Los hermanos Karamázov

 

Magistral novelamiento

sobre la abyección humana

es ese libro que se ti-

tula Los hermanos Kara-

mazov, un gran manual

donde están catalogadas

las mil formas en que el hombre

comete sus caballadas.

Lo resumimos aquí

con una intención muy clara:

que a nuestros queridos lec-

tores no les haga falta

molestarse en leer el libro,

ni ver la «peli» ni nada.

 

Es un padre con tres hijos

que vive en la Rusia blanca

y es dueño de terrenitos

de también de dos mil almas

(que es como llaman allí

a los siervos que, en manada,

aran los campos de los

señores, cuando hacen falta).

En fin, el hombre es más malo

que la momia, que el fantasma

ese que vive en la ópera,

que Frankenstein o que Drácula,

y a los tres hijos que tiene

siempre los trató a patadas,

mató a su madre a disgustos

haciendo barrabasadas

y es lascivo como un sátiro,

tiránico como un sátrapa

y codicioso y avaro

cual ministro de finanzas.

 

Harto de aguantar al tipo

los tres hijos se emanzapan

(quiero decir «se emancipan»,

pero lo otro no rimaba).

El menor se mete a fraile,

el mediano no trabaja

y el mayor pasa su tiempo

detrás de mujeres guapas.

Pero el fatum se interpone

y el padre ve una mañana

a la novia del mayor;

le gusta y, para gozarla,

le ofrece un montón de rublos

de esos que tienen pintada

la cabeza del zar Ni-

colás con toda su barba.

La muchacha está dudosa.

¿Se acostará con el ancia-

no o lo hará con su hijo,

que es joven y está sin blanca?

¿Irá a la cita que el viejo

ha concertado en su casa

y se ganará el paquete

de rublos como quien lava?

 

¿Qué sucede? Al día siguiente

alguno va y descalabra

y deja al padre más muerto

que Calderón de la Barca. (†1681)

El mayor es sospechoso,

el mediano tenía ganas

también de cargarse al viejo

y el otro es de esos que engañan

con su carita de buenos.

La cosa está complicada.

Y, por si esto fuera poco,

al hijo mayor le hallan

un buen fajo de billetes

debajo de la almohada

y. aunque él dice que son suyos,

nadie le cree ni palabra.

 

Hay un juicio, le hacen fotos

para el ¡Hola! y el Semana,

le condenan y le envían

una larga temporada

a picar piedra en Siberia

sin permitirle bufanda,

ni pijama de franela

ni calcetines de lana.

 

Mas, ¡ay!, hay un cuarto hijo

—del que nadie sabe nada

por ser bastardo— que está

más chalado que una cabra,

que fue quien mató al vejete,

dándole con una tranca.

 

Hasta aquí el cuento. Veamos

que moralejas se sacan

de esta tragihistoria rusa

que ocupa ochocientas páginas.

En primer lugar, es obvio

que la justicia es muy mala:

se equivoca, no da una,

suelta al homicida y manda

a prisión al inocente

sin derramar ni una lágrima;

y, después de cometer

tal metedura de pata,

no siente remordimientos;

es más: se queda tan pancha.

La segunda conclusión

también es obvia: si tratas

a tu mujer a trompazos

y a tus hijos a patadas

te arriesgas a que, enfadados,

te sacudan a mansalva.

 

Hay otra conclusión más,

pero este verso se alarga

demasiado y es mejor

parar, que lo mucho cansa.


 

No hay comentarios: