pre-rockero
llamado Elvis Aaron Presley
y natural de Tupelo
(que no es un nombre de coña
sino de un lugar pequeño
que está junto al Mississipi).
Nació en el ocho de enero
de mil novecientos treinta
y cinco. Su padre, Vernon
Presley trabajaba poco,
llevando poco dinero
al hogar. Su madre, Gladys
se lió con el lechero...
Pero esto no es importante
para lo que aquí les cuento.

Pues, siguiendo con la historia,
ya desde que era mozuelo
Elvis cantaba muy bien
según su tío materno;
lo mismo le daba al blues
que al country más pachanguero.
¿Cómo destacó el chaval?
Porque tuvo un gran acierto:
saber tocar la guitarra,
saber cantar como un negro
y, pese a ello, ser blanco:
ésta es la clave del éxito.
Porque los blancos de U.S.A.
tenían el gran complejo
de que los negros cantaban
mucho mejor. Y era cierto.
Y, por eso, al darse cuenta
de que Elvis tenía talento
todos los blancos sajones
se pusieron tan contentos
y le auparon a la fama
sin reparar en el precio.

Compraron mucho sus discos,
le dieron el primer puesto
en toda lista de ventas,
le hicieron peliculero.
Si Elvis Presley estornudaba
era un acontecimiento
y cuando tuvo paperas
hicieron seis días de duelo
nacional. ¡Se suicidaron
tres porque se cortó el pelo!
Le hicieron hijo adoptivo
de ochocientos siete pueblos.
Sus cartas cuadruplicaron
el servicios de Correos.
Su marca de brillantina
cotizó más que la «Exxon»
en la bolsa. (Esto es verdad;
no se piensen que exagero.)

Pero, ¡ay! la diosa Fortuna
siempre ha sido un culo inquieto
que da y niega sus favores,
sin pensárselo un momento,
y tras subirte tan alto
que casi tocas el cielo
te hace dar un batacazo
de aquellos de «aquí te espero».

Comenzó su decadencia,
dejó pronto de estar bueno,
se volvió gordo y seboso,
se le empezó a caer el pelo,
le salieron michelines
y firestones a cientos,
se casó con una tonta,
se convirtió en mujeriego,
pilló alguna enfermedad
de esas que todos sabemos,
se compró un batín de raso,
leyó a Hemingway y a Eliot,
grabó dos discos horribles
titulados «In the Ghetto»
y «Suspicious Minds», ganó
menos dinero que peso,
en medio de un trip de ácido
se fue a ver a un peluquero
y se encargó dos patillas
postizas en un intento
de volverse original
y no notarse tan feo...
Y dicen que dice un dicho
—muy dicho en el mundo heleno—
que si enfadas a los dioses
y ellos cogen un cabreo,
antes de acabar contigo
primero te vuelven memo.

Y eso le sucedió al Rey.
Para empezar, el maestro
de kárate de su esposa
se la llevó de paseo
y no se les volvió a ver.
Elvis se hizo adicto al queso
de Rochefort y engordó
todavía más. Llegó el tiempo
de llevar mil lentejuelas
en las galas en directo
entre cantantes famosos
y Presley, por no ser menos
que los demás, encargó
de ellas todo un cargamento.
Así su traje pesaba
veintiocho kilos seiscientos
gramos y le producía
al bailar cansancio inmenso.
Del esfuerzo de llevarlo
tuvo un desvanecimiento
en Baltimore. Le sacaron
desmayado del concierto
en volandas entre nueve
personas y diez bomberos.

Murió. Está enterrado en Memphis
(no es Egipto, sino un pueblo
de mala muerte que está
ubicado justo en medio
de ningún lado, en América).
Y allí, en aquel cementerio,
hay un desfile continuo
de señoritas con velo
que lloran a un sudoroso
que podría ser su abuelo.





Historia de un derviche

 

Peregrinando, aburrido,
hacia una ciudad muy santa
va caminando un sufí
que es pobre como las ratas.
Viste sólo un taparrabos
por debajo de su bata;
no tiene dinero alguno,
ni posesiones, ni nada;
por no tener, ni siquiera
tiene un smartphone ni un i-pad.

Como fuere, ya está cerca
de aquella ciudad sagrada
cuando halla, al pie de una higuera
donde se para, una jarra
llena de muchas monedas,
todas de oro y de plata
—mas no de platino, porque
estas cosas que se narran
en los cuentos no conviene
demasiado exagerarlas—.
En fin: es un buen pastón
y al derviche se le atascan
los propósitos y duda:
¿renunciará a su jornada
espiritual prevista,
largándose con la pasta?
¿Decidirá que el dinero
es veneno para el alma
y dejará las riquezas
allí mismo, sin tocarlas?
El pobre está en un impasse
moral, una encrucijada.
Quiere ser santo, eso sí,
pero también, ¡qué caramba!,
quiere disfrutar del mundo
con la riqueza encontrada.
¿Cómo compaginará
sus dos deseos? Pues traza
un plan que, a primera vista,
puede funcionar. La jarra
la enterrará en cualquier sitio,
irá a la ciudad sagrada,
hará los ritos prescritos
con una rapidez bárbara
y, al acabar, volverá
y se llevará el tesoro
a su casa y ¡santas pascuas!

Eso hace, y allí en medio
de un terreno pues va y cava
un hoyo y mete el dinero
y, tras meterlo, lo tapa.
Pero entonces se pregunta:
«Y cuando vuelva, ¿qué pasa
si no recuerdo el lugar
donde he enterrado la pasta?»
Para evitarlo, coloca
en la zona señalada
un montoncito de tierra
que deja bien aplanada.
Contento con su escondrijo
parte a la ciudad, con ganas
de acabar con todo aquello
y regresar a su casa.

Pero hete aquí que un señor
le vio mientras aplanaba
la tierra en su montoncito
y pensó, mientras miraba:
«Este santo peregrino
ha hecho una acción muy dogmática:
un montoncito de arena
ha apilado. ¡Vaya, vaya!
Debe de ser algún rito,
alguna ofrenda ofrendada
a Dios. ¡Vete tú a saber
en dónde estriba la gracia
de esto del montón! En fin,
como es posible que traiga
mala fortuna no hacerlo,
haremos una montaña
pequeña con tierra, igual
que la que dejó marcada.»

Y cuando el sufí regresa
al final de la jornada
tras haber llevado a cabo
sus ritos y sus mandangas,
se encuentra el campo plagado
de paisanos y paisanas
apilando montoncitos
de tierra, a semejanza
del suyo, y tiene un infarto
al darse cuenta muy clara
de que no distingue cuál
es el que oculta la jarra.
«¿Qué habéis hecho, majaderos?»,
les increpa. «¿Quién te manda
—responden— a ti meterte
en camisas de once varas?
Esto es un rito que da
la santidad instantánea.»

El sufí comienza entonces
a escarbar con muchas ganas,
pero las gentes de allí
se cabrean y le paran;
y, no contentas con eso,
le propinan una tanda
de palos, por intentar
profanar tierra sagrada.
Luego le dan diez palizas,
cuatrocientas bofetadas,
doscientos diez puñetazos,
cien capones, mil patadas,
un buen número de tundas
e igual cifra de somantas
y le hacen salir corriendo
con el pato entre las rabas
(¡Huy, perdón: me he confundido):
con el rabo entre las patas.

La moraleja del cuento
yo opino que está muy clara:
si quieres ser un santón
y purificar tu alma
los tesoros y riquezas,
créeme, no ayudan nada.


Dramones desmenuzados

 


Hoy va de neologismos

 Propongo la difusión de unas palabras tan imprescindibles que no entiendo cómo nos hemos pasado sin ellas hasta ahora

    Dicen que el castellano es un idioma muy rico. ¡Que va! Faltan muchas palabras para muchos conceptos.

    Aseguran que en árabe hay cientos de vocablos para significar «amor». Y en sánscrito ya, ¡ni te cuento! Existen términos para expresar:

— tristeza;

— tristeza por la ausencia de la amada;

— tristeza por la ausencia de la amada desde hace varias semanas;

— tristeza por la ausencia de la amada desde hace varias semanas porque nos ha abandonado para siempre;

— tristeza por la ausencia de la amada desde hace varias semanas porque nos ha abandonado para siempre para largarse con un amigo nuestro;

— tristeza por la ausencia de la amada desde hace varias semanas porque nos ha abandonado para siempre para largarse con un amigo nuestro alto y rubio; y

— tristeza por la ausencia de la amada desde hace varias semanas porque nos ha abandonado para siempre para largarse con un amigo nuestro alto y rubio y que, además, nos debe dinero.

    Todos esos matices existen en sánscrito.

    ¡Eso es un idioma y lo demás son gaitas!

    En vista de lo cual, y para evitar que el castellano siga haciendo un ridículo mayúsculo en la familia de las lenguas indo-europeas, voy a ir creando unos cuantos neologismos para paliar esa pobreza congénita de nuestro idioma.

    Se me han ocurrido los siguientes. A ver qué les parecen a ustedes:

    ELVISOLOGÍA. Una ciencia que sigue siendo muy popular.

    ICTIOLECTO. Porque se ha constatado que los peces hablan.

    HERVÍFOBO. Todos los niños odian las verduras y esto debe tener su vocablo.

    TALASONAUTA. Más bonito que ‘marinero’, ¿no?

    ZAFONIANO. Dícese de los seguidores y admiradores de Ruiz Zafón. ¡Ya son ganas, pero hay gente para todo!

    BOSNIA-HERTZEGOVINESCO. Un gentilicio que estaba ya haciendo mucha falta.

    MUCÓFAGO. Cuando estamos solos. (¡Qué gorrinada!)

    ANTROPOFILIA. Bonito término para la ‘gayez’ erudita.

    OVALGIA. Palabra útil para cuando nos dan un pelotazo jugando al fútbol.

    GINEOCRACIA. El gobierno de las mujeres, como en Lisístratra, de Aristófanes, pero total.

    ESTULTÓMETRO. Para medir a nuestros semejantes y saber a qué atenernos.

    MELOPATÍA. ¡El heavy metal!

    AUTOONFALOVISIÓN. «Mirarse el ombligo», en culto.

    NECRÓGRAFO. Esos que fotografían a los muertos en las series de policías.

    ESFINTEROMANCIA. (Renunciamos a describir cómo funciona este arte adivinatorio.)

    TUBERCULOADIPÓFAGO. Para designar a los alemanes, por ejemplo.

    GEÓFILO. Los de «Greenpeace».

    CUATRICICLETA. Para que no se caigan los niños que aprenden a montar.

    ESTULTOCRACIA. ¿Para qué poner ejemplos, verdad?

    NICTATHLÓN. Palabra que define el salir de marcha por la noche y andar mucho.

    CONTRACTOCULOFÍLICO. Que le gusta guiñar el ojo.

    MULTICIDA. Un asesino al que le cunde.

    NULIVALENTE. Esas personas que no sirven para nada.

    ANALEFATO. Todos aquellos que no saben escribir en árabe.

    MARICULTOR. No piensen nada feo. Se trata de una persona dedicada a la crianza de animales marinos con fines comerciales.

    ORTHOTERMOOVOLOGÍA. Vocablo utilísimo que designa al arte de que te salgan bien los huevos fritos.

(QUERIDOS LECTORES: SI QUIEREN PONER AQUÍ SUS PROPIAS ESTOLIDECES, LAS IREMOS PUBLICITANDO, A VER SI HAY SUERTE Y LLEGAN A LA ACADEMIA.)

Libros de texto

 

En el país hay colegios, en los colegios hay las asignaturas, en las asignaturas hay libros de texto y en los libros de texto hay errores, muchos errores, graves errores. Generalmente, los padres no nos dan cuenta, por lo que no nos sienten estafados por el producto que compran. Sí, en cambio procuras que la bolsa de patatas que se llevan de la tienda no tenga ninguna estropeada y que no se haya pasado la fecha de caducidad del yogur. De suceder esto, la democracia nos ha enseñado a devolver el producto en el plazo de quince días, previa presentación del tíquet de compra.

Lo que quiero decir ahora es que algunas grandes eminencias académicas que se dedican a la confección de libros de texto, también deberían pasar algún tipo de control de calidad, como los salchichones y las butifarras. Para no aburrir abundando en detalles contaré un caso al azar de los que he hallado en uno de dichos libros (y no muy antiguo). Ustedes juzgarán.

En un texto de Ciencias Sociales de una famosa editorial cuyo nombre misericordiosamente no diré (¿qué más da, verdad, si el monopolio lo tienen dos o tres y todos sabemos a quién nos referimos?) se dice con todo descaro que en el siglo xv el navegante portugués Vasco da Gama rodeó África, doblando el cabo de Buena Esperanza, y llegó al puerto de Calcuta, en la India, hecho éste de inmensa importancia histórica por lo que significó más tarde, patatín, patatán, etc.

Pero resulta que el bueno de Vasco da Gama no llegó a Calcuta ni por el forro. Vamos: de hecho, no se acercó ni un poquito.

Donde llegó Vasco fue a Calicut, otra ciudad también importantísima en la costa india y que, si hemos de creer a sus habitantes, no es la misma que Calcuta. De hecho entre Calicut y Calcuta hay la friolera de dos mil kilómetros de distancia, palmo arriba palmo abajo. Sí, señores: han leído bien: 2.000 kms. Ambas ciudades están bañadas por mares diferentes, sus habitantes son radicalmente diferentes, juegan juegos diferentes, hablan idiomas diferentes y seguramente hasta votan a partidos diferentes. Les aseguro a ustedes que no dan ni remotamente pie a que se les confunda.

Me dirán ustedes: pero acaso esa Calicut es un pueblo pequeño, una aldea de pescadores de nombre parecido que ha podido dar lugar a la confusión... Tampoco vale, porque Calicut tiene unos dos millones de habitantes y era conocida por su comercio de especias en Occidente bastante antes de que se fundasen París, Londres o Villanueva y la Geltrú.

O sea, que Vasco de Gama sí sabía por dónde iba, a diferencia de los autores del texto en cuestión, que no saben por dónde van.

Pero, no se vayan ustedes, que hay más. La desfachatez es inagotable. El capítulo donde pasa todo esto incluye un mapa, que es mucho más divertido todavía. Como el portugués llegó a la costa occidental de la península india y eso si es algo sabido, los autores han trasladado la ciudad de Calcuta hasta esa costa y han pintado el puntito de la ciudad en la costa oeste, en un mar distinto, fuera de su sitio, tan ricamente. O sea, que no les hablo meramente de la confusión de un nombre —por grave que ello pueda ser— sino del traslado de una metrópoli de ocho millones de habitantes y que fue durante dos siglos la capital del país, dos mil kilómetros hacia el sudoeste. ¡Ahí es nada!

Pero como a fin de cuentas no es más que una ciudad del Tercer Mundo, ¿verdá, usté? —se habrán dicho los autores—, ¡qué más da! Si todos sabemos que, además, los niños de hoy en día no estudian nada. ¿Para qué molestarse?

Otra cosa muy distinta sería si el error hubiese ocurrido en Occidente, con dos ciudades de nombre parecido, y se leyesen frases como éstas: «Londres es la capital del Reino Unido de Gran Bretaña y norte de Islandia», «El campeón de liga este año ha sido el Fútbol Club Badalona», «Miles de turistas en las fallas de Palencia», «El País Vasco comprende las provincias de Vizcaya, Guipúzcoa y Alabama» o cosas por el estilo.

¿Y si trasladamos a placer cualquier lugar dos mil kilómetros arriba o abajo? Entonces podría salir lo siguiente: «Los peregrinos se han trasladado a Frankfurt para hacer, como cada año, el camino del Rocío», «Los efectivos de la OTAN han bombardeado esta noche la localidad de Talavera de la Reina», «Altos dignatarios han visitado hoy al Presidente de los EE.UU. en la Casa Blanca, Santiago de Cuba», «Con motivo del 7 de julio, festividad de San Fermín, la ciudad de Estocolmo se prepara para su tradicional encierro».

Ameno, ¿no es así?

Señores: hay errores y errores. Y les aseguro que éste que he tomado como botón de muestra no es el único, ni siquiera uno entre pocos. Ahora bien, pasemos a hablar de responsabilidades. La autoría del libro en cuestión corresponde nada menos que a cuatro señores. ¡Vivan los comités! Porque —dicen los anti-individualistas— un hombre trabajando en solitario, puede ayudarse de una botella de anís del Mono y escribir muchas tonterías; pero eso, funcionando en equipo, no sucede. En este caso, ha sucedido. Los nombres de los cuatro tampoco los diré (¡más misericordia!) porque con su vergüenza ya deben de tener bastante. Pero sí mencionaré que son Catedráticos de Historia de una prestigiosa universidad española. ¿Y en qué consiste el ser Catedrático? Se supone que en saber más que los demás. Y sólo a cambio de esto se libran de impartir sus clases (pues siempre les sustituye un adjunto), tienen grandes vacaciones a las que van invitados por otras instituciones (en esto no les sustituye el adjunto), todo el respeto social posible en este país y —aunque ellos puedan decir lo contrario— ventajas fiscales, créanme.

Todo ello para acabar cambiando de sitio ciudades en el mapa.

Coincidirán ustedes conmigo en afirmar que lo anteriormente expuesto es verdaderamente lamentable. Y en que hay que hacer algo al respecto. Afortunadamente yo he analizado el problema y creo tener la solución.

Lo primero que salta a la vista es que —pese a lo que pudiera parecer— los autores no deben de tener todas esas ventajas que se les suponen y no ganan bastante para comprarse un atlas. Además, probablemente estos autores de libros de texto cobren tan poco dinero de la editorial que se vean obligados a hacer horas extras de mensajeros o trabajando para Telepizza o el Pollo Veloz, para así poder mantener a sus familias. De seguro viven en condiciones de gran precariedad, rayana en la miseria y, ¡claro!, así ¿quién va a tener tiempo de documentarse para escribir nada? Deben de importarles tres pimientos el de Gama, la Buena Esperanza, Calcuta y su fundador. También creo que las editoriales de libros de texto no deben cubrir gastos.

Así es que yo decido cortar por lo sano y propongo drásticamente que se suban los precios de los libros de texto (que como todos ustedes no ignoran son ridículamente baratos), para que así las editoriales puedan pagar mejor a estos paupérrimos señores y ellos puedan dejar el pluriempleo y dedicarse a redactar mejores libros para nuestros niños sin que la debilidad causada por el hambre haga que tiemblen sus estilográficas a la hora de redactarlos.

Desde aquí os exhorto, ¡oh, ciudadanos!, a que os manifestéis libremente por las calles y ante las instituciones que corresponda para que se haga justicia a esta sufrida clase social de los autores de libros de texto y para que se subvencionen a esas grandes editoriales.

No seas casposo

  Nada más desagradable que esa caspa que no siempre podemos evitar. Hay muchas variedades de champú que dicen que la combaten, pero yo te recomiendo que no te hagas ilusiones y no malgastes tu dinero.

La caspa no son sino células muertas que caen del cuero cabelludo por no estar bien agarradas. Es un proceso que nos afecta a todos en mayor o menor medida y que puede ser más grave según el estado general de nuestra salud y cómo seamos de cabezones.

Remedios probados:

 

 

Aceites

La terapia con aceites es un método muy efectivo de combatir la caspa. Hay que masajear la cabeza con aceite caliente antes de acostarse, al levantarse, después de desayunar, en el trabajo, antes de comer, después de comer y antes de la siesta, mientras dormimos la siesta, al levantarnos, a media tarde y luego dos veces o tres más por la noche. Unas treinta y cinco veces al día serán suficientes, si el bolsillo aguanta el gasto de aceite.

 

Sombrero

Cómprate un bombín y adhiérelo a tu cabeza con cola de contacto. Convence a todas tus amigas de que es la última moda. Si el material es bueno te durará pegado unos 3 ó 4 años. Cuando se desgaste y rompa, repite la operación.

 

Ropa adecuada

Vistiendo únicamente ropa blanca hasta el día en que te mueras, conseguirás que la caspa de tus hombros no se note casi nada.

 

Tinte

Tíñete el pelo a diario con un color a tu gusto, para evitar que se te empiecen a ver las raíces. No dejes de hacerlo ni un solo día, pase lo que pase.

 

Navaja

Aféitate la cabeza y di que tienes el tifus. Esta solución tiene el inconveniente de que sólo sirve para unas semanas.

 

Soplete

Con un soplete de oxiacetileno quémate el cuero cabelludo lo suficiente como para asegurarte de que no te crecerá el pelo en esa zona. Luego, préndele fuego a tu casa para justificar el accidente.

 

Cambio de trabajo

Hazte socorrista de piscina y trabaja veinticuatro horas diarias, siete días a la semana y 365 al año (366 los bisiestos). Como el gorro de baño es obligatorio siempre tendrás justificación para tener la cabeza tapada.

 

 

Cambio de aires

Puedes irte a vivir a Finlandia. Allí la gente, por lo general, se lava poco y todo el mundo sufre el mismo problema, por lo que te sentirás muy integrado y nadie te considerará guarro

 

Cambio de aires más lejano

Establece tu domicilio en Siberia y estate siempre a la intemperie para que parezca que te ha nevado encima del pelo.

 

Aislamiento

No salgas de tu casa en todo lo que te queda de vida.

 

Conversión

Puedes apuntarte a cualquier secta rara que te obligue a llevar turbante o cucurucho en la cabeza. En California hay varias de ésas. Con este procedimiento la caspa no caerá sobre tus hombros.

 

Arena

Si vas a todas partes provisto de un saco de arena y echas continuamente puñados de la susodicha arena a los ojos de todas las personas que se te acerquen, ninguna notará que tienes caspa.

 


La inversión literaria

 

Experimento estilístico de resultados sorprendentes
 
          Los libros suelen tener dos tipos de finales:
          a) los happy endings (finales felices), que consisten simplemente en que la chica y el chico se casan y son dichosos para siempre (o, al menos, durante el tiempo en que seguimos sabiendo de ellos; lo que les pasa después de desaparecer de nuestro horizonte ya no nos importa tanto); y
          b) los unhappy endings (finales infelices), que tienen lugar cuando el libro no gusta nada, no se vende ni a la de tres, el autor hace el ridículo más espantoso y los editores pierden toda su inversión, que es lo más unhappy que imaginarse pueda.
          Hablando de finales, creemos con toda la sinceridad de la que somos capaces que sería interesante rescribir (y, de paso, vender) los libros de siempre, invirtiendo el final (de ahí lo de la inversión), para que el suspense ayudara a la promoción de la obra. Tendríamos así la sorpresa como factor decisivo.
          Es más, nuestro revolucionario procedimiento de convertir palabras inanes en elementos de interés para los lectores (y consecuentemente en papeles impresos de curso legal y valor económico establecido) no tendría por qué ceñirse solo a los finales, sino que podría aplicarse a cualquier otra parte del argumento que nos pareciese susceptible de reforma drástica o superficial remozado.
Damos a continuación varios ejemplos de cómo mejorar palpablemente algunos de los textos más preclaros de nuestras letras universales mediante el procedimiento retórico de la inversión, que ya hemos dicho no es esa que consiste en poner dinero en algo para que inexplicablemente ese algo te dé más dinero del que has puesto, sino otra:

El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha
          En esta novela, Don Quijote choca con unos molinos a los que cree gigantes. Mucho más interesante sería que, ante sus arremetidas, los molinos salieran corriendo por La Mancha y no pararan por lo menos hasta llegar a Murcia. El caballero podría decirle luego a su incrédulo acompañante:
          —¿Ves, Sancho, como yo tenía razón?

Crimen y castigo
          La usurera a la que el nietzscheano estudiante planea matar le abre la puerta sin sospechar nada. Pero a Raskolnikov se le cae al suelo sin querer el hacha que lleva escondida en el abrigo. Ella se huele sus criminales intenciones y le afea que pensara matarla para robarle. Él no sabe qué decir, realmente.
La vieja se apodera del hacha, con la que se carga al estudiante, y luego la vende en un mercadillo, sacándose de paso unos rublos, que siempre vienen bien.

El conde de Montecristo
          Edmond Dantès —o comoquiera que se llame el protagonista del folletín— se escapa de la prisión en la que le han encerrado sus enemigos y se dirige a la isla donde se supone que se encuentra el tesoro que le ha confiado el abate Faria, su compañero de cautiverio. Planea emplear esa riqueza en vengarse sibilinamente de los que le han destrozado la vida, presentándose ante ellos como conde millonario y excéntrico.
Pero en la isla no encuentra el tesoro, por más que busca. No se hace rico y se pasa la vida muerto de hambre y deslomándose en su trabajo como descargador en los muelles de Marsella.

Hamlet
          El fantasma del padre de Hamlet se le aparece a su hijo para pedirle que le vengue; pero, por más que lo intenta, no consigue acordarse de quién le ha asesinado. Hamlet le dice que, cuando lo recuerde, se le vuelva a aparecer y le avise. El otro no se aparece en bastante tiempo. Hamlet se va a Noruega con una beca Erasmus de la época y allí conoce a una rubia que resulta bastante complaciente, por lo que no tiene ninguna prisa en regresar a Dinamarca.
Entretanto, el fantasma del padre ya ha recordado que fue su hermano Claudio quien le mató, para quedarse con su trono y beneficiarse a su mujer, pero cuando se aparece de nuevo para contarlo, Hamlet no está allí para enterarse y Claudio reina tranquilamente durante muchos años sin que nadie le moleste lo más mínimo. Y la paradoja es que resulta ser un rey bastante mejor que aquel al que asesinó.

Don Juan Tenorio
          Doña Inés es gorda —dato que Zorrilla olvidó mencionar en su famoso drama— y Don Juan, al intentar raptarla, no puede saltar las tapias del convento con ella en brazos. Así es que la deja allí.
A ella le crece el bigote, por lo que acaba siendo abadesa y pasa el resto de sus días regañando a las novicias. Don Juan pone en Sevilla una librería de viejo y se dedica a contar sus batallitas galantes a los clientes que se dejan.

La Ilíada
          Incapaces de conquistar Troya por las buenas, los griegos se esconden en el interior de un gran caballo de madera que han preparado al efecto, con la intención de sorprender a los troyanos.
Pero mientras esperan a que los lleven al interior de la ciudadela, con la intención de esperar a que todos estén dormidos y puedan salir a escabechinarlos, a un soldado se le ocurre encender un pitillo y arde el caballo con todos dentro.

Luces de bohemia
          El poeta ciego y bohemio Max Estrella tiene un billete de lotería que resulta premiado. Pero antes de que su amigo Don Latino se lo robe, sale corriendo y lo cobra.
A los pocos días, se opera de cataratas, se compra un flamante coche de caballos para no tener que ir a pata a los sitios y, a fuerza de billetes, consigue liarse con la Picalagartos, quien, además de tener una taberna próspera, está bien maciza y apetecible.

Nuestra Señora de París
          Cuando el malvado archidiácono se dispone a entregar al fuego a la hermosa gitana Esmeralda ante las torres de la catedral de Notre-Dame, el enamorado Quasimodo se lanza corriendo a rescatarla.
Desafortunadamente, tropieza y cae por las escaleras rodando, por lo que no puede impedir que quemen alegremente a la muchacha entre los gritos de júbilo de los parisinos, que para estas cosas de ejecuciones son la monda.