«Voltaire»

 

Contar las maldades de Voltaire es un no parar, porque el tipo fue un canalla redomado o al menos eso dijo de él mucha gente durante mucho tiempo. Parece ser que se dedicó básicamente a atacar a unos y a otros, lo cual está muy feo, ¿no les parece?

Repasemos ahora cómo fue su vida, intentemos juzgar sus actos sin apasionamientos y salgamos de dudas.

François-Marie Arouet nació en 1694, lo que de por sí ya es una grosería imperdonable.

En el colegio destacó por su habilidad en el latín y el griego, que llegó a dominar a la perfección, lo que demuestra que incluso de niño era ya repelente y odioso.

          Tuvo la desfachatez de estudiar Derecho, cuando lo que tenía que haber hecho, si quería ser un caballero elegante, era no estudiar nada en absoluto, sino dedicar su juventud a bailes, saraos y calaveradas, que es lo que se espera de un joven de la buena sociedad.

          En esa época recibió una cuantiosa herencia de la cortesana Ninon de Lenclos, que se la legó con el propósito expreso y declarado de que «se comprase libros». Voltaire obedeció y se compró todos los que pudo, lo que a nuestro entender fue un gran error. Ese dinero hubiera estado mucho mejor empleado en carruajes, caballos, vestidos elegantes, bastones con puños de plata y cosas por ese estilo, imprescindibles para la vida. En lugar de ello, Voltaire se compró librotes y se dedicó a la lectura, ese hábito tan pernicioso que corrompe a los jóvenes.

          Fue un gran mujeriego, entendiéndose por ello que galanteaba a las mujeres y les hacía muchos regalos, las amaba y las mimaba. Ahora bien, ustedes coincidirán con nosotros en que esa conducta es indigna de un hombre y que a las mujeres no hay que tratarlas como si fuesen reinas ni haciéndoles la vida tan agradable, como se la hizo el libertino de Voltaire.

          En 1715, al joven Arouet, arrastrado por su carácter vicioso, no se le ocurre otra cosa mejor que escribir una sátira contra el duque de Orleans. ¿Dónde se ha visto algo de tan mal gusto como ir criticando a los que detentan el poder? Por dar su opinión en un escrito fue justísimamente condenado a ser encerrado en la Bastilla durante un año (se merecía mucho más). ¿Y qué dirán ustedes que hizo durante su estancia en prisión? No se dedicó a delatar a sus conocidos, ni a explorar nuevos terrenos amatorios con sus compañeros de reclusión, como suele ser lo habitual, ni tampoco simplemente a vegetar. El muy perverso pasó su tiempo de condena ¡aprendiendo literatura! ¿Cabe mayor depravación?

El malvado Voltaire tuvo un conflicto serio con el noble De Rohan. Ambos decían hallarse enamorados de la misma dama y ustedes estarán de acuerdo en que si un aristócrata pretende a una mujer, el hijo de un notario tiene el deber de renunciar al amor y dejar el campo libre a su oponente, que para eso ha nacido en mejor cuna. Pues bien, el vil Voltaire, sin respeto alguno por la sacrosanta institución de la nobleza, siguió enamorado de la dama. De Rohan, claro está, mandó a sus lacayos a darle una paliza a Voltaire y nosotros decimos que hizo muy bien. La orden era matarle, pero los lacayos —gentuza baja y sin principios— no obedecieron la orden, sino que se compadecieron del escritor y no llegaron a acabar con él, sino que sólo le dejaron medio muerto. Voltaire retó a De Rohan a un duelo para vengar su honor —como si un hombre del pueblo tuviera honor— y, por supuesto, De Rohan se negó, porque sería una deshonra cruzar su espada con un burgués cualquiera. Así es que lo que hizo para quitarse de encima a una mosca tan molesta fue usar su influencia en la corte para hacer encerrar de nuevo a Voltaire en la Bastilla, de donde no tenía que haber salido.

          Tiempo después, el escritor marchó a Inglaterra, donde se dedicó a otras actividades infames como todas las suyas: difundir y defender el pensamiento del científico Isaac Newton y del filósofo John Locke, enemigos declarados del Antiguo Régimen.

          Escribió entonces sus Cartas filosóficas, en las que aconsejaba a los franceses que adoptasen usos y costumbres de los ingleses, alegando que aquéllos estaban más avanzados. Esta tremenda falta de patriotismo de Voltaire era realmente intolerable. En el libro mantenía que Francia era una sociedad atrasada, lo que era una manera de ir contra la sagrada tradición. Ello causó un escándalo justificado y todo el país galo reaccionó odiando al escritor como se merecía.

          En ese libro y otros, el pernicioso Voltaire defendió la tolerancia religiosa (ser débil en defensa de las propias creencias) y la libertad ideológica (permitir el caos resultante de que cada uno piense lo que quiera en lugar de que todos piensen lo que se les diga y obedezcan ciegamente a la autoridad, que es lo correcto y lo que todos deben hacer). Se comprende que Voltaire se convirtiera en un símbolo del mal para muchos europeos.

          Francia hizo muy bien rechazando a Voltaire y a su obra. En Alemania, en cambio, le acogieron con aprecio. En Berlín le nombraron académico, historiográfico y Caballero de la Cámara Real. El mismo Federico II «el Grande» le invitó a alojarse en el palacio de Sanssouci y a dirigir sus tertulias. Pero ya sabemos que de los alemanes no se puede uno fiar porque todo lo hacen al revés. El que ellos apreciaran a Voltaire no significaba absolutamente nada, porque se sabe que la única gente con inteligencia en todo el mundo es la de París.

Voltaire tuvo otros vicios asquerosos que pasamos a listar.

          Por ejemplo, fue muy aficionado al teatro, ese receptáculo de malas costumbres, que él decía que era un arte sublime.

          Escandalizó a los calvinistas ginebrinos, afeándoles el hecho de haber quemado a Miguel Servet. Y es lo que nosotros decimos: si quemaron a Servet fue porque expresó opiniones que no estaban de acuerdo con las de la autoridad religiosa de la ciudad, que era Calvino, lo cual era inaceptable. Y a fin de cuentas, ¿quién era Voltaire para protestar de lo que los calvinistas habían hecho o habían dejado de hacer?

          Satirizó en sus obras a los corruptos, ya fuesen clérigos, nobles, reyes o militares. Carecía del sentido común suficiente para saber que la corrupción entre el pueblo llano y los burgueses debe perseguirse siempre, pero que el primer y segundo estados son intocables y nunca se les ha de criticar, hagan lo que hagan, porque eso socavaría las bases de la sociedad.

No contento con sus deleznables escritos propios, colaboró también —y gratuitamente— en la redacción de L’Encyclopédie o Dictionnaire raisonné des sciences, des arts et des métiers, esa recopilación del saber que tanto mal hizo.

          Como además de todo lo antedicho era también un metomentodo, se dedicó a intervenir en distintos casos judiciales en los que él consideraba que se había hecho una injusticia, protestando del nombramiento de algunos jueces —recomendados por nobles poderosos que sabían muy bien lo que hacían y no iban a apoyar a nadie por amiguismo o interés, sino que siempre proponían a personas muy íntegras, como ellos— e incluso favoreciendo con su propio dinero a las víctimas de lo que él llamaba «errores judiciales» (como si los jueces pudieran equivocarse nunca), en un asqueroso despliegue de caridad y ostentación.

          Criticó la esclavitud, esa práctica tan útil y que tantos beneficios económicos reporta a las naciones civilizadas.

Rechazó todo lo que él consideraba irracional e incomprensible, sin querer aceptar que la vida es un gran misterio y que el deber del hombre no es resolverlo, sino aceptarlo tal y como es, según nos dicen los sabios.

          Insistió en que la literatura debía ocuparse de los males de su tiempo, lo que es un trastocamiento perverso de su función, pues los escritos no deben criticar las cosas, sino sólo servir de entretenimiento a los ocios de los poderosos.

          Escribió frases tan absurdas y carentes de sentido como la siguiente: «La labor del hombre es tomar su destino en sus manos y mejorar su condición mediante la ciencia y la técnica, y embellecer su vida gracias a las artes».

          Defendió la convivencia pacífica entre diversos pueblos y gentes de distintas creencias y religiones, lo que es algo absurdo y muy nocivo, pues disuade a los jóvenes de que vayan a la guerra contra cualquier enemigo cuando el rey les ordena hacerlo. Y todo el mundo sabe que las guerras son imprescindibles para la gloria del propio país.

          Esta sido la relación de los gravísimos errores y pecados del ruin Voltaire. Y puede que nos dejemos alguno.

Pero quizá el más grave de todos sus pecados fue tener un gran sentido del humor, lo cual es algo deleznable, pues la sociedad y sus instituciones son algo muy serio y sólo los mayores canallas se ríen de ellas.

          Como habrá podido observarse, Voltaire era efectivamente un ser repelente y a nosotros no nos ha cegado ninguna animosidad ni prejuicio contra él, sino que le hemos juzgado con toda ecuanimidad y justicia.

 

Moisés

 

(Este episodio de la Biblia es muy narrable: tiene intriga, violencia, enfrentamientos, venganzas, buenos y malos, lo que demuestra que el Antiguo Testamento no le va a la zaga a ningún folletín.)

Hablaremos de un señor
—mejor dicho: de un patriarca—
de hace ya bastantes años,
que tuvo muy buena fama
y que dedicó unos lustros
a conducir en manada
a su pueblo hacia algún sitio,
sin saber las coordenadas
exactas, con la promesa
de que sería una patria
siete veces estupenda
si lograban alcanzarla.
En fin: prometió mil cosas,
cual se hace en la democracia
para no cumplirlas luego.
Les tuvo anda que te anda
y les llevó a un pedregal
donde no crecía nada,
un asquito de país;
les soltó y les dijo: «¡Hala!
Aquí tenéis esta tierra
tan prometida. ¡Cavadla
y alimentaos de sus berzas,
sus coles y remolachas,
pues todavía no se han
descubierto las patatas!»
Sus seguidores tuvieron
que liarse a bofetadas
con la gente que había allí
(Y ha pasado una porrada
de años e incluso de siglos
y siguen aún a trompadas.)

Pero no hay que adelantar
detalles, pues Moisés... (¡Anda!
¡Si aún no les había contado
de quién trataba esta fábula!)
Pues Moisés, digo, fue hallado
metido en una canasta
en el sagrado río Nilo
entre un arenque y tres carpas.
Una sirvienta lo vio
flotar, cual corcho, en las aguas.
Lo sacó y puso a escurrir
y logró que lo adoptara
una hija del Faraón
que, por fea, no se casaba
ni a la de tres y tenía
un carácter de madraza.

Así se crió Moisés,
de prestado en la egipciana
corte y, cuando fue mayor,
decidió que le gustaba
más ser judío que otra cosa,
por lo que armó la jarana
que se conoce en la Biblia
como la hebrea escapada
de Egipto. Ante el Faraón
se presentó una mañana
de un martes Moisés y díjole,
con su miajilla de guasa:
«Verás: como en tus dominios
hace una calor que espanta,
los judíos hemos pensado
partir con rumbo a Finlandia
o cualquier lugar fresquito
para evitar la sudada.
¡Ahí te quedas, Amenophis!»
(porque es que así se llamaba
el faraón en cuestión).
«Gracias por todo.» «De nada»,
fue a decirle, por inercia,
el monarca, al que pillaba
todo aquello por sorpresa,
sin tiempo de reaccionada.
Mas, tras recapacitar,
no le hizo ninguna gracia.
«No podéis salir y entrar
como Pedro por su casa
del reino», dijo, solemne.
Y ordenó al punto a sus guardias
que atacaran a Moisés.

Pero el muy pillo contaba
con la ayuda de Yaveh,
que le había enseñado magias.
Así es que tiró el bastón,
pronunció un abracadabra
y el palo se convirtió
en una sierpe muy mala
de esas que te muerden y
te matan con eficacia.
El susto del Faraón
no se describe en palabras.

Cuando, por fin, se repuso
fue y le dijo a Moisés: «¡Cáspita!
¡Esto es trampa, esto no vale!
Has jugado con ventaja.
Con tus magias has dejado
a la corte estupefacta
y a mí, al borde del infarto.»
Replicó Moisés: «Monarca,
juzga lo que puedo hacer
si es que impides que me salga
con los judíos de tu reino.»
«Ya me lo imagino. ¡Vaya!
¡Qué remedio! Te daré
permiso para que partas.
Ya lo sabes: tú y los tuyos
os podéis ir a hacer gárgaras.»

Esto fue lo que acaeció
y esto es lo que se narra
en la Biblia. Luego vienen
otras aventuras varias:
lo del mar Rojo, el maná,
el monte, las doce tablas,
el becerro hecho de oro,
el arca de la alianza,
la aparición de Josué
y otras cuantas mangarciadas
que no contamos aquí
por una razón muy clara:
esta poesía descriptiva
es ya demasiado larga.

El impresionismo

 

Digamos, para simplificar, que el impresionismo es el mismo realismo de toda la vida, pero con una técnica completamente nueva. En vez de usar luz y sombras se emplea la diferencia de color. Se limita el negro (un ahorro), se ponen manchas yuxtapuestas en el lienzo con trazos sueltos y se usan colores más puros, creando una impresión, como el nombre indica.
          No se trata de que los cuadros estén bien pintados: solamente se trata de que nos den la impresión de que están bien pintados. Con lograr eso es más que suficiente.
          Es Francia el país donde surge este diabólico arte, claro está. Los franceses son tremendos en esto de generar modas tontas. Como fuere, el impresionismo triunfó plenamente y sus cuadros son los que por más precio se subastan hoy en día, para desesperación de Velázquez, de Tiziano y compañía, que allí, en la Gloria, se muerden los puños de rabia.
          Dicen los cursis que este arte trata de captar lo fugitivo y lo fluido: luces que pasan de acá para allá, neblinas provocadas por esto y por lo otro, centelleos sutiles, efluvios vagos, sutilezas etéreas y mangarciadas a porrillo.
          Tenemos que confesar con la mano puesta sobre las Páginas Amarillas que Claude Monet fue el iniciador de esta tendencia y como pintó más de tres mil cuadros ya casi no hacía falta que hubiese ningún otro pintor de ese estilo. Cuando le gustaba un paisaje (cosa que sucedía cada miércoles y cada jueves) pintaba varios cuadros del mismo sitio, a distintas horas del día, con distinta luz y con brochas de distinto tamaño, de modo que al final no reconocían el sitio ni las lagartijas que vivían en los huecos de las tapias.
          Impresión, sol naciente es una obra célebre de ésas que se pueden colgar al revés sin que pase nada, pero en tonos muy agradables azul pastel. La calle Montogueil muestra un desfile apresurado con cientos de banderas, que no son sino trazos azules, blancos y rojos, una obra intensamente patriótica pero obviamente pintada en dos patadas.
          A Monet se le confunde, como es natural, con Manet. Édouard Manet copió a los maestros españoles. A Velázquez le debe mucho (y no tiene trazas de que vaya a pagarle nunca). Se caracteriza por usar el blanco, el negro y el gris, a diferencia de los otros impresionistas. Pero es que para cuando se decidió hacerse impresionista ya se había comprado los tubos.
          Pintó el Retrato de Émile Zola, jovencito. Y una estupenda Olympia, que resultó un escándalo porque había una señora desnuda con un negro al lado. En El almuerzo sobre la hierba también saca a una mujer desnuda, mientras que los dos caballeros que la acompañan tienen frío y no se han quitado ni la chalina.
          Muy famoso fue Pierre-Auguste Renoir, también pintor de gachises en cueros (parece una obsesión impresionista o quizá que las mujeres francesas eran en verdad tan coquetas como la fama las hace). A Renoir le gustaban las fiestas campestres, los merenderos, los ambientes populares y las ensaladas de pimientos.
          Su cuadro Baile en el Moulin de la Gallete es muy conocido. Casi todo el mundo ha hecho alguna vez un puzzle en donde aparecía este cuadro. Hay en él muchos hombres con sombrero de paja y muchas mujeres con mangas jamoneras. Y muchas farolas por todas partes. Es, obviamente una tarde de domingo: la gente ríe, bebe, ríe, baila y procura olvidar que al día siguiente tiene que ir a trabajar.
Edgar Degas fue pintor de bailarinas de ballet, que le gustaban especialmente. Es, pues, un artista de los denominados «tutuístas» (especializados en pintar tutús de baile).
          No trabajaba al aire libre, porque era propenso a los catarros. Fue entusiasta de Ingres y de Delacroix. Usó la pincelada yuxtapuesta disociada (¿se enteran ustedes?; nosotros, no). También se dejó influir por algunos grabados japoneses. Una de sus obras es Bailarina verde. Otra, Bailarinas en la barra. También tenemos Tres bailarinas con faldas amarillas y Ensayo, donde aparecen bailarinas. Generalmente se ven desde arriba, como si el artista tuviera la costumbre de pintar subido a una escalera.
          También pintó caballos, pero sin tutús.
          Siguiendo con los impresionistas nos damos de bruces con Paul Cézanne quien, como se apuntó al impresionismo ya fuera de plazo, acabó catalogado como post-impresionista.
          Intentó mezclar lo figurativo con lo no figurativo, cosa harto complicada; quiso encontrar las formas esenciales de la naturaleza en formas más o menos geométricas y acabó sus días artísticos entre prismas, cubos, esferas, pirámides y paralelepípedos. Esto sirvió para que luego los cubistas le adoptaran como abuelo honorífico.
          Su cuadro Cesto de manzanas es un bodegón vulgar y corriente con la diferencia de que la botella está torcida y el plano de la mesa parece inclinado, por lo que todas las manzanas —en buena lógica euclidiana— tendrían que estar rodando y cayéndose al suelo, cosa que no hacen porque Cézanne no quiere y para eso el cuadro es suyo.
          Vicent van Gogh —al que todos asociamos con Kirk Douglas cortándose una oreja ante la brutal indiferencia de Anthony Quinn en la película El loco del pelo rojo— fue un pintor fracasado que sólo vendió un cuadro en su vida (a su hermano Theo y eso porque su madre se empeñó). No obstante ello, ahora se cotiza como la espuma y si por casualidad tienes uno de sus cuadros en tu trastero, debes venderlo enseguida y hacerte millonario, porque sus obras son caras, pero no bonitas —no sé si nos hemos explicado bien— y no te merece la pena tenerlo en tu comedor, porque no te sentarán bien los alimentos. Puesto en la alcoba, perturbará tu sueño. Así es que lo sensato es vender.
          Vicente pinta a brochazos gordos, especialmente con amarillos, y su estilo es muy peculiar, eso no se le puede negar. Pretende siempre expresar sus sentimientos íntimos, como si le importasen a alguien. Sus cuadros tienen multitud de espirales de colorines y provocan una sensación intermedia entre la epifanía artística y la náusea común. Su Autorretrato deja ver una expresión de enfado poco habitual. Parece que el pintor está enojado contigo mismo por pintarse; pese a ello lo hace, en un caso de desdoblamiento de personalidad que no nos extraña lo más mínimo, si consideramos las noticias que tenemos sobre su vida privada.
          Otra manera de enfocar el asunto es no ver sus composiciones como cuadros, sino como colecciones de manchas. Si así lo hacemos, entonces a Van Gogh no hay quien le meta mano.
          Henri de Toulouse-Lautrec hizo un arte muy personal, retratando la vida bohemia de París con colores puros sacados directamente del bote, para no tener que manchar paletas, que luego son complicadas de lavar.
          Reveló el apabullante secreto de que todas las mujeres livianas de la capital eran feas como el mismo demonio. Se especializó en carteles, como Molin Rouge: La Goulue, donde se entrevé a un señor narizotas con sombrero de copa mirándole las piernas a una bailarina. Ese es el leitmotiv de este pintor que, como era muy bajito, gozó siempre de una posición y un ángulo privilegiados a la hora de verle la ropa interior a las chicas.
          Camille Pissarro también fue impresionista y a este Pissarro no hay que confundirlo con el conquistador extremeño. Es un pintor más relamido que otros. En su cuadro Dos mujeres conversando junto al mar son las dos mujeres quienes no añaden nada a una agradable imagen. Paisaje tropical con casas rurales y palmeras es bastante más bonito, aunque sobre gustos no hay nada escrito, si se exceptúan algunas decenas de miles de tratados de estética.
Para que no se diga que ignoramos a los ingleses porque nos caen mal,
le hacemos un huequecito a Alfred Sisley, que lo era sólo a medias.
Este francobritánico fue paisajista soleado, pues los días que hacía niebla se quedaba en la cama bien arrebujado entre las mantas y no salía a pintar.
          Hizo Las orillas del Oise, a base de manchas, que era lo que se esperaba de un impresionista que se preciara de serlo. Si te acercas mucho al cuadro, no ves absolutamente nada. Si te alejas, entonces ves un río, aunque muy borroso.
Otro pintor igual pero diferente fue Paul Gauguin, del que se ha dicho que era post-impresionista, que era simbolista, que era cromatista y que era un borrachín de campeonato. Parece ser que todo era verdad.
          Lo de ser simbolista consistía en dar más importancia a la idea que a la impresión. O sea, lo mismo de toda la vida. Elimina la realidad de un plumazo y se centra en la imaginación. Pinta las cosas como le gustaría que fueran.
          Se concentró principalmente en pintar muchachas con poca ropa. Parece ser que su ideal eran las indígenas de los mares del Sur, delgadas y tostaditas.
          Gauguin se fue a Tahití y a la Martinica, y allí paso sus días en una hamaca, abanicándose, bebiendo limonada y rodeado de chicas espectaculares.
Vahine no tiare (Mujer con flor) es un cuadro típico de indígena con fondo amarillo, que era un color que le gustaba mucho. De hecho, tiene también El Cristo amarillo, sobre un paisaje amarillo también. (Se le habían acabado los otros colores y parece ser que le dio pereza vestirse y salir a comprarlos.)
          Darío de Regollos es el primero de los impresionistas españoles. Asistió a las clases de Carlos de Haes y a los pocos días sintió la imperante necesidad de irse a Bruselas sin perder un momento. No sabemos qué pasó en aquellas clases.
          Allí entra en contacto con los impresionistas franceses y decide pintar lo mismo que ellos, sólo que traducido. Volvió a España y se la pateó toda, pintando cuadros llenos de color, porque el blanco y negro ya se habían pasado de moda. Sin embargo, eran cuadros pesimistas, dicen los que los han visto.
          Almendros en flor o Paisaje de Hernani son lienzos coloristas, con unas tonalidades muy contrastadas, que parecen estar pintados ambos justo en ese momento en que deja de llover y sale el sol.
          Otra pintura que recuerda todo el mundo (por lo cual nos vemos en la obligación de mencionarla para que nadie la eche de menos) es El gallinero, que muestra desde arriba el patio trasero de una casa de campo. Hay ocho gallinas contadas, un primer plano de lechugas y varios árboles que así, de pronto, parecen almendros, pero que muy bien pudieran ser algarrobos (nosotros no entendemos de botánica). Al fondo hay sábanas tendidas secándose al sol. Más al fondo todavía, se ven casas. Y encima, montañas. Y más encima aún, el cielo. Y sobre el cielo... ya no hay nada más. ¿Es que les parece poco?
          Pero el que de verdad se llevó el gato al agua en esto del impresionismo fue Joaquín Sorolla, nacido en Valencia y muerto, sin embargo, en Cercedilla.
          A su impresionismo se le ha llamado «luminismo» por sus tonos claros, sus blancos, sus reflejos y, en general, por los muy limpios que van todos sus personajes. Pinta el Mediterráneo y todo lo que le rodea: bañistas, señoras que se mojan los pies en el mar, pescadores, chiringuitos de playa, ensaladas de tomate y atún con aceitunas, etc.
          Este estilo resplandeciente tiene como resultado que en el invierno y en los días de lluvia, Sorolla no daba golpe.
Paseo por la playa muestra a dos señoras de blanco impoluto paseando por la playa con grandes sombreros. Se anticipa que los bajos de los vestidos se les van a poner perdidos. ¡Y aún dicen que el pescado es caro! es un cuadro social, donde vemos a un pescador herido al que le están curando en un sitio tan cochambroso que nos tememos que la herida se le infecte y se le ponga mucho peor.
          Dicen los libros que Sorolla era el pintor de la alegría, pero es mentira. Vean el gesto que pone en su Autorretrato y ya nos dicen.

Supersticiones

 


El número trece trae mala suerte cuando la mesa del banquete es sólo para doce comensales y tú llegas el último, porque te quedarás sin cenar.
*             *             *
Si estando en un restaurante tiras sal por encima del hombro y se le mete en los ojos a ese sujeto fornido y malhumorado que está sentado allí, se considera de malísimo agüero y peligroso para tus narices.
*             *             *
Si andando por tu ciudad miras al cielo y ves volar una bandada de patos de izquierda a derecha, es mala suerte, porque no verás la zanja y caerás en ella con toda seguridad.
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Romper un espejo es algo nefasto, porque están carísimos y, a poco torpe que seas, te cortarás al recoger los cristales.
*             *             *
Si abres un paraguas bajo techo es muy probable que nadie se lo espere y le saques un ojo alguien con una de las varillas.
*             *             *
Si encuentras un gato negro cerca de tu casa es malísima señal: significa que tu casa está plagada de ratones, que se te meterán en la despensa y se te comerán el embutido.
*             *             *
Si pasas por debajo de unas escaleras las posibilidades de que te caigan cosas encima aumenta considerablemente. Si es un pintor, seguro que te manchará de pintura. Si es un electricista, por ejemplo, saldrás bien parado si sólo te cae un escupitajo.
*             *             *
Si te encuentras una herradura, eso significa mala suerte para el caballo que la perdió, que se estará clavando todas las espinas del camino.
*             *             *
Si te encuentras un trébol de cuatro hojas, con lo rarísimos que son, es signo de que llevas buscándolo un montón de días. Así es que significa que has tenido suerte de encontrarlo y bastante pérdida de tiempo por tu parte. Lo malo es que, una vez encontrado, no sirve para nada.
*             *             *
Dejar un sombrero encima de la cama tiene malas consecuencias, porque la chica, al ver que usas sombrero, se dará cuenta de que eres un carca anticuado y no querrá tener relaciones contigo. Ten por seguro que no harás nada interesante encima de esa cama.
*             *             *
Usar una cerilla entre tres es signo malísimo. Implica pobreza, tacañería y que ninguno de los tres se ha podido comprar un encendedor.
*             *             *
Levantarse con el pie izquierdo no es nada bueno, en efecto. Pero falta añadir que levantarse con el pie derecho tampoco lo es. En general, levantarse para ir a trabajar, lo hagas con el pie con que lo hagas, es algo desaconsejable. El que lo hace por obligación está efectivamente teniendo mala suerte.
*             *             *
Se considera que un cuchillo y un tenedor cruzados en un plato dan mal fario y es verdad. Pero la razón es simple: la etiqueta indica que si cruzamos los cubiertos queremos indicar que ya no deseamos continuar comiendo y, por ello, en el restaurante el camarero no nos servirá más. Por mucho que le miremos con ojos suplicantes nos ignorará y no se ofrecerá a llenar de nuevo nuestro plato. ¡Antes de ponerse supersticioso hay que estudiar protocolo!
*             *             *
Llevar encima una pata de conejo nos puede ayudar, pero deben darse condiciones especiales. Si alguien de natural compasivo y bondadoso advierte que llevamos en el bolsillo una pata de conejo muerto, deducirá ipso facto que somos unos deficientes mentales y cretinos integrales. Entonces puede que se compadezca de nosotros y, considerando que no estamos preparados mentalmente para enfrentarnos con el mundo, nos ayude en algo y nos facilite algún trámite o gestión.
*             *             *
Ser el séptimo hijo de un hijo séptimo es algo magnífico, porque entonces se tienen muchos hermanos e infinidad de primos, con lo que aumentan considerablemente las posibilidades de que alguno de ellos esté en situación de enchufarte y de proporcionarte un empleo bien remunerado y sin mucho trabajo.
*             *             *
El color amarillo causa males en el teatro, pero sólo a los hombres. Lo que pasa es que muchas de las admiradoras de un actor se desencantan bastante si éste se viste con ropas amarillas, porque le toman el número cambiado y dejan enseguida de admirarle.
*             *             *
La costumbre que tiene la gente de arrojar monedas a un pozo es muy buen signo, especialmente si el pozo es tuyo.


Unas cuantas metáforas

 





Hemos pretendido aquí enmendarle la plana al culteranismo y lo hemos hecho con un resultado lo suficientemente satisfactorio como para darnos por contentos.
          La razón para haberlo hecho es que las gentes de buen gusto venimos estando un poco hartas de que todos los manuales de literatura elogien continuadamente la habilidad retórica de los culteranos imitadores de Góngora, ese señor con cara de hígado que haciendo Soledades se quedó solo.
Alaban la capacidad de estos señores en creación de metáforas, que no son, a fin de cuentas, sino grandes mentiras, como muy bien denunció Quevedo cuando dijo aquello de que si los cabellos de su amada fueran de verdad de oro, haría ya tiempo que la habría pelado, para venderlos.
          Un historiador literario que, evidentemente, no tenía nada mejor que hacer (concretamente Juan de Jáuregui), recogió un montón de metáforas discipuligongorinas sobre el Sol e hizo un pedante listado de las mismas:

Rey de la luz
Honra y lucimiento del cielo
Espejo del día
Fuente de la luz
Lámpara del mundo
Padre universal
Rector de la claridad
Rosada antorcha
Cadena de oro del cielo
Alma del mundo
Mayorazgo del esplendor
Cochero del día
Príncipe de los astros
Presidente de las antorchas
Corifeo de las estrellas
Ojo resplandeciente del cielo
Gigante de la luz

          Yo, para ilustrar a los lectores en las técnicas escritorias, les revelo que esto no tiene ningún mérito. Con el empleo de un diccionario ideológico (esos que tienen juntas todas las palabras de un tema) se pueden crear metáforas a placer y con un esfuerzo mínimo. Cojamos, por ejemplo, los vocablos relacionados con la luz, para definir al sol, combinemos y sale lo siguiente:

Plaza de toros del cielo
Anillo quemante
Rueda del carro de Apolo
Cerilla de los dioses
Mechero inagotable
Lámpara de emergencia de la galaxia
Faro para cometas
Antorcha automática
Farola inapedreable
Candelabro perenne
Suprema bombilla
Segurata del firmamento
Gran Hermano del sistema
Padre del fuego
Abuelo de las chispas
Vitrocerámica del espacio
Rey de los fotones
Candileja del teatro del universo
Monopolista del bronceado
Cenital inapagable
Terror del fotófobo
Contrincante de la noche
Fábrica de fahrenheits
Barbacoa sin humos
Torrefactor del mundo
Tirano del clima
Pirómano impune
Inventor del verano
Hoguera sin excursionistas

          (Podríamos seguir así indefinidamente.)
          ¿Ven como no hay que acomplejarse ante nadie?